sábado, 22 de diciembre de 2012

MARTINET 2ª parte


                                         Foto, Belén Carrere.


Era lunes 16 de agosto cuando embarcó en el puerto de Londres con destino a Francia, allí cogería el ferrocarril hasta Barcelona y, llegado a Barcelona, buscaría un vehículo que le pudiese llevar hasta la Seu. Una vez en la pequeña ciudad pirenaica, buscaría a alguien que conociese bien la zona y le indicase cómo llegar al pueblo de los gnomos, a Martinet.
No todo fue tan sencillo y las cosas no salieron como estaban previstas.
Había calculado llegar al pueblo a principios de octubre, pero la cosa fue que llegó a mediados de noviembre. Entró en el pueblo, buscó alojamiento pero no había posada, le acogieron como huésped en una casa particular. Como sabía que el dinero siempre acababa abriendo puertas, no organizaba demasiado sus viajes, más bien los planteaba como una aventura, le gustaba ir solucionando los problemas según iban surgiendo; por este motivo, en ocasiones, se encontraba con contratiempos que le hacían retrasarse en las fechas calculadas, algo que habitualmente no le importaba. Pero en esta ocasión, sí que era un factor importante, ya que en el artículo leído en Londres decía que, con el frío, los diminutos seres desaparecían y no volvían hasta el año siguiente; incluso se había dado el caso de que, algún año, no habían aparecido, pero eso era algo muy raro.
Una vez instalado, se acercó a la taberna y preguntó por los pequeños seres. La gente le miro como si fuese un lunático, nadie sabía de qué estaba hablando. El inglés se quedó desolado, una vez más la pista le había llevado al ridículo. Entre licor y licor se iba convenciendo de que nunca más abandonaría a su familia para emprender un disparatado viaje a la nada, para nada. Se fue a dormir con unas copas de más, pero eso no le impidió levantarse temprano. Después de un sabroso desayuno a base de pan tostado, con ajo, untado con tomate, algo de sal, aceite de oliva y embutidos varios, salió a pasear por los bosques. Miró y remiró, pero nada encontró, hacía frío. “Quizá ya se han ido. Volveré el próximo... No, no más viajes inútiles”. Regresó al pueblo, comió con la familia, abrieron con una deliciosa sopa y de segundo un guiso con setas de la zona, después del postre probo el té de roca, le entusiasmó. Mientras tomaban sus infusiones, felicitó a la señora por la comida y preguntó qué era lo que habían comido y al oír que, aparte de la carne, lo que acompañaba a ésta eran hongos, él refinado señor se quedó pasmado. Aunque no hubiese gnomos, el señor decidió quedarse unos días más en el pueblo; cada día, salía a pasear por los bosques de alrededor, iba con una cesta y recogía hongos que llevaba a la casa, más de la mitad de lo que traía era para tirar, la señora le intentaba mostrar la diferencia que había entre seta y seta y le indicaba cuáles tenía que recoger. La temporada de setas se estaba acabando, las nevadas estaban a punto de llegar. Un día, el inglés vino con unas setas de color rojo, entre algún que otro ejemplar de otras de otros colores, y la señora, al verlas, le dijo – has estado en el bosque de los martinets – . Entonces se hizo un silencio, la señora intentó disimular y enseguida cogió una seta babosa y le comentó que eso era lo que debía recoger, que esas setas rojas eran peligrosas. Al visitante no le pasó desapercibido el comentario ni tampoco la actitud de la señora, así que le preguntó con cara seria si existían esos seres fantásticos. Le contó que llevaba varios años por el mundo buscando la prueba de que son reales, que le daría un kilo de oro a la persona que le enseñase alguno. La señora estuvo en silencio un rato y, de repente, le dijo: en el bosque donde has cogido las setas rojas, los encontrarás – ¿y qué he de hacer para verlos, tengo que esconderme? La señora le contó qué pasos debía seguir para poder verlos, también le advirtió que el frío estaba apunto de llegar y que ya iban a estar muy pocos días entre nosotros, también le hizo jurar que no diría a nadie dónde y cómo encontrarlos y que, si en alguna ocasión se le ocurriese escribir sobre ellos (la familia sabía que era escritor), que los situase en otro lugar, “este es un secreto del pueblo y no queremos que nadie lo descubra”.
Frank casi no pudo dormir. Al día siguiente, subió al mismo lugar donde había estado el día anterior, el bosque donde había cogido las setas rojas, se sentó en una piedra y esperó, la señora le había dicho que debía ser paciente. De pronto, estaba rodeado de unos seres diminutos que corrían de un lado para otro, que se reían y que le decían cosas, en ocasiones inteligibles; habló con varios de ellos, habló del bosque, de sirenas, de dragones, de hadas, de brujas, le dijeron que el demonio era un invento humano, estuvo mucho rato con ellos. De repente, se fueron, sin más, sin despedirse.
Volvió a la casa del pueblo algo más tarde de lo habitual, estaban todos preocupados, tenía la comida en la mesa, ya fría, más bien era hora de merendar. Aquella misma tarde cayeron los primeros copos de la temporada, había llegado el momento de marchar. Frank le dio el oro a la señora y se despidió del matrimonio.
Ya junto a su esposa y sus hijos, escribió sobre gnomos, sirenas, hadas, brujas y dragones, también escribió un libro en el que intentaba demostrar que el demonio era un invento humano y que no existe ningún ser del mal en nuestro mundo, éste no tuvo ningún éxito. El resto de su vida, aparte de algún viaje de placer junto a su familia, lo pasó en Londres; escribió más de cuarenta libros.
Estaba un día, siendo anciano, tomándose un té en su biblioteca, como tantas otras veces, disfrutando de la soledad. Estaba haciendo un repaso a su vida, recordó a sus padres, a su abuelo fumando en pipa, incluso oía la voz del abuelo asegurando que, en el desván, el día once de cada mes de diciembre, se podía ver un fantasma, por supuesto el de la familia. Recordó los siete años que se pasó viajando, el nacimiento de sus hijos, el sufrimiento de su esposa antes de morir y su viaje a Martinet. Se vio viejo y sin fuerzas, se sintió solo y con todo acabado, ya no tenía ganas de escribir más, ya hacía varios meses que había escrito su último FIN. Miró el calendario y era 16 de agosto, el día que emprendió el viaje que le llevó a ver aquellos seres diminutos, los martinets. Llamó a su criado y le dijo que preparase las maletas “nos vamos de viaje”. Quería volver a ver aquellos fantásticos seres antes de morir.
En esta ocasión, llegaron (iba acompañado de su criado y chofer particular) a Martinet el día 25 de octubre. Se dirigieron directamente a la casa de los que le habían acogido. En el lugar de aquella humilde casa que le había cobijado, había una hermosa vivienda de maderas preciosas y varios balcones llenos de plantas. Llamaron a la puerta y les abrió la misma señora, Maria, lo curioso es que para ella no habían pasado los años. La señora les invitó a pasar y les explicó que ella era la hija de la que había conocido hacía ya 43 años, que sus padres habían muerto, les dijo que estaba al corriente de todo lo acontecido en su viaje anterior, que sus padres siempre hablaban del señor inglés que apareció en el pueblo y que siempre agradecieron el donativo que les cambió la vida.
Les invitó a instalarse, era una chica muy amable y había heredado la mano que tenía su madre para cocinar. Frank le dijo a lo que venía, que no le dijese nada a su criado, que pensaba subir al bosque de las setas rojas al día siguiente, pero que era algo que tenía que hacer solo, quería volverlos a ver antes de morir. La chica le informó que aquel año no habían salido las setas rojas, que podían esperar, que quizá salieran más tarde, pero pensaba que este año no se podrían ver los martinets. Se quedaron en el pueblo varios días. Entró el mes de noviembre y las setas rojas no salían. Un buen día, un copo de nieve rozó la oreja izquierda del anciano, se fue a casa, miró a la mujer y ella, negando con la cabeza, confirmó que este año no podría ser. Frank se calzó sus botas y su impermeable, aprovechando que su criado estaba paseando por el río, y se dispuso a marchar al bosque. Maria intentó quitarle la idea de la cabeza, le aseguraba que no podría verlos aquel año, pero Frank era consciente de que ésta era su última oportunidad, que éste era su último viaje. Salió de la casa y enfiló el camino que llevaba al bosque.
Llegó la hora de comer y el hombre no había vuelto, estaba a punto de ponerse el sol cuando decidieron salir en su búsqueda. Ya de noche, el marido de Maria y el criado trajeron el cuerpo semicongelado de Frank, lo pusieron sobre la mesa del salón, muy cerca de la chimenea, echaron un nuevo tronco, la noche iba a ser larga. Maria no paraba de repetirle que le había advertido de que no fuese, que aquel año no los podría ver – cabezón. Frank abrió los párpados, sus ojos azules buscaron la mirada de Maria y entonces, con un voz clara, le dijo “los vi” , cerró los ojos, sonrió y murió.
La historia me impactó, me quedé mirando a la señora del bar, le pagué la consumición y me fui. Cogí el coche; al llegar a Sant Pedor, llamé a mi colega Albert y le conté lo vivido, él flipaba y aún siendo mi mejor amigo no se creyó nada de lo que le contaba. Le convencí para que me acompañase al día siguiente a Martinet – te llevaré a conocer a la señora del bar y que te cuente la historia.
Subimos al coche y nos dirigimos a Martinet por Berga, hacía un día muy bonito. De repente, me paré en la orilla de la carretera – mira, Albert, ese que está pescando en el río es el pescador del que te hablé, ¿ves como lleva un sombrero de cowboy? Albert me miró y sonrió, seguimos el camino hacia el pueblo, aparqué el coche en el parking que hay cerca del río, salimos del coche y nos fuimos directos al bar, al de la señora del cuento. Entramos. En la barra, había un señor mayor, “seguro que es el marido de la señora”, las mesas estaban ocupadas por trabajadores almorzando. Pedimos dos cafés y le pregunté al hombre por la señora, me miró con cara de pocos amigos y me dijo que allí no había ninguna señora. Insistí en que había estado en el bar el día anterior y había estado hablando con una señora que me contó una historia sobre los Martinets. El hombre, ya claramente molesto, me dijo que la víspera había enterrado a su mujer y que el bar estuvo cerrado.
Nos fuimos. No entiendo lo que pasó.
Siempre que paso por esta carretera miro al río y muchas veces veo el sombrero de cowboy. Nunca más he entrado en aquel bar. FIN

martes, 11 de diciembre de 2012

MARTINET (1ª parte)

Foto, Marc Prat.

Estas dos historias que voy a contar son verídicas, o por lo menos eso me dijeron las personas que me las contaron, y yo me lo creo porque vienen de boca de dos personas en quienes confío. Las dos ocurren en la Cerdenya, en un pueblecito en el cuál he estado en varias ocasiones; lo único que he hecho es juntarlas con un personaje protagonista, y quizá algo más, sin desvirtuar su esencia (de las historias).
Era un día soleado, un precioso día de principios de verano. Me levanté temprano y decidí subir a Andorra.
Ya de vuelta con mis quesos, chocolates, tabacos, un disco de Coltrane y algún licor, pasé por un pueblo, vi un río, miré y, por un momento, por el rabillo del ojo, me pareció ver a una persona luchando en medio de la corriente; decidí parar. Efectivamente había un hombre en medio del río.
No sabía qué hacer (yo), me quedé mirándole sin reaccionar (yo). Era curioso (él): llevaba la cabeza erguida, fuera del agua, cubierta por un sombrero estilo el de Robert Redford en Dos hombres y un destino. Su mirada no parecía la de una persona desesperada, sino que era una mirada fría. Observé que iba con el brazo derecho fuera del agua, pidiendo ayuda, los pies por delante y la cabeza por detrás, una posición típica de alguien que conoce bien el río, está claro que se estaba dejando llevar hasta que la propia corriente lo devolviese a la orilla, los pies por delante para golpear las piedras que le pudiesen dañar y la cabeza erguida para ver los peligros que velozmente se van acercando (eta técnica me la explicó mi primo, en una ocasión, antes de hacer barranquismo). Decidí acercarme más a él, fui corriendo hasta la orilla. De repente, un pequeño grupo de gente me adelantó, se subieron a un puente que cruzaba el Segre montañero, nadie perdía vista al hombre del río, me uní al grupo, todos comentaban emocionados - ¿cómo será? - debe ser muy grande - seguro que es una pasada. Pasó bajo el puente a gran velocidad y entonces apercibí que la mano que llevaba fuera del agua empuñaba una caña de pescar. Bajamos del puente y empezamos a seguirle río abajo. Llevábamos como un par de kilómetros más de persecución, cuando vimos cómo se ponía en pie, se acercó a la orilla, seguía con el brazo sujetando la caña en alto, se agachó, metió la mano izquierda en el agua y nos mostró, en la lejanía, la mayor trucha jamás vista, fabulosa proeza incomprensible. No entendía el hecho, pero supe captar la belleza del momento. La visión de aquel hombre chorreando, aún con su sombrero Redford perfectamente ajustado a su testa, sujetando aquella captura, era hermosa; su joven rostro era el de una persona agotada, pero con una sonrisa radiante que delataba su satisfacción. Llegamos junto al pescador, todos le felicitaban, el grupo de gente le conocía bien, una de los del grupo le quitó el sombrero, entonces pude ver su preciosa melena rubia, era un chico joven y guapo. El muchacho acercó el animal a su rostro y lo besó, ese beso acalló nuestros comentarios, un místico silencio se apoderó del momento, sólo se oía el estruendo acuático del río, todas nuestra miradas se centraban en lo que estaba haciendo el joven. Seguidamente sumergió al pez en el agua, ofreciéndole la libertad (¿ritual?). Él, arrodillado, acariciaba la panza de la trucha, ella no parecía quererse ir, unos segundos después con un suave movimiento de su cola se alejó lentamente hasta desaparecer en su río. Nunca he sido aficionado a la pesca, pero eso me pareció algo digno de un gran hombre. ¿Qué raro misterio le llevó a perseguir a la trucha, llevado a la deriva, llevado por las aguas bravas, como si el animal fuese el que condujera al hombre, como si el pez intentase ahogar al pescador, acabar con él? No entendía nada. Siempre había pensado que pescar era algo que se hacía desde la orilla.
De vuelta al pueblo, la chica que llevaba el sombrero me dio unas explicaciones que aclararon algo mi ignorancia: resulta que, para la pesca de la trucha, se utilizan unos hilos muy delgados, por un tema de poder lanzar más lejos el cebo o para que no lo vean y, cuando “clavas” una trucha de gran tamaño, sólo hay dos opciones: dejar que te parta el sedal o lanzarte al agua y seguirla hasta que se canse, esta segunda opción no es cosa común entre pescadores; ella era la primera vez que lo veía. Marc es un pescador muy especial. Entendí la parte técnica del asunto, pero aún hoy se me escapa la fuerza que llevó a este muchacho a tirarse al río, jugándose la vida, para conseguir una trucha a la cual devolvió la libertad.
Después de tal carrera, yo también estaba agotado, cansado y sediento. Cuando llegué al pueblo, me separé del grupo. Entonces me di cuenta del nombre de la población, Martinet, me pareció gracioso.
Entré en un bar, el lugar estaba vacío, la señora de la barra, de unos setenta años, me preguntó qué quería tomar, pedí un jarra de cerveza, la mujer me puso unas olivas, le di las gracias.
Yo aún estaba algo excitado tras lo vivido y, aunque nunca he sido de mucho hablar con desconocidos, le conté lo visto. Ella tampoco había visto ni oído nada igual, pero al decirle que el protagonista había sido un chico rubio que llevaba un sombrero de cowboy no le pareció nada disparatado – sí, si alguien tenía que ser el que hiciese algo así, tenía que ser él. Seguimos hablando de cosas; hablamos del tiempo, de Andorra, del turismo, de los forasteros y entonces fue cuando, a raíz de hablarme de gente curiosa que aparecía por el pueblo, me contó una historia que ya su abuela le había contado.
La historia me la contó como si fuese cierta y así la he guardado para siempre, me la creí en aquel momento y me la creo ahora.
En la ciudad de Londres, un señor adinerado y ocioso se buscó un quehacer. Su objetivo, en un principio, era simple: escribir un libro sobre seres especiales, seres que aparecían en fábulas e historias, imaginarias o no, que en aquellos tiempos eran creíbles al cien por cien, hombres lobo, brujas, vampiros, duendes, hadas, sirenas, gnomos y cualquier personaje fantástico del cual hubiese oído hablar o leído, incluso el demonio le servía.
Dada su fortuna, no contento con recopilar historias de su inmensa biblioteca y de libros especializados que le buscaban en varias de las librerías de la famosa ciudad inglesa, decidió verlos, encontrar aquellos seres, admirarlos y observarlos de primera mano. Fue entonces cuando envió cartas a varias bibliotecas, universidades, redacciones de periódicos y gentes aventureras. Unas cartas donde pedía encarecidamente que le escribiesen si, en algún momento, sabían de alguien que dijera haber visto algún tipo de ser fabuloso, ofreciendo a cambio una considerable gratificación, recordando que estaría dispuesto a financiar cualquier expedición para lograr dicho objetivo. Además de un extra de un kilo de oro a la persona que le mostrase a alguno de aquellos seres.
No tardó en recibir numerosas cartas en las cuales le aseguraban que no le sería difícil poder ver a sirenas, hadas o duendes. Se embarcó en múltiples viajes por todo el mundo, India, Marruecos, Francia, Alemania, Finlandia... Se fue con barcos pesqueros a largos viajes por las costas noruegas o rusas. Tanto su salud como su capital empezaron a menguar, su familia le suplicaba que no siguiese con su idea, que todas esas fábulas eran invenciones, y que esos seres inexistentes le llevarían a la muerte y a la ruina, tanto la suya como la de la familia. Después de más de cuarenta fracasos, en uno de los viajes por aguas noruegas, todos los marineros aseguraban ver una sirena. Aunque él solo vio una morsa, eso no le salvó de tener que desembolsar la gran suma de oro que había prometido a quien lograse mostrarle alguno de aquellos seres.
Un día, decidió seguir el consejo familiar, regresó a casa con la idea de no volver a partir. Se encerró en su biblioteca y escribió varios libros sobre sus viajes, recuperó la salud y sus aventuras se vendieron en abundancia, consiguiendo, con sus historias, múltiples éxitos.
Su vida pasó a ser de nuevo sosegada y monótona: cada mañana iba a desayunar al club, donde leía la prensa y jugaba a las cartas con sus amigos, a media mañana salía a pasear con su esposa y después de comer leía un rato y escribía.
Aquella mañana, en el club, mientras leía el periódico, le llamó la atención un pequeño artículo que hablaba de un pueblecito de España, cerca de la Seu d'Urgell, donde en otoño se veían múltiples gnomos en los bosques lindantes. Este pequeño artículo volvió a despertar en él aquella inquietud, aquella fiebre que le llevó a estar más de siete años viajando, sintió de nuevo el deseo de partir. Llegó a casa y le enseñó el artículo a su mujer; su mujer se puso a llorar, le suplicó que no lo hiciese, le dijo que los niños le necesitaban, le amenazó con abandonarle si lo hacía, pero eso último fue un ultimátum sin fundamento, un farol.  
(continuará)

martes, 4 de diciembre de 2012

TINTA CHINA



Soy un patán y eso deja huella. Por mucho que intento arreglarlo, no puedo evitar ser un patán.
Cuando salgo del despacho, lo hago con la sonrisa puesta, amando a todo el mundo. En este momento, del trabajo a casa, soy majo. Antes de salir a comunicarme con la gente, me ducho, meriendo y me hago un propósito: no voy a patanear, por mucho que quieran los demás, no entraré en ningún tipo de controversia. Cuando regreso del paseo nocturno, llego a casa con todo mezclado, cansado, sin sed y con hambre. Al día siguiente, me levanto y me vienen flashes de lo ocurrido, recuerdos que certifican que soy un patán.
Comportamiento patánico, un día cualquiera después de merendar:
Voy andando por la acera de enfrente (en mi caso la de la izquierda), saludo a un conocido, saludo a una conocida, me paro a hablar con otro del oficio (del mío), me despido, sigo andando por las estrechas calles del centro, me encuentro con otro abogado, hablamos, mentimos, todo normal. Me meto en un cine, veo la peli que me recomendó Fernando (con el que comparto despacho), debe haberme gastado una broma de mal gusto, salgo sin acabar, no sé cómo pueden premiar tanto a ese tipo, no vuelvo a ver una peli más que dirija éste, y esta vez va en serio. Me enfado. Busco un gintonic, lo encuentro, está bueno, pido otro, está bueno, pido otro, está. Está apunto de aparecer el patán. Entra Luis, hablamos de la crisis, de fútbol y de su novia. Lo de la crisis no da para mucho, sólo una cordial discusión; el fútbol nos lleva a un mal encuentro, él es del Barça. Me voy motivando, otro gin, me sobran dos, Luis me pone de los nervios con el puto Messi, no puedo defenderme, mi única baza es Cristiano Ronaldo pero no me sirve, aunque no lo reconozca (soy abogado), soy consciente de la gran diferencia a favor de Leo, me jode, me está tocando los huevos. Decido cambiar de tema. Le digo que, antes de que fueran novios con Elvira, yo ya la conocía. Se sorprende. Le digo que tuvimos una noche de pasión, él se enfada, alzo la voz y le digo que no sólo fue una noche y que Messi es argentino, me comenta que está embarazada y se va. Me quedo en el bar, otro gintonic, discuto con el camarero sobre cine, me enciendo un cigarro dentro del bar, me echan, soy un patán. Me voy a casa, entro en la cocina, me como un trozo de chorizo.
La mañana siguiente:
Me despierto temprano, me duele la cabeza, me duele el estómago, seguro que comí chorizo, me caliento un café, voy al baño, me ducho. Flash. No sé por qué le dije que conocí a Elvira, exageré la historia, me parece que estoy en un juicio continuo, todo vale, lo importante es ganar, estoy cansado de mentir. Soy abogado. Me encendí un cigarro dentro del bar, infringí la ley, me importa dos cojones la gente. Soy abogado.
La vida se escribe con bolígrafo y eso no se puede evitar. No tengo remedio. Lo único que se puede hacer es intentar mejorar, escribir mejor. Quizá si bebiese menos. Soy un patán. Me encantaría poder escribir con lápiz. Tristemente, la vida se escribe con un boli, el mío es de tinta negra, un único bolígrafo opaco de usar y tirar, con su estructura de plástico que no te deja ver la tinta que te queda. Tengo que dejar de ser un patán. Tengo que cambiar de profesión. Quiero aprender a escribir sin errores. Presiento que se me está acabando la tinta. Quiero dejar escrito algo bonito.

martes, 27 de noviembre de 2012

LÁGRIMAS ROJAS




En mi pueblo, había un niño de tres años que tenía un coche de gasolina y lo conducía a gran velocidad, yo no tenía ni siquiera un patinete. No me daba envidia, a mí con tres años no me gustaban nada los ruidos estridentes y aquel pequeño coche hecho a medida que conducía aquel cabezón, hacía mucho ruido; más que envidia me daba miedo (el coche).
Con seis años, íbamos juntos al colegio. Él andaba de forma erguida y chulesca. Yo metía más goles que él en el recreo. Estaba un poco cansado de oír, lunes tras lunes, hablar de sus éxitos. También me fastidiaba bastante cuando, durante las mañanas lunáticas, entraba el director y hacía que se levantase (el chico del cochecito), y nosotros (la clase) teníamos que aplaudir, cosa que a mí no me apetecía; sí, ganaba carreras, pero seguía siendo un cabezón. Después, en el instituto, no hacía falta que entrase el director para comunicarnos sus éxitos automovilísticos, ya se oían en la radio, ahora campeón en tal carrera, ahora en tal otra, una entrevista. Gran similitud entre sus respuestas y su manera de andar. No puedes escapar de lo que eres.
Un buen día, mi familia decidió que nos íbamos a vivir a Madrid, la ciudad blanca, la ciudad del cielo precioso, la capital, Zidane, Hierro, Roberto Carlos, Raúl, Sabina (este último es cantante), un sitio gigante, donde las emisoras de radio sólo hablan de noticias nacionales, en todo caso de las de Madrid (que casi son lo mismo), y al fin dejé de saber de él.
Me compré una moto, me movía a las mil maravillas por capital, el conservatorio era estupendo, era feliz.
Un día, ojeando el Marca, leí que había disputado una carrera de fórmula 1; por lo menos no ganó (se ponía de mal genio cuando perdía en los partidos en el patio del cole), pero ahí estaba de nuevo. Cabezón. Al año siguiente, lo pusieron de probador; se enfadó en voz alta. Orgullo. Di por hecho que no era muy bueno en esto, de hecho, en la fórmula 3000, dos años antes, creo que había quedado tercero.
Pero al año siguiente volvió a correr y, no contento con esto, fue el primer español en lograr un gran premio, que a su vez también significaba ser el piloto más joven de la historia de la fórmula 1 en lograr una victoria. Ego, baja. Bueno, pensé que el año siguiente no le iría tan bien. La gente está como enferma con él, yo alucino, lo primero que dijo cuando ganó el título es que se lo dedicaba a los suyos y a nadie más; enfado injustificado con el hombre invisible (nosotros y algún otro). Después se lo pensó mejor, o se lo hicieron notar, y más tarde, en otro medio dijo que “se lo dedico a mi familia, a mis amigos, que son 3 ó 4 (ni sabía cuántos amigos tenía, si fuesen 50 hubiese entendido), a toda la afición y a España”. También lloriqueó bastante durante el año. No ha cambiado, sigue andando igual. Yo seguí leyendo cosas de él: ganaba, bien. Perdía, críticas y lloriqueos (sinónimo de escusas). Me encantaron sus declaraciones chulescas durante el año “ presioné a Kimi hasta que se le fue todo al carajo”, también en unos entrenos (las pruebas para ver en que lugar te colocas en la parrilla de salida el día de la carrera) le hizo unas maniobras absurdas y peligrosas a un compañero, seguro que llevaba los ojos ensangrentados de rabia. De nuevo el hombre invisible (uno concreto). También bloqueó el coche de Massa en su vuelta rápida. La cuestión es que volvió a ganar el mundial, el mundo a sus pies, España a sus pies, los españoles a sus pies. Yo no.
Tanto leer de la fórmula 1, me hice aficionado y algún piloto tenía que ser mi favorito, en realidad tenía claro quién no iba a ser. Decidí que el mejor piloto era Raikkonen, era lo más parecido a lo que me gustaba, no se quejaba y corría como un diablo. Justo este año, ganó el mío. No faltaron quejas del otro. Después, dos años más de fiascos.
Aquel verano se hizo amigo de uno que invirtió dinero de en la carrera del piloto español y eso le llevó al mejor equipo y con más presupuesto de la parrilla, todo indicaba que volvería a ser el ganador, el mejor (eso, según cualquier patriota de pro, lo es), así empezó el 2010. No sólo no ganó, sino que el que lo hizo batió sus récords de precocidad. Y al fin hemos llegado a este año, hoy todo el mundo lloraba su segundo puesto (no han faltado sus críticas). Y yo pienso, algo de bueno tendrá Vettel si ha ganado 3 mundiales de forma consecutiva y es el más joven de la historia en conseguirlo. De todas maneras, todo eso me importa un bledo, yo no le tengo ningún tipo de envidia, yo soy de Raikkonen, este chico al que le gusta beber cerveza y celebra sus victorias con sus amigos, en fiestas interminables en su casa, el chico que echaron de Ferrari para fichar al amigo del banquero, el chico este que se le critica por ser fiestero (hipócritas). Este año ha vuelto y pienso que el próximo año dará batalla.
Yo hoy no lloro el triunfo de Vettel por muy alemán que sea, a mí me parece que es un chico muy educado y sencillo.

Cualquier parecido que tenga esta historia con la vida real es pura coincidencia. 

martes, 20 de noviembre de 2012

7.10 AM Homecoming Queen, Bernardo Sassetti, piano, Carlos Barretto, contrabajo y Alexandre Frazao, batería.


Estoy asomado al abismo... Eran las once de la noche del día 19 cuando llegué al hotel, antes me había parado a cenar en Jaca, suerte que pregunté como llegar al pueblo. Aún conservo el mensaje en el móvil. Mientras rellenaba una ficha con mis datos, pedí un chupito, le pregunté al camarero si había mucha gente hospedada, me contestó que, aparte de un par de currantes de Endesa, sólo estaba yo pero que, para el día siguiente, esperaban a una familia de Madrid, una señora de Tarragona y otra de Barcelona.
Dormí algo nervioso, me levanté temprano, bajé a desayunar, eran las nueve, leí el periódico del día anterior, parecía un tigre enjaulado, me pasé todo el rato hasta la hora de comer entre la habitación, el bar y la agradable terracita; seguro que se notaba mi impaciencia, me propuse disimular.
La comida, sencilla pero buena; después del postre, me subí a la habitación. Pronto me cansé de estar tumbado en la cama. Cansado de esperarla, decidí salir a pasear.
Era día 20 de septiembre, empezamos a planearlo a finales de julio. El plan era encontrar un pueblo pequeño y con poca gente en estas fechas, no podíamos arriesgarnos a que nos vieran juntos. Ella fue la que me habló de Aisa. A mí se me ocurrió lo de las dos habitaciones y el tema de la coincidencia; a ella le pareció ridículo, decía que si alguien nos veía juntos en el pueblo no se iba a tragar la historia, que lo mejor sería llegar juntos con el mismo coche, como una pareja normal. Salí del pueblo y me puse a andar sin saber, sin objetivo, sin destino; atravesé una majestuosa chopera, me quedé mirando un rato el río, aguas trasparentes, divisé una pequeña trucha, seguí caminando, dejé atrás las piscinas, saludé a un excursionista francés que iba camino del pueblo, me hablaba en su idioma apache, me contó que venía de un sitio hermoso, de un valle precioso. Estábamos en contacto con la empresa de plásticos, nuestro producto tenía que ser el mejor, sobre todo en el precio, buscábamos una buena calidad, pero no a cualquier precio, el envase salía demasiado caro, nos alejaba de nuestro objetivo, de nuestro precio final estimado. Antes de la reunión entre los gallifantes, alguien tenía que llegar a unos acuerdos mínimos, allanar el camino, a nadie le iba bien ir este fin de semana a Tarragona, la agenda no era nada atractiva, reuniones el viernes y el sábado; esto si todo iba bien. Reuniones con la mujer de Felipe Balasch Reswelv, todos conocemos su fama de hombre con dos caras o más, sin escrúpulos, de cómo llegó a la dirección de la empresa en tan poco tiempo y lo poco que tardó en darle un despacho a la alemana, su mujer. Son las nueve de la mañana cuando entro en las oficinas de la multinacional, pregunto en información por la señora García Lohmeyer, me dicen que espere, me viene a buscar una joven – me llamo Rosa, soy la secretaria de la señora García Lohmeyer – yo me llamo Luis. La oficina es muy grande e iluminada, la señora García Lohmeyer se levanta y se acerca, me saluda con un fuerte apretón de manos, me invita a sentarme, Rosa cierra la puerta al salir y todo empieza. Seguí andando, la conversación con el excursionista me abrió la curiosidad. Paisaje precioso. No era difícil de caminar y no hacía calor. No llevaba agua. La primera reunión no ha sido muy productiva, más bien sólo una toma de contacto, para conocernos. ¿Quedamos después de comer? ¿a qué hora te va bien? a las cinco ¿te parece? a las cinco volveré. Salgo escopeteado, me voy a comer a un restaurante en la parte alta de la ciudad, cerca de mi hotel. Estaba disfrutando del paseo, el sol me daba de pleno, era agradable, la brisa que me acompañaba era fresca. Sol. Salgo a la terraza con el País y un café; a pesar de ser enero, se está bien, el sol ayuda. Sol. Levanté la vista, el cielo era casi totalmente azul, alguna nubecilla blanca, de esas que no entrañan peligro, una fuente, bebí. Levanto la vista del periódico y en otra mesa, mostrando su mejor perfil, está Rosa, la secretaria, envuelta en una suave cortina de humo, se gira y me pilla mirándola, sonríe, gira la cara, se bebe el café de un trago, se levanta, no puedo dejar de mirarla. Llevaba buena marcha, la cadencia en los pasos no era ni muy rápida ni muy lenta, logré una secuencia perfecta, notaba mi respiración bien acompasada, todo estaba bien, pensé en volver al hotel, pensé en la posibilidad de que ella ya estuviera ahí, que ya hubiese llegado. Que espere. Me pregunta qué tal, le digo que bien, que qué casualidad, ¿quieres sentarte? - lo siento he quedado con mi marido, nos vemos esta tarde. Creo que no se sentía cómoda. Un oscuro bosque de hayas, después se acababan los arboles, y al poco los arbustos, hacía fresco. Una gran puerta metálica de color naranja, estaba cansado, el último tramo es muy empinado y sin agua. Sed. Volví a esperar en recepción donde de nuevo volvió a recogerme Rosa, sonreí al verla, ella se mostró amable, pero fría, igual que por la mañana, es como si el pequeño encuentro en la terraza nunca hubiese tenido lugar. La señora se había cambiado de ropa, ahora iba con falda y chaqueta, tiene unas piernas verdaderamente atractivas, me invitó a sentarme de nuevo, Rosa salió del despacho y cuando cerró la puerta, continuamos. Más o menos eran las cinco cuando crucé la puerta, seguí andando por el suelo de hormigón, supongo que esto es así para que no resbalen los vehículos. Al acabar la pendiente, se mostró ante mí un valle precioso, miles de metros de césped y flores cruzados por un riachuelo, posiblemente la cascada que se divisaba al fondo, era el nacimiento del río que me había ido acompañando durante toda la caminata, inhalé aire, las montañas que me rodeaban estaban nevadas, hacía fresco. Ella me invita a cenar, yo no tengo ninguna gana, estoy cansado, pero acepto. He quedado con a las nueve. Me voy al hotel, me ducho, me tumbo en la cama y pienso, recuerdo el perfil de Rosa y las piernas de la alemana, no noto que estemos avanzando demasiado en las conversaciones, si no quiero volver el lunes tendría que esforzarme un poco más, parece que su táctica es alargar el asunto. Llamo a mi mujer. Una manada de caballos. Entre ellos me parece ver un caballo jerezano, un efecto óptico, sin duda. Me tumbé sobre el pasto, qué alegría haberla conocido, me había cambiado la vida, esos seis meses de mensajes calientes no me dejaban pensar en otra cosa que no fuese ella y hoy al fin nos podremos tocar, abrazarnos. Hermoso. El taxi me deja en la puerta del restaurante, creo que no he acertado con la ropa. Entro en el sitio ella sale a mi encuentro, está muy atractiva. Cenamos pescado, está todo delicioso. Fuera del trabajo es muy simpática. Tiene casa en Barcelona, cerca de donde yo vivo. Me pregunta, con una sonrisa, si tengo sed. Nos fuimos a tomar algo. Me levanté, hacía fresco, tenía sed y no tenía ni una gota de agua, pienso en el peligro de la deshidratación, me acerqué al río, me amorré y bebí, sobre todo me enjuagué, con tanto caballo me daba algo de reparo, bebí más. Son las nueve, Rosa me acompaña al despacho, Rosa cierra la puerta y Anna me pregunta qué tal me lo pasé, le digo que bien, muy bien (era la verdad). No entiendo la táctica de alargar el tema de las reuniones, no tiene prisa por llegar a un acuerdo, no cabe duda de que es un plan, quiere que me precipite y así acepte algo que no nos sea demasiado conveniente, lo raro es que lo que acordemos nosotros no va a ser nada definitivo. No entiendo su actitud, algo se me escapa. Quedamos por la tarde. Bronca por teléfono con mi mujer. Repito restaurante al mediodía, Rosa está comiendo con un hombre y una niña. Él es muy atractivo. El hombre se levanta, besa a Rosa en la mejilla, coge de la mano a la niña y se van; no sé si ha sido mi imaginación, pero me ha parecido que el beso dio en la mejilla porque ella apartó la boca. Saciada mi sed, me puse a caminar por el valle, pensé en llegar hasta la cascada, caminar hasta el final, empecé a andar hacia el objetivo, tenía que volver a coger la buena cadencia, pasos acompasados y seguros. Pasa a un metro de mí, pero no me dice nada, es posible que no me haya visto, pero me extraña. Miro cómo se va, decido levantarme. Desistí de llegar al final, parecía que estaba más cerca, me di la vuelta, no quería que se me hiciese de noche, tenía una cita en el pueblo a la cual no podía faltar. La tarde fue muy pesada y, como me imaginé, no hemos llegado a nada concreto. Es lunes por la mañana, Rosa me recoge con su postiza y amable sonrisa, le digo que está muy guapa (creo que esto sobraba), entramos en el despacho. Vuelvo a comer al mismo lugar, hoy Rosa está sola, me acerco a ella y le pido disculpas por el comentario matutino, me sonríe con su mejor sonrisa de plástico y sigue comiendo. Salgo a tomar el café fuera. Se detuvo un momento frente a mí, me asusté, sentí algo de miedo, era hermoso y grande, nunca antes había visto un caballo tan de cerca. Se detiene un momento frente a mí y me recrimina que a qué había venido la disculpa, si es que la encontraba fea, si por la mañana la había piropeado por compasión; sin opción a una respuesta, se fue. Me quedé algo aturdido, me di la vuelta despacio y me alejé del animal, me dirigí a la puerta naranja. Rosa me acompañó al despacho como si nada hubiese sucedido; no me atreví a decirle nada. Entro en el despacho, Anna está radiante, pero nada avanza adecuadamente, en todo caso nuestra amistad, pero el envase sigue siendo demasiado caro. Estoy asomado al abismo, el paisaje es fabuloso, mirando el barranco recuerdo cómo fueron aquellos días, las reuniones duraron doce días, muchas noches de copas con Anna y los mediodías comiendo en el mismo restaurante que Rosa sin dirigirnos ni una palabra, en todo caso una sonrisa forzada. ¿Por qué seguí yendo a este restaurante? Recuerdo el jueves en el que llegamos al fin a un acuerdo, fuimos a cenar para celebrarlo. Anna invitó también a Rosa, aquella noche estuvimos más amables, me despedí en un momento bastante alcohólico de la noche, ellas decidieron quedarse, nos intercambiamos nuestros números privados con Anna, me dijo que un día de estos me llamaría para quedar por Barcelona, recuerdo el beso que me dio cuando me iba, me puso los pelos de punta, menuda mujer, me atrae mucho, es muy sexi. Recuerdo perfectamente. Salí del pub y me senté en un banco de camino al hotel, me encendí un cigarro, entonces vi pasar a Rosa, la llamé (cosas del alcohol), se acercó (cosas del alcohol), se sentó a mi lado y hablamos, era una chica divertida, nos dimos los números de nuestros móviles (cosas del alcohol). Me he quedado ensimismado, reemprendo la marcha al pueblo, hace fresco, cruzo la puerta naranja, vuelvo a coger la buena cadencia, parezco un autómata; mientras camino, pienso, recuerdo el primer mensaje que recibí, leí su nombre en la pantalla del móvil, me extrañó, habían pasado dos meses desde las reuniones. Aquel mensaje fue el primero de cientos, de miles de mensajes, en su mayoría calientes, y al cabo de varios meses decidimos encontrarnos en carne y hueso, al fin estaremos juntos, va a ser algo muy especial. Deseo que llegue el momento más que nada en el mundo, voy a acelerar el paso. Entro en el bar del hotelito, saludo, hay gente del pueblo, ella no está. Subo a la habitación, hay dos puertas que dejan entrever luz en su interior, no me atrevo a llamar a ninguna de ellas, la veré en la cena, vuelvo a mirar el móvil, sigo sin cobertura, vuelvo a leer el último mensaje de ayer, el que me llegó en Jaca mientras me tomaba el café después de cenar – ya falta poco, mi amor, mañana estaré junto a ti, te deseo, estoy muy cachonda–. Espero reconocerla, dice que se ha cortado el pelo. Me ducho, estoy muy nervioso. Bajo a tomarme una cervecita antes de cenar. Subo al comedor, hay una pareja con dos niños, deben ser los de Madrid, les saludo. Pido sopa de primero y algo de jamón y queso de segundo. Estoy degustando el queso cuando, detrás de la acristalada puerta del comedor, veo la silueta, es hermosa, me pongo a mil, se abre la puerta y entra, pero no es ella. Acabo la cena, me tomo un café, un chupito, otro. Me voy a dormir y ella no está. Me levanto temprano, bajo a desayunar con la maleta, estoy muy desilusionado y enfadado, he pasado muy mala noche, me siento traicionado, es curioso, el traidor traicionado, traicionado por una mujer que apenas conozco, que lo más que sé de ella es por medio de mensajes, un juego que ha durado seis meses. Creo que ella se ha pasado, no entiendo el por qué. Cojo la sinuosa carretera que lleva a Jaca. Cuando llevo un rato, recién pasadas las Tiesas Bajas, me para la guardia civil y me comunica que ha habido un accidente. Salgo del coche, me quedo mirando cómo los bomberos, dejan un cuerpo sobre el asfalto, la guardia civil comenta que lo han tenido que sacar con la radial, que han tenido que serrar la chapa del coche para poder sacar el cadáver. Un impulso me obliga a correr hacia allí, me agacho delante del bulto y levanto la sábana blanca. Un bombero me aparta de un manotazo, me derrumbo, los guardia civiles me levantan, el bombero protesta, abronca a los guardias por haberme dejado pasar. Mientras me llevan al coche, oigo cómo un bombero comenta que seguramente lleva muchas horas muerta. Un guardia civil me pregunta si la conocía. Le digo que no. Ciertamente Rosa se había cortado el pelo.


martes, 13 de noviembre de 2012

A LA COLA

THE COST OF LIVING. Don Grolnick, piano, Randy Brecker, trompeta, Joe Lovano, sax tenor, Steve Turre, trombón, Marty Ehrlich, clarinete bajo, Dave Holland, contrabajo y Bill Stewart, batería.




Me puse en ella porque una chica con cara de pocos amigos me lo ordenó mientras yo curioseaba. Todo empezó cuando el día 7 de octubre leí aquel anuncio, aquella curiosa nota. Yo estaba en un momento de total estabilidad, todo me iba bien, mis hijos aprobaban todo con notas sobresalientes, Fernando (el pequeño) era campeón de ajedrez, María, una violinista fabulosa, Jorge, un portentoso alpinista (con sus 28 años, tres ochomiles). Con mi mujer todo es amor y abundante sexo maravilloso, un caso curioso según mis amigos de copas de los jueves que, con el paso de los años, han perdido la apetencia sexual; cada vez que hablan de eso, flipo bastante, de hecho, no sé cómo pueden vivir de esa manera. En el banco estoy mejor que nunca, trabajo poco y gano más. Mi mayor preocupación es cómo matar estas horas muertas en la oficina. Ojeo todos los periódicos que me trae cada mañana Luisa, las noticias ya me aburren y últimamente me he aficionado a leer minuciosamente los anuncios. Los del ABC me gustan mucho, pero aquel que leí en la Vanguardia me llamó la atención. En realidad, en un primer momento, me pareció una broma o una tontería: Soy una chica de mediana edad y el día 25 de octubre tengo una cita contigo en el centro aragonés de Barcelona, dejaré que me veas a solas durante tres segundos y será algo que jamás olvidarás, te daré lo que quieres tener y que ya no echas de menos porque, hace tanto que no lo sientes, que ni siquiera lo deseas. No le presté demasiada atención, más bien pensé “una pirada”, pero aquel anuncio se convirtió en un gusano cerebral, lo mismo que te pasa cuando escuchas una canción y no puedes sacártela de la cabeza. El anuncio estaba todo el rato ahí, taladrando mi materia gris, estuvo ahí durante varios días, ocupando gran parte de mi vida. El 25 tenía que estar en Barcelona y, no sé cómo fue, pero pasé por la calle Joaquín Costa, ni sabía que el Centro Aragonés se encontraba en aquel lugar. La cola era impresionante, me puse a curiosear, era un continuo entrar y salir de gente, gente de lo más variopinto; todos ellos en riguroso orden, personas con caras largas, gente sonriente, indigentes, indús, chinos, negros, gentes de todas la razas, también había algún grupo de jóvenes riéndose, universitarios, currantes con mono, freekies, tullidos, un jugador de baloncesto famoso, el Sisa, un sin fin de personas en rigurosa fila india, un resumen de la ciudad y del barrio. Dos municipales. La masa de gente se movía a gran velocidad, entraban y salían sin pausa, era interesante ver como dejaban el lugar, unos sonrientes, otros llorando, otros corriendo. Mi curiosidad empezó a despertar y entonces fue cuando oí la voz de aquella chica que me decía “a la cola, como todo el mundo”. No sé si fue por no llamar la atención o por la voz de mando, pero me puse el último de la fila, en realidad me situé el penúltimo ya que estaba un tal Quim que daba paso a todo el que llegaba y él se situaba continuamente en último lugar, seguro que es un inseguro, el caso es que su cara me sonaba de algo. La cosa iba rápida. Mi turno. Entré. La vi y me dio un vuelco al corazón.

martes, 6 de noviembre de 2012

SOLO



Me encantaba ir con ellos. Mis amigos eran lo más importante. La competición estaba a la orden del día. Yo, igual que los otros, quería ser el más y lo era; siempre sobresalía, era el más certero y me encantaba contarlo, me encantaba vacilar de mis logros. Primero fue en el deporte; era siempre el más rápido, el que más goles metía, tanto en el baloncesto como en los dardos era el que más triples metía, todo era especial, en todo era especial. Cuando empezamos a ir a bares, la competición cambió y por primera vez había un juego en el que no era el mejor; no me sentaba nada bien el alcohol. Suerte que, a la vez, empezamos a jugar a un juego que era más importante que beber, era más valorado: “a ver quién folla más”. En realidad, la cosa, a nuestra edad, era a ver quién follaba y ésta también la gané yo, la metí tan bien y tenía tanta prisa por contárselo a mis colegas que fue meterla y correrme. En la competición nunca se habló de placer, sólo era follar y lo hice el primero y lo hice a gran velocidad. Esta rapidez tuvo sus consecuencias y tuve que casarme con ella; con 15 años dejé de competir, dejé de estar en el juego. Lo mejor de la situación es que me casé para aparentar, ocultar algo que todo el mundo sabía, y a los dos meses de matrimonio perdimos nuestro futuro hijo. El pilar en el que se sostenía nuestro casamiento desapareció. Un día volví a casa antes de lo previsto y la encontré en la cama con Juan, mi colega. En aquel momento me sentó fatal, pero esto me sirvió de excusa perfecta para abandonar aquel sinsentido. En un año pasé de ser el campeón en todo a ser el que la gente miraba con pena. Todos sabían que Juan y Silvia se veían. De hecho, creo que esta relación era anterior a la mía; no me extrañaría que aquel hijo no fuese mío, que aquel ser que iba a nacer fuese fruto del placer y no de mi precocidad, el hijo de un plan. Eso me pasó por chulear y por bocazas, o sea que parte de culpa me toca.
Me fui a vivir a otro sitio y eso con 17 años; todo fue muy rápido, pero fue muy meditado, necesitaba otra oportunidad y no pensaba desaprovecharla, nunca más intentaría ser el mejor, jamás volvería a competir con mi vida. A partir de ahora iba a ser una persona solitaria, sin amigos, a partir de este momento iba a ser yo y nadie más que yo; a partir de este momento sólo yo sabría de mí, no pienso hablar con nadie de mi vida, no pienso hablar con nadie de mi pasado ni de mi presente.
Mi vida sexual era escasa, podría decir que era nula, pero no diría del todo la verdad, la cosa es que le cogí miedo a tener experiencias sexuales compartidas, me refiero a pánico de tener relaciones con otras personas. Supongo que era una fobia causada por la mala experiencia con Silvia, sobre todo el postsexo, lo del matrimonio, los cuernos y todo eso de mi pasado. Pensé que sería mejor, a partir de ahora, tener sexo y que, cuando acabe y mire a mi lado, no haya nadie. Entonces, en esta nueva oportunidad que me estaba dando, decidí sólo practicar sexo en solitario, que también puede ser satisfactorio y suficiente; sobre todo no acarrea problemas con segundos. Me convertí en un experto en el tema. Después de varios años de masturbaciones, llegué a desarrollar mucho mi imaginación.
Los primeros años de mi nueva vida fueron muy solitarios, sólo salía de casa para ir a trabajar y a comprar. Cuando apareció Internet aún se convirtieron en más solitarios; empecé a comprar desde casa, también empecé a trabajar en casa, llegó un momento que sólo salía a por el pan, cada día iba a una panadería diferente para no entablar amistad. Está claro que me había convertido en un solitario. Al igual que en mi vida sexual, todo yo era querer estar solo y me gustaba. Pero hubo algo que me obligó a salir, porque aunque para mi sexo no necesitaba de nadie, mi método para disfrutar plenamente de él, dependía de mi imaginación. Los preámbulos eran siempre los mismos, me tumbaba en la cama desnudo y boca arriba y en este momento me imaginaba una historia, casi siempre era que por casualidad conocía a alguien y acababa con ella haciendo el amor. La pareja de la historia, la cara de la persona que iba a compartir mi soledad era siempre alguien de la vida real, pero llegó un momento que toda la gente de mis historias eran las personas que veía comprando el pan o me cruzaba por la calle cuando iba a comprarlo y eso me empezó a aburrir. Entonces fue cuando decidí salir, decidí que saldría una vez por semana, pero por la noche, un horario diferente, gente diferente. Por la noche, aunque mi plan era sentarme en un rincón y observar, era consciente de que es más difícil evitar las conversaciones, siempre puede haber un pesado que te obliga a hablar, por lo que me inventé un nombre y un pasado; pensé que eso me evitaría problemas.
Me sentaba en un rincón de la barra y observaba a la gente, sobre todo a las parejas, veía como se iban juntos y esa era mi historia, me imaginaba que la chica entraba sola en el establecimiento y se sentaba junto a mí y era yo el que se iba con ella. El sistema funcionaba a las mil maravillas, nunca antes había disfrutado tanto. De hecho, mi imaginación funcionaba tan bien y tanto me metía en las historias, que casi parecían reales, me parecía notar sus cuerpos calientes y sus labios húmedos, era magnífico. Luego, cuando todo acababa, el silencio. En aquel momento pensé que no podía existir nada mejor. Hice un itinerario de ocho lugares que repetía en estricto orden, una ruta circular. Llevaba un par de años haciendo el recorrido, un sitio por semana: un sitio, una aventura. Todo era normal hasta que, un día, entré en el establecimiento, me senté en mi sitio habitual, entró la chica de la primera noche, se sentó a mi lado y nos fuimos juntos a mi casa. Después del orgasmo más placentero de mi historia, ella estaba a mi lado. La semana siguiente fui al ulterior garito de la lista, la morena de mi segunda aventura entró, esta vez sin pareja, se sentó sola, tal y como lo había imaginado en mi historia, se pidió un benjamín, se acercó a mí y me dijo si la invitaba, nos fuimos juntos, me llevó a su casa, en el ascensor le metí mi muslo entre su entrepierna mientras nos besábamos, ella se restregó con fuerza y ansiedad, antes del cuarto, su primer orgasmo, después, al entrar en el piso, le arranqué la camisa, volvió a gemir mientras le comía los pechos, ya desnudos, en la cama; me pidió que la penetrase y este fue su tercer orgasmo, al rato coincidimos los dos y esta fue mi mejor experiencia hasta aquel momento, ella seguía estando junto a mí.
Al día siguiente me asusté, las historias que me había estado imaginando, por no sé qué causa, se estaban convirtiendo en realidad. Intenté tranquilizarme, sólo habían sido dos y quizá los hechos habían sido guiados por mí, una casualidad guiada. Esperé a que fuese jueves para ir al tercer garito. Si esta vez volvía ocurrir, estaba claro que tenía un poder o se me había otorgado un premio. Tenía algo de miedo, nunca había imaginado que estas cosas podían suceder, pero la verdad es que me lo había pasado muy bien y sólo pensar en que las historias que había imaginado podían volverse reales me ponía los pelos de punta. El jueves me duché, cené algo y salí, seguí las pautas que hice el mismo jueves de hace dos años, recordaba perfectamente la historia que en teoría me tocaba vivir hoy. Entré en el bar a la misma hora, el sitio donde me senté en la otra ocasión estaba ocupado por un chaval joven, así que me puse en otro lugar. Entonces entró una chica que conocía perfectamente y se sentó junto a él. Yo permanecí toda la noche en mi nuevo lugar, ¿esto podría cambiar las cosas? Ellos se levantaron y se fueron juntos. Mientras salían vi como la chica daba una palmadita al trasero respingón del joven muchacho. Yo seguí en mi sitio, el bar se fue vaciando, nos quedamos sólo el camarero y yo, él se acerco a mí y sirvió dos chupitos de ron, nos los bebimos de un trago sin mediar palabra y entonces fue cuando me dijo si me apetecía pasar la noche en su casa.  

martes, 30 de octubre de 2012

EL CIERZO

Foto de Ángel Fernández

Cierzo. Cuando empieza el maldito aire a soplar, me siento mal, me molesta. No sé cómo se puede querer a este maldito viento. Maldito frío. El aire del Moncayo te machaca el cerebro y te dobla el cuerpo, sus efectos sobre los humanos son irreversibles. Hay gente que ama este fenómeno meteorológico, en realidad no saben el por qué de ese irrefrenable e ilógico querer. Yo voy a intentar aclarar el dilema.
Hay muchos estudios realizados al respecto. En el ADN de ciertas personas, está inscrita a hierro candente la información genética de sus antepasados, de la cual han heredado información de los tiempos en que el Cierzo le daba la vida al individuo de la ribera. El amor al Cierzo es signo casi inequívoco de que la persona que lo siente es descendiente directo de alguna de las tribus que poblaban la ribera del Ebro. Los efectos secundarios del Cierzo, que actualmente se sabe que son claramente nocivos, eran de gran ayuda para la supervivencia y posiblemente sea lo que ha logrado mantener a esta raza hasta nuestros días (no voy a valorar si esto es bueno o malo para la humanidad).
No vayáis a pensar que este aire es exclusividad de Zaragoza, pertenece a todo el corredor del Ebro y nadie que vivamos en esta franja, Reinosa, Miranda, Haro, Tudela, Rivaforada, Novillas, Fuentes, Flix, Ascó, Amposta o Deltebre, por citar algunos lugares, nos salvamos de él, ninguno nos liberamos de sus nefastos efectos, claro está que, cuanto más cerca estés del río y cuantas más generaciones lleves en la ribera, más arraigados estarán estos sentimientos, perdón, efectos, en tú genética.
Desde el Adán y la Eva, el valiente ha sido alguien valorado por todos, aunque últimamente está ganando puntos la antigua creencia de alguna de las tribus de zonas costeras, que siempre aseguraron que valiente era sinónimo de descerebrado. Este aire ha sido para la gente de la ribera como la poción mágica de Panoramix para los de Asterix, el Cierzo te convierte en valiente (pero sin la fuerza que te hace invulnerable). Durante muchos siglos, el efecto que ha causado sobre los ribereños ha servido para salvarles la vida, daba un arrojo que les servía para ganarse el sustento en un lugar inhóspito donde la falta de alimento estaba a la orden del día, donde pocos metros más allá del río (efecto del fuerte viento que todo lo seca) nada crecía ni nada vivía aparte de insectos, alacranes y algún que otro pequeño mamífero, rápido y escurridizo, que nunca los lugareños lograban cazar; había que tener mucho valor para atreverse a sumergirse en las aguas del rápido y turbio río y meterse bajo las rocas para sacar los peces que allí se arrinconaban. Esta valentía se ha utilizado también para competir entre los más jóvenes y también para rondar a las chicas (ellas también están afectadas por el síndrome). La competición entre chicos, que actualmente aún perdura, viene claramente de cuando el más bruto era el que mandaba, claro que este sistema de elección de jefe llevó a que, en alguna zona de la ribera, las tribus se viesen mermadas hasta casi desaparecer; de hecho se piensa que, si no hubiese sido por el alto sentido de supervivencia de las hembras, muchas de las poblaciones, aún ahora existentes, habrían desaparecido. Suerte que a ellas no les importó fornicar con machos de otros pueblos adyacentes; esta teoría mantiene a su vez que estas hembras no se dejaban fecundar por los vecinos por amor, sino sencillamente para poder preservar la población. Eso lo hacían cuando los hombres del poblado, mandados por el jefe, se iban a cazar y en ocasiones no volvían o volvían a los meses. Otra teoría sostiene que se apareaban con los de las poblaciones colindantes por despecho, por el abandono sufrido. Y hay una tercera teoría que asevera que lo hacían con esos porque eran mejores amantes, porque les daba más gustito. Fuese cual fuese la auténtica causa del por qué las ribereñas eran dadas a fornicar con forasteros, ésta carece de importancia en este asunto, ya que aunque este vaivén con los habitantes de otras poblaciones salvó algún núcleo poblacional, hubo poblaciones que desaparecieron o estuvieron a punto de hacerlo. Los motivos fueron varios, no penséis que era porque las integrantes de estos poblados se dedicaron a esperar fielmente a sus parejas (la fidelidad no era aún un término acuñado, esto llegó con las creencias religiosas y el pecado), sino porque la población más cercana estaba demasiado alejada para saber de su existencia. En un principio, se impuso una teoría que aseguraba que los núcleos que desaparecieron o casi lo hicieron se debió a las brutales luchas que tenían para lograr el poder los machos, pero con el tiempo se ha sabido que, siendo cierto que esto mermaba algo la tribu y aumentaba el número de tullidos, lo que hizo que desaparecieran fue esencialmente un motivo que desencadenaba en otros dos. En muchas ocasiones el más fuerte, el más bruto, el que se ganaba el respeto de la tribu a base de bofetadas, el jefe, el que tomaba las decisiones, resultaba que también este individuo dominante era a su vez el más afectado por el Cierzo y, en consecuencia, no era de los más inteligentes del grupo. Sus decisiones y planes de caza en una zona de escasez no siempre eran los más acertados y eso lo sufría el grupo. Este tipo de decisiones hacía que el grupo se perdiese, en ocasiones para siempre, instalándose en otro rincón del río y extinguiéndose en pocos días, se agotaban de tanto intentar tener descendencia para crear un nuevo poblado, tanto se obcecaban en ello que no les quedaban fuerzas para cazar y morían de hambre. Eso, además, como antes he explicado, hacía que en el poblado sólo quedasen mujeres. Éstas, si no lograban encontrar varón alguno, también desaparecían. Claro que ellas supieron vivir confortablemente hasta su extinción, se sabe que estas tribus formadas por chicas eran más avanzadas que las de los chicos, tanto en la elaboración de semillas o en la pesca, como en el sexo, el cual utilizaban exclusivamente para darse placer o entrar en calor en las largas noches invernales. También descubrieron que las grandes setas que nacían en los chopos servían para mantener la lumbre con vida sin tener que estar preocupándose de ella continuamente. Estas tribus de chicas, se piensa que algunas lograron cazar a un macho para, con un único y bien elegido ejemplar, volver a crear una nueva población mixta. La otra causa de desaparición de tribus, hecho directo también de la mala decisión del macho dominante, fueron las vecinas: aún siendo muy primitivas, no les gustaba nada que las mujeres sin machos viniesen a copular con sus bárbaros y convencían a estos de que lo mejor era exterminarlas y quedarse así con sus bienes e hijos varones. Hay un caso en que las nuevas convencieron a los machos de la exterminación de las viejas, este pueblo se llama jhsdsasdbv de Ebro y exterminaron a las de hidsfg de Ebro.
No se sabe de manera muy precisa cuando sucedió, pero hubo un día en que la creencia religiosa se apoderó de la ribera, el nacimiento de un fervor religioso hizo cambiar la manera de elegir jefe y el bruto dejó de mandar en las tribus, mando que recayó en el brujo, chamán, curandero o religioso (no está claro su nombre en la época); aunque el bruto seguía siendo un elemento importante en el grupo, el bruto se seguía sintiendo el más fuerte y no perdía ocasión en demostrarlo. Esto, el nuevo tipo de jefe sabía cómo utilizarlo y lo hacía sobre todo cuando había que hacer algo muy arriesgado y en un principio no se veía a nadie demasiado dispuesto a llevarlo acabo; entonces, el jefe pronunciaba las palabras mágicas “a que no te atreves a...” y eso era infalible, de hecho, actualmente aún se puede seguir oyendo la frase dicha por algún habitante de la zona, también los niños la siguen utilizando en sus juegos infantiles, herencia clara de tiempos pasados. El efecto Cierzo en el cerebro, en la mente del hombre del pasillo del Ebro era un plus, pero esto ya no es un valor en alza, claro que los efectos que provoca en el ser humano siguen totalmente vigentes, la diferencia de carácter entre los de la ribera y los demás seres de la población mundial es notable, muy notable. Hay lugares donde han hecho pruebas y experimentos que no dejan ninguna duda sobre el efecto nocivo del Cierzo en el ser humano y eso es algo que nos debería preocupar a los que habitamos en la zona. Ha caído en mis manos el resultado de un experimento que me da miedo mostraros. Bueno, cuento el experimento, pero no os voy a dar el resultado final para que no cunda el pánico: Hace 30 años cogieron a tres hermanos, unos trillizos africanos y los separaron, enviaron a cada uno de ellos a un sitio del planeta, uno a un pueblo de mil habitantes de nuestra ribera, otro a un pueblo de la misma cantidad de habitantes en Siberia y otro de las mismas características en Grecia. Los tres niños crecieron sanos. Hace 10 años cogieron a tres asiáticos de 17 años, ellos del mismo pueblo y de mismas creencias, físico y carácter parecido, y los llevaron a los mismos sitios que a los trillizos y hace dos hicieron lo propio con tres californianos de 30 años (estos últimos cobraron una pasta). Hace unos días, se les hizo un test a los nueve elementos con las mismas preguntas, sobre todo eran preguntas enfocadas a buscar los posibles efectos diferenciales que se hubiesen podido meter en su yo interno. Lo dejo así, quizá algún día os cuente algo sobre los resultados de este tremendo experimento. Sólo os puedo decir una cosa, yo intento esconderme lo máximo posible del Cierzo. Me voy a la cama y me despertaré cuando pare.
Tiene sus ventajas: la ropa se seca echando virutas.

martes, 23 de octubre de 2012

DEJAR DE FUMAR


Paso a contar la historia que cambió mi vida.
Yo era un tipo amargado, apenado, desengañado de la vida, de la gente, inadaptado, aburrido de mi trabajo, de mi mujer y de otras cosas. Un día decidí hacer algo al respecto. Tenía que ser algo importante, pero que no me costase mucho lograrlo, que no me costase mucho sacrificio y a la vez que no me costase dinero. Dejar de fumar es relativamente sencillo, eso me puede valer (pensé aquel día). Sopesé los pros y los contras y todo eran ventajas: tu cutis se recupera, tus pulmones se recuperan, tu economía se recupera, tu olfato se recupera, tu gusto culinario se recupera, tu forma física se recupera; vamos, que es un delicia, la superrecuperación, el reciclaje más barato que puede existir, un reciclaje que escapa (importante para mí) al capitalismo, sin clínicas, sin gastos adicionales, simplemente hay que decidirlo y hacerlo. Dejar de fumar sólo tiene un camino recto e inequívoco hacia la felicidad y, además, si no lo logras ¿qué pierdes?
Recuerdo todos los pasos que seguí. La ansiedad es lo peor, esto lo solventé a base de Chupa Chups. Cuando mi barriga adoptó la forma de dicho producto, decidí pasar a comerlos sin azúcar, os puedo asegurar que son difíciles de conseguir, aparte de que son más caros incluso que el tabaco. Yo hacía esfuerzos, quería mi reciclaje, los hacía de todo tipo, pero la barriguita ya se había instaurado, un delirio, yo que siempre había sido un palillo, pasé a ser un Chupa Chups. Convencido de que mi forma de caramelo con palo era provocada por una extraña alergia a dicho producto, decidí dejarlos. Doble ansiedad, dejar otra adicción, volví a pensar en todos los pros, quería reciclarme, reconvertirme, me puse manos a la obra con fuerzas renovadas. Decidí hacerle caso a un conocido, conocedor de adicciones. El nuevo plan era, como aseguran los cánones (según él), beber agua cada vez que tuviese ganas de fumar; se acabaron los chupas. Pero el agua no calmaba mi ansiedad, además leí no sé dónde que no era bueno beber el agua a litros y yo ya pasaba de ocho al día, todo el rato estaba en el lavabo y mis compis de curro, aparte de que mi mal humor a causa de la doble adicción estaba afectando aún más a mi relación con ellos, se creían que me metía al lavabo a fumar (la que fuma en el lavabo es Beatriz). Decidí dejar el agua. La cambié por la cerveza, pero con esto tampoco dejé de ser un Chupa Chups. La ansiedad me podía, recurrí de nuevo a lo dulce: el mono, la castellana, Marie Brizard, Pimermint, orujo de hierbas... nada de eso evitaba mi sufrimiento. Me pasé al whisky, al ron, el vodka, todos ellos por separado y después arrejuntados. Me despidieron del trabajo, menudo chasco se llevarían al ver que el tufo a tabaco del lavabo no desaparecía. Ja. Las mañanas después de aquellas largas jornadas alcohólicas eran un poco movidas, literalmente movidas, mis manos no paraban de moverse, se me caían las cosas; eso lo solucioné desayunando carajillos.
Me pasaba todo el día en un lugar raro, que ni siquiera yo sabía dónde se encontraba. A los seis meses me dejó mi mujer. Para desahogarme empecé a frecuentar prostíbulos (otra adicción más).
Una noche me encontraba en este lugar que no sabía dónde se encontraba, estaba tumbado y frío cuando algo se acercó a mí, más bien alguien, un ser alto, vestido de un blanco ariel y me dijo: hijo mío, todos los pros de dejar de fumar, en tu caso, son mentira, una patraña, mira cómo te encuentras, estás arruinado, eres multialcohólico, eres impotente y lo triste es que sigues yendo con prostitutas las cuales te quitan el poco dinero que tienes sin ni siquiera sobarte, te han dejado todos tus seres queridos, no te fían más en el bar, duermes en la calle. Por amor de Dios (os juro que estas palabras sonaban como en un pabellón de baloncesto vacío) VUELVE A FUMAR. Me levanté, tiré y fallé, salí a la calle, cogí una colilla del suelo; me supo a gloria.
La verdad es que esto es lo mejor que me ha pasado en la vida: me he ventilado al ogro de mi mujer, he cambiado de trabajo, ahora soy una persona totalmente adaptada a la sociedad, consciente de mi impotencia, no me acerco al amor, cosa que me ahorra mucho sufrimiento interior. Esta experiencia me ha servido para readaptarme, me he reorganizado. Ahora soy fumador, alcohólico y comedor de Chupa Chups, pero cada cosa en su momento. Vi la luz y me ayudó, espero que esta historia os sirva de ejemplo, los pros y los contras de las cosas no son siempre iguales para todos. Al fin soy feliz.

martes, 9 de octubre de 2012

HIPOCRESÍA ROJA

El Colgao. Pedro Lacarra, saxo, Diego Martínez de Pisón, guitarra, Coco Balasch, bajo y Jesús Fandos, batería.

No sé si es buena idea; me habría podido regalar un libro como todo Dios en lugar de una camisa. Es lo que hay. Puto Rubén.
Un quiosco, voy a comprar el periódico – Hola, ¿podría venderme el Público? (¿me está mirando raro?, debe ser la puta camisa de Rubén, efectivamente creo que no ha sido buena idea ponerme esta mierda de maricón).
– ¿No tiene el Público? (¿el tío ha esbozado una sonrisa?)
El quiosquero - No, no lo tengo, ya no me quedan (sonrisa).
Este tío es gilipollas, acaba de abrir y dice que no le quedan, ¡anda que le den por el culo!, además no sé qué coño mira, debe ser la puta camisa, ¿no podía haberme regalado una camisa azul o a cuadros?, puto Rubén, no ha sido buena idea despertarse tan temprano.
Yo al quiosquero - Pues nada, a pasar buen día (que te jodan).
Me meto en un bar, pone que tiene wifi, este chino no cierra nunca o madruga como un capullo.
- Hola, buenos días, me pongo en esta mesa (el chino habla todo el rato con un marcado acento).
El chino se acerca a mí - ¿Quieres algo?
Yo - (no va haber manera de leer el periódico) Sí, hummm, cualquier cosa fresca.
Él - A estas horas no hay cerveza.
Yo - (este es aún más capullo que el del quiosco) - Tráeme un refresco - (no sé a qué ha venido lo de la cerveza, capullo) ¿me das la clave de la wifi, por favor?
Él - Ahora te la traigo
Vuelve el chino.
Él - Toma, (me deja una lata) ¿quieres vaso?
Yo - (joder, una cocacola, mierda) No, o mejor sí, ¿la clave, por favor?
Él - Te he dejado el papel
Yo - Lo siento, no lo había visto. Gracias.
No hay manera de que funcione la puta internet. Internet sigue sin conectar. Ahora. Me trae el vaso, me lo deja al lado de la puta lata.
Él - ¿Quieres hielo?
Yo - (joder, es un puto pesao) No, sólo el vaso, gracias (¿cómo pensaba traerme el hielo? ¿en una cubitera?)
Él - ¿Me pagas ahora o cuando te vayas?
Yo - (no me lo puedo creer) Cóbrate. Le doy 5 €.
Él - Ahora te traigo el cambio.
Yo - No hace falta, ya está bien, me conformo con que toques la campana.
Él - ¿Qué?
Yo - Nada, que te puedes quedar el cambio, gracias (no se enteran de nada, putos chinos, capullo).
Al fin, el Público. Me encanta leer esta basura, putos mentirosos de mierda “Ofertón Viajes Halcón, atrévete: ida y vuelta en el día, te vas a las 10,30 y vuelves a las 23,45. Viaja a Londres en el día por 100 €”.
Se me ha caído la cocacola, joder, mi pantalón. Joder. Que le den por culo a todo, me voy a coger el metro. A la mierda el metro, me pillo un taxi, no sé para qué coño he venido al puto centro. Joder, puta mancha.
Ofertón en pantalones Levis de colores.
El de la tienda - ¿Desea algo el caballero?
Yo – (puto maricón) ¿Me enseñáis los pantalones de la oferta, por favor?
Él – ¿Qué talla utiliza el caballero?
Yo – La 32.
Él – !Huy! De ésta sólo me quedan estos.
Yo – (Joder, puto coloracho. El precio es cojonudo) Bueno
Me deja el pantalón en el probador de en medio Se queda en la puerta, la puerta no cierra bien, el puto maricón no me quita ojo.
Él - Le quedan perfectos, sin duda es su talla.
Yo – Cóbrate. Me los llevo puestos (puto color de mierda, puta camisa, puto Rubén).
Él – 69,99 €. por favor.
Yo - (seguro que el precio lo ha puesto él, como se pase le meto) Toma. Quédate el
céntimo. Adiós y gracias.
Él – Vuelva cuando quiera. Hasta luego. Le quedan de fábula.
Yo – (le metería una hostia) Adiós, muy agradecido.
A ver si pasa un taxi. Me veo reflejado en un escaparate, la verdad es que no me queda del todo mal la ropa. Hostias, el ofertón de Viajes Halcón.
Hola, buenas.
El halcón – ¿Qué desea el señor?
Yo – (otro maricón, está petao) ¿Cree que aún puedo llegar para el vuelo de Londres?
Él – Si le llamo a un taxi, no tendrá problemas.
Yo – Pues ya puedes llamar. Ten los 100.
Voy a dejarme olvidados los pantalones manchados en el taxi.
Él- Ya. Son 17 con 30.
Yo – Dieciocho. Ya está bien
Él – Gracias.
Aún tengo tiempo. Voy a pillarme el Púbico. Este quiosquero parece más amable. Hace seis meses que dejaron de publicarlo. Joder, ya están embarcando. Voy. Ya hemos despegado. Ya hemos aterrizado.
Taxi, taxi. Ostias... a London, plis.
Joder, cincuenta libras, me ha pillado los euros, putos ingleses siempre llevando la contraria al resto del mundo. Joder si no he llamado a la oficina. Hostia puta, no tengo línea. Puta Inglaterra. A ver, ahí, puta cabina, a ver, joder. Bueno, ya está, voy a subirme a un autobús de dos pisos. La gente me mira. Tengo hambre. Un filete de carne de caballo sangriento con patatas (no debí dejar la academia de inglés), un pastel de cerezas. Joder, la lengua de los Rollings, actúan a las siete de la tarde, manda huevos, un concierto a las siete de la tarde, voy a pillarme una entrada. Me meto en la cafetería, un té rojo. A las cuatro juega el Liverpool, me voy a verlo, el portero es Reina. Un camión de bomberos, hostia un Ferrari, ¡la puta! Papá Noel, ¿qué coño hace Papá Noel el 26 de julio?, están piraos, coño de ingleses. Me meo, voy a tomarme un bitter. Tangana en la puerta del estadio, me caigo, sangro, me la chupo, no es nada. Puto Reina, tres, le han metido tres, tres tiros, tres goles, no me extraña que el portero de la roja sea Casillas. A los Rollings. Conciertazo. Taxi. Avión. Taxi. Madrid. Tengo hambre. Entro en el Vips, una ensalada de tomate y una hamburguesa, joder, está sangrante y el ketchup es una puta mierda. Puta mierda, no vuelvo a entrar en este puto sitio.
  • ¡Camarero! Por favor ¡Camarero!
  • ¿Qué quiere el caballero?
  • ¿Le quedan tartas?
  • Tarta de fresas
  • Vale, gracias

Se sientan dos a mi lado, empiezan a hablar de la patronal, putos rojos de mierda. Como no se callen, les meto.
Uno de los dos – ¿Tienes fuego?
Yo - No fumo, lo siento (a ti te voy a dar fuego, puto palurdo comunista, de ti me voy a fiar, tú te vas a ir a la calle con mi Ronson recién pillao en Londres)
Siguen hablando; ahora de fútbol, son del Atlético, perdedores. Me voy a casa. A ver si pillo un taxi. Pillo un taxi. Cada vez que paso por las Ventas, se me pone el pelo de punta.
Taxista – Cada vez que paso por las Ventas se me pone el vello de punta.
Yo – Justamente en esto estaba pensando, mire, mire mi brazo.
Él – Mire, mire el mío. Da gusto encontrarse a gente de verdad. Ahora está todo lleno de maricones
Yo – Oiga, ¿se puede fumar en el coche?
Él – Lo que quiera. Usted lo que quiera
Yo - ¿Quiere un puro? ¿un habanos?
Él – Venga este habanos. Joder, estos putos comunistas saben hacer cigarros.
Yo – Ni que lo digas. ¿Te apetece follar?
Él – No me jodas que eres un maricón
Yo – Pero ¿qué dices? Que te invito a unas putas
Él – Jajaja. Pues claro. Es que así to de rojo, a primera vista parecías un poco amariconao
Yo – No me jodas. Es que me he manchado el pantalón y he entrado en una tienda antes de irme a ver al puto Liverpool que hoy jugaba en Londres y el puto maricón del tendero me ha endiñado este pantalón diciéndome que era el único que le quedaba de mi talla, cabrón de mierda, porque tenía prisa o si no...



miércoles, 3 de octubre de 2012

TRES HERMANOS.



Rabo de nube, Charles Lloyd, saxo, Geri Allen, piano, John Abercrombie, guitarra, Marc Johnson, contabajo y Billy Hart, batería.


Con los años, acabas admitiendo que la familia es inseparable, que la familia es la familia y no hay tu tía. Ahora sé que los tres hermanos, nunca nos separaremos.
Entre hermanos, hay cosas que suceden que rompen la armonía familiar y casi siempre es el hermano mayor (yo) el que hace de reconciliador. Podría citar varios ejemplos en los que he tenido que aplacar mi ira interior por el bien familiar, sabiendo que tenía razón en algo o viendo cosas muy mal hechas por parte de algún miembro de la familia, normalmente el más menudo. Menudo. Pero yo le he perdonado de corazón una y otra vez, ya se sabe que algunas personas de jóvenes están perdidas, confusas, aún están en pleno aprendizaje, y aquí es donde entra la enseñanza, el mostrarle el buen camino, y esto es labor de los padres (en nuestro caso inexistentes), pero también es labor de los hermanos mayores. Yo, como hermano mayor, en ocasiones, he tenido y tengo aún que enseñarle, al igual que hice con el hermano mediano en su día, mostrarle que no todo se puede conseguir; que, en momentos de la vida, la realidad te cae con todo su peso, que este mundo no es jauja, que alguna vez se encontrará solo ante los peligros, que yo no voy a estar continuamente a su lado para ayudarle, que no puedo hipotecar mi vida por muy hermano que sea. Por mucho que intentaba hablarle de la vida, su alocada cabeza no estaba centrada, sólo pensaba en divertirse y disfrutar. Yo era consciente de que, si no ponía freno a esta vida de lujuria, depravación, licores y bailes hasta la madrugada, un día se hundiría; llegaría un día que miraría a su alrededor y se encontraría solo y viejo, y eso nunca quise que sucediera. Por eso ya hace unos años, vaticinándole un final nefasto, tracé un plan, toda la familia en casa se tendría que poner a estudiar música y después montar un grupo. De paso, dejé bien claro que este grupo tenía que ser reflejo de una familia unida, que nos íbamos a mostrar al público, mostrar nuestros logros a unos desconocidos, enseñarles el resultado de nuestro éxito familiar, abanderados de nuestra hermandad sin igual. Pero para lograrlo dejé claro que las bromas se habían acabado y que teníamos un objetivo que cumplir, que iba a ser difícil, que serían muchas horas de ensayos y muchas horas de estudio, momentos de desilusión y dudas, pero también les dije que en mí, en estos momentos, siempre encontrarían un hombro donde llorar y un bastón donde apoyarse. Después del discurso, vi la ilusión reflejada en sus ojos casi llorosos por el nuevo proyecto de vida que íbamos a emprender juntos. Pero había una cosa que debía afrontar en soledad antes de subir a un escenario, para asegurar el éxito que esta aventura nos iba a reportar. El amor que siento por ellos fue lo que me dio las fuerzas y el valor para poder afrontar mi viacrucis particular, una tarea que sólo yo debía llevar a cabo, una cosa que tenía que hacer; este tipo de cosas que sólo los hermanos mayores conocemos y hemos sufrido, estas misiones que emprendemos en solitario para cobijar a nuestros hermanos más pequeños y evitarles la desesperación y el sufrimiento. Estuve dos noches sin dormir, 60 horas de insomnio, todas estas largas y dolorosas horas además sin probar bocado, me sentía desfallecer, casi marchito, mi vida estaba a dos pasos de desaparecer, nunca antes estuve tan de cerca de la muerte, logré ver la luz y el túnel, os puedo asegurar que existe (el túnel final), luché con todas mis fuerzas, me abrazaba a la vida con manos, brazos y piernas, no podía dejar huérfanos a mis hermanos, un pensamiento que se repetía una y otra vez en mi mente, golpeándome cual martillo pilón “huérfanos”, “hermanos”, “huérfanos”, “hermanos”, “hermanos”. Caí en un profundo sueño, donde pesadillas delirantes, supongo que provocadas por mi debilidad física, me envolvían, recuerdos distorsionados de mi vida junto a ellos, ”hermanos”, “hermanos huérfanos”; sufría al verlos solos, sin mí, desamparados. En mi delirio se coló un número, mi número de la suerte, el número, este número mezclado con el pensamiento, “hermanos huérfanos” y el número “tres”, se convirtió en un mensaje de muerte, de desdicha, sentía que mi corazón se apagaba y la pesadilla delirante sólo me entregaba esta frase de muerte y desesperación “tres hermanos huérfanos”, “tres hermanos huérfanos”, palabras que rebotaban con violencia dentro de mi cabeza, palabras de dolor y desesperación. Yo luchaba contra el evidente desenlace, luchaba cada vez con menos fuerzas y fue entonces cuando comprendí que aquel no podía ser un mensaje de muerte, si sólo yo iba a morir ¿por qué el tres?, no tenía ningún sentido (tampoco tenía sentido el “huérfano” ya que yo era hermano y no padre, cosas de los sueños) el tres representaba la vida y no la muerte, de repente la solución al enigma apareció ante mí de manera tan luminosa como el túnel de la muerte al cual algún día he de volver, si éramos tres no podíamos ser huérfanos, simplemente somos “tres hermanos”. Al fin había encontrado el nombre que abanderaría nuestro proyecto, el nombre por el cual seríamos conocidos y reconocidos: “Tres Hermanos”. Acabada mi búsqueda, me levanté del suelo donde estaba tumbado y rebozado en mis propios vómitos y sudores, me metí en la ducha, disfruté de ella, me vestí con mis mejores galas y entré en el restaurante Los Templarios de la avenida Valencia, me comí dos codillos consecutivos regados con un crianza riojano y un par de orujos para acabar. Sé que a alguna persona le parecerá exagerado lo sufrido para buscar un simple nombre de grupo musical, sé que habrá gente a la que quizá le parezca casi sin importancia lo del nombre, quizá desde fuera se vea sin trascendencia, pero es lo primero que se ve de nosotros y tiene que ser perfecto o cuando menos lo más cerca posible de la perfección. Llegó el primer ensayo y les presenté el nombre “Tres Hermanos”, recalqué que no podría ser cambiado por ningún otro y menos por el de “mujeres” (cosa que pretendió el pequeño), que nos llamaríamos “Tres Hermanos”, que se acabaron las mentiras en la familia (lo de “mujeres” sirva como ejemplo).
Creo que el plan, que ya pusimos en práctica hace unos años, ha obtenido resultados positivos, me parece que le ha hecho mucho bien a él (el pequeño), pero también a nosotros, nos ha unido. Aunque ha sido un trabajo duro (sobre todo para Luis y para mí). Decidimos darle el protagonismo para que se sintiera importante, grande, que notase que confiábamos en él (Greg), queríamos que hiciese de líder (en eso nos ha fallado continuamente), en muchas cosas nos ha dado alegrías. También, a su vez, este grupo nos ha dado la oportunidad de poderle mostrar que el camino recto y el sacrificio que supone hacer un trabajo bien hecho, siempre te recompensa. También he cambiado algo mi actitud hacia él, ya no le digo sí a todo, en ocasiones le muestro la verdad, el cómo son las cosas, en el fondo porque me siento culpable de haberle protegido demasiado, de haberle mimado, de haber sido demasiado tolerante con él, pero ahora pienso que hemos adelantado mucho en su problema, y eso demuestra que todo tiene remedio. Es cierto que últimamente le ha dado por afirmar en voz alta y ante todo tipo de persona que el nombre de “Tres Hermanos” fue idea suya, pero eso es otro tipo de problema, algo más complejo, un tipo de rencor guardado, un rechazo, unas ganas de agredirme que ha desarrollado hacia mí, posiblemente a raíz de mi cambio de actitud hacia él por haberle apartado de su vida; algún día volverá a la realidad, estoy seguro que dentro de poco lo veré arrodillado suplicándome perdón por haber intentado dañar mi honor ante todo tipo de audición.
Volviendo a lo serio. La labor de aprendizaje, mansedumbre, alejamiento del alcohol y depravación ha sido una labor que he compartido con Luis (antes tuve que hacer algo similar con Luis). Una labor que hemos hecho sin hablar, sin plan previo, pero siendo conscientes los dos de lo que teníamos que hacer por el bien de nuestro hermano pequeño. Me siento muy orgulloso de estas cosas, aunque en realidad también me traen otro tipo de reflexión que no me gusta tanto, pero cada familia es un mundo. Voy a explicarme. La cosa, lo que no me gusta, es que la historia que pasaré a contar a continuación, demuestra a las claras, que en nuestra familia la comunicación es escasa, por no decir nula; tenemos un verdadero problema de comunicación, aunque mucho amor. Lo positivo es que, aún sin hablarnos, obramos de buena fe y de manera conjunta para ayudarnos (me gustaría que algún día me ayudasen a afrontar el pequeño problema que tengo con el orujo blanco). Esto quedó claro en aquella ocasión que, tanto Luis como yo, llegamos a la misma conclusión y decidimos darle una lección práctica de lo que es la vida, de lo que podía depararle el futuro si seguía con esa vida.. Decidimos mostrarle lo que se siente cuando uno está solo, solo de verdad, cuando has perdido a todos tus seres queridos, el apoyo de todos, teníamos que mostrarle que o se esforzaba o ese tipo de cosas le ocurrirían continuamente. Antes de una gran actuación en la Campana de los Perdidos de Zaragoza, teníamos una entrevista pactada en una radio de Zaragoza, el plan era unas preguntas y un par de canciones en directo. Greg me llamó y me dijo que Luis no podía acudir a la radio, no recuerdo cual fue la excusa que se inventó (Luis), pero a mí se me encendió la luz, vi claro el camino que me mostraba Luis, veía de forma inequívoca la lección que Luis había decidido darle a Gregorio, de forma instructiva y sin riesgos. Sin hablarnos, aprobé la forma didáctica y sutil de mostrarle a nuestro hermano pequeño lo que es la soledad, la auténtica soledad, a lo que podía llegar si no se enmendaba. La cuestión es que no me presenté al programa de radio. Nuestro diminuto hermano, lejos de enfadarse comprendió el mensaje y, con casta y orgullo familiar, se enfrentó por primera vez él solo a algo, echó adelante la complicada tarea de responder a las preguntas sin el acostumbrado apoyo de sus hermanos y lo peor, tocar por primera vez sin ellos.
La verdad es que actualmente, aparte de la cosa esa del nombre del grupo, Greg ha superado todos sus fantasmas y es un chico feliz, lustroso, simpático, amable y con toda su vida por delante. Y el trío de hermanos, aún con poca comunicación, nos mantenemos respetuosos, cariñosos, afectuosos e inseparables, dignos abanderados de nuestra hermandad. Hemos decidido seguir juntos eternamente y, aunque nuestras vidas ahora están separadas la mayor parte del año, nos hemos prometido por lo menos vernos una vez al año en la Calle Prudencio nº 7.

Tres Hermanos este jueves día 4 en la Campana de los Perdidos.