sábado, 30 de junio de 2012

mini - MI PRIMERA MARATÓN - mini


Listo para empezar, estoy en la salida, me quedan 42.195 metros por delante, mejor dicho por detrás. Estoy nervioso y es una distancia en la que nunca nadie ha competido (oficialmente hablando, hasta hoy la prueba más larga era de 20.000), estoy seguro de que puedo hacerlo bien. Estamos 40 personas, todos concentrados y todos ilusionados, 42.195 metros; el que haga que su culo sea el primero, obtendrá un oro que hasta el día de hoy nadie tiene, será un tipo único, el primero de los primeros. La carrera de hoy va a proclamar al primer campeón de maratón de la historia en esta modalidad.
Estoy muy bien preparado, pero estoy impaciente. Salgo desde la mitad y en estas carreras siempre hay problemas en la salida, mucho culazo (hay que buscar tu hueco y evitar el hueso). El público está delante de nuestros culos esperando ver nuestras caras. ¿Las caras? eso es un aliciente y una incógnita que favorece la afición a este tipo de prueba. Las expectativas del público mirando nuestras posaderas atléticas es máxima (las casas comerciales empiezan a sacar prendas especializadas para estas pruebas, que resaltan nuestros traseros magistrales); en muchas ocasiones, al pasar, ves en sus rostros la desilusión (tened en cuenta que siempre tenemos una privilegiada posición para ver sus caras cuando pasamos) al ver en muchos de nosotros las jetas curtidas por el sol y el cierzo (horas de entreno) o simplemente feas.
Suelen ser carreras accidentadas (y supongo que en esta distancia lo será más), te pegas unas buenas ostias, lo bueno es que siempre caes de culo y eso evita lesiones. Estoy excitado, suerte que corremos de espaldas.

* Las prendas especializadas, suelen ser en tonalidades grises (hablo por detrás), de tonos oscuros, excepto la parte de los glúteos que es de colores vivos, de estos colores fosforitos tan de moda, y por la parte delantera (la de la cara) también predominan los colores vivos.

martes, 26 de junio de 2012

ME DI CUENTA QUE TAMBIÉN ME GUSTABAN LAS MUJERES


Sólo me gustaban los chicos. La gente piensa que siempre me gustaron las chicas, pero tengo un pasado rodeado de chicos, un tiempo en que no me fijaba en ellas, una etapa de mi vida en que sólo existían los hombres en mi mente, sólo ellos me atraían.
Hoy tengo ganas de contar cómo y cuándo me empezaron a gustar las mujeres, mi admiración hacia lo femenino. Pero no puedo empezar la historia sin antes hablar de mis sentimientos anteriores, empezaré por el año 1979.
Año 1979. Sólo me gustan los chicos, no creáis que todos los chicos, tengo mis preferencias, siempre me muevo entre unos y otros, escuchando a todos antes de quedarme con uno; sólo unos cuantos (bastantes) pasan mi criba intelectual, sólo aquellos que su discurso es hermoso me atraen y hago por estar cerca de ellos. No me enamoro de sus manos, ni de sus ojos, sino de sus sueños, cuanto más libres y más sinceros más me gustan. Algunos sólo oírlos me ponen la carne de gallina, otros me hacen llorar, otros me dañan, dañan sobre todo mi intelecto, de estos últimos intento alejarme, cosa que no siempre es posible, ya que cuando vas a casa de conocidos o amigos, te los puedes encontrar, cada uno es libre de hacer las fiestas a su gusto y yo nunca me meto con sus gustos, bueno, quizá soy algo crítico, aunque los respeto y los comprendo, ya que una cosa que a mí me daña, que me parece de mal gusto, a otra persona le puede atraer, le pone, lo goza.
No creáis que soy un caprichoso, que cuando conozco a uno nuevo dejo de lado al anterior, no señor, yo le sigo siendo fiel. Quizá os preguntaréis ¿cómo se puede ser fiel con tanta promiscuidad? La fidelidad es un concepto muy personal, un acuerdo con el ser amado y yo casi siempre sigo amando al anterior, tengo el corazón muy grande y caben muchos. No voy a negar que disfruto del nuevo de manera especial, le abrazo con entusiasmo, los primeros días estás más por el nuevo que por los ya conocidos, pero eso es algo común en todos los mortales, la novedad, el misterio de lo recién conocido atrae con mucha fuerza y quieres estar todo el rato con él. A los días, cuando ya lo has analizado, exprimido, comido entero, llamo a mis amigos para compartirlo, para hablarles de mi nuevo hallazgo y aconsejarles que se aventuren con él. En este momento vuelvo a acercarme a los de antes, y disfruto de ellos con pasión y gozo, quizá sea diferente a lo nuevo, a lo nunca catado con anterioridad, pero sigue siendo hermoso y especial una vez más.
Lo mismo que hago yo con mis amigos (compartir), ellos también lo hacen. En alguna ocasión me llaman excitados y me hablan de una experiencia trascendental, de un nuevo valor, de un jovencito deslumbrante, eso te crea una expectativa, una ilusión y más cuando sabes que pronto caerá en tus garras; y llega el día y te desilusiona, no te llena, en ocasiones le ves ciertas maneras, pero no acaba de satisfacerte. Esta manera de moverme duró hasta el año 1994.
Año 1994. Me propusieron experimentar con una mujer, “Diana, es especial”, y tanto me insistieron que hice por conocerla, y sí, era fantástica, pero no lo suficiente (para mí), todo lo que hacía estaba muy cuidado, pero me pareció como si se obligase, como si no fuera del todo sincera, mucho talento pero…, que no, que no iba a compartir a mis chicos con ella, y allí la dejé, no le presté demasiada atención y me quedé con Don para ese día. La verdad es que no me acabó de llenar (Diana), pero me dio qué pensar ¿alguna chica podría llegar a gustarme? La respuesta llego a los días, tenía un día loco y no quería estar con mis chicos. Me puse un disco de un saxofonista, pero cómo no, me llamó la atención el pianista, un discurso sincero y singular, no sabía quién era, me levanté del sofá y busqué en los créditos, busqué con expectación e ilusión el nombre del nuevo hallazgo, sorpresa y dudas al leer su nombre, qué raro, busqué si había una foto suya en la carátula para verificar si eran ciertas mis sospechas o sólo era una excentricidad del joven artista, todo esto mientras su sonido me enganchaba, no había vuelta atrás, amor a primera vista, y al fin allí estaba su foto, su juventud, su talento seguía golpeando mi mente mientras observaba a la primera chica que entraba en mi lista de pianistas favoritos, a partir de este momento ya no iba a ser una lista sólo de chicos, a partir de este momento, en mi lista también habría una chica, también estará Geri Allen (actualmente tengo una lista mixta).
Geri Allen está con mis pianistas favoritos o favoritas, o mejor dicho, para no llevar a equívocos, de mis pianist@s favorit@s. Siempre que descubro a un pianista nuev@ me crea expectativas y l@ escucho con atención, pero Geri sigue teniendo un lugar especial, por méritos propios, sin engaños y sin concesiones al público, me encanta esta chica, me encanta esta pianista, al igual que me siguen gustando mis chicos.

viernes, 22 de junio de 2012

mini - SE ME OLVIDÓ SU NOMBRE - mini


Se me olvidan cosas constantemente. Eso tiene sus ventajas y sus inconvenientes. En realidad, casi todo son ventajas: te olvidas de las cosas que haces mal, te olvidas del dolor sufrido, te olvidas de tus raíces, te olvidas de tus muertos. En cambio, los inconvenientes son más livianos: te olvidas de comprar el pan, te olvidas de las llaves o de la hora de una cita, te olvidas de cual es el número del bus que te lleva a la plaza España o a qué hora sale tu hijo del colegio, te olvidas de una palabra o de un nombre.
Pero de vez en cuando, un recuerdo vuelve y te teletransporta a aquel pasado. Hoy me ha sucedido, he sido teletransportado; en este caso, más bien he sido telemusicado (internet, gran invento, inmensa enciclopedia), llevado por una canción a un pasado olvidado. En realidad, el pasado del que hablo no lo había olvidado, lo recordaba con cariño, se me había olvidado el nombre del pianista, fue un pianista (y el grupo) que me marcó, que me cambió, que me hizo ver que no tenías que ser Jarrett (Cuarteto europeo) para hacer cosas bonitas, que había más gente haciendo este género (de forma más asequible), sobre todo en Europa. Entonces compuse unas canciones imitando este estilo (se pueden oír en mi disco con Salanova). En realidad, antes de él ya había conocido a Bobo Stenson y unos cuantos de ECM; esto que os hablo debió ser en el 95, más o menos. A los pocos años, volví a saber de él, en 1997 el pianista en cuestión venía a Barcelona junto a Lars Danielsson y Anders Kjeliberg. Pero, cómo no, se me volvió a olvidar su nombre y hoy lo he encontrado de nuevo y lo voy a dejar en este escrito para poderlo recordar: LARS JANSSON.

domingo, 17 de junio de 2012

mini - SONRÍA, POR FAVOR - mini


                                          Foto de Felipe.
Audio, First Song de Charlie Haden, versión junto a Geri Allen y Paul Motian. The Montreal Tapes.
Este trío me encanta.


En ocasiones, doy gracias por gustarme ciertas cosas. Por ejemplo, me gusta que la gente sonría, en especial sonrisas mayores de 40. Mi preferencia por las sonrisas mayores no quiere decir que no me gusten las sonrisas menores. Me gusta ver sonreír a la gente, a todo el mundo en general. La sonrisa significa “no me tengas miedo”, también dice “soy amable”. Y no cuesta nada sonreír. Se puede sonreír estando triste, también estando alegre, se puede cuando lloras, se pueden dar sonrisas, se pueden recoger. Sonrisas regaladas. Me gusta, en ocasiones, regodearme con el pasado y sonrío y os recuerdo con dos sonrisas, una la pongo yo y otra la pones tú.

martes, 12 de junio de 2012

THE BEATLES Y YO

The Fool On The Hill, versión de Castafiore 1995, disco Campos de Fresas (Diego Martínrez de Pisón, guitarra, Iñaki Askunze, saxo, Coco Balasch, bajo y Jesús Fandos, batería)


Si un grupo musical me marcó de jovencito y antes (de niño), ese fue los Beatles. Mi devoción, mi amor, mi música durante muchos años fueron de forma casi exclusiva los Beatles; una actitud radical que me convertía un poco en marciano. Mientras mis compañeros de colegio escuchaban y adoraban a los grupos de moda, pongamos el caso de Boney M, yo seguía en mis trece con los Beatles y sólo en ellos veía la verdadera música, sólo ellos ahondaban en lo más profundo de mi corazón y razón.
En mi estuche del cole tenía pegados los nombres de Paul, John, Ringo y George (en terciopelo negro). Como contraste, las chicas de clase tenían escrito en su estuche o libretas el nombre de Kabir Bedi (nombre y fotos o fotos o foto).
Dejamos el cole. Llegó el momento de plantearse algo que estudiar, aparte de la música. Me encantaba dibujar y eso, supongo, me llevó a cursar delineación; rápidamente me di cuenta que tenía más que ver con las líneas que con el dibujo (falta de información antes de elegir), más con la exactitud, con la pulcritud que con lo artístico, más con lo perfecto que con la imaginación, ¿la improvisación? no tenía cabida; de todas maneras no se me daba mal, sólo era cuestión de repetir. Enseñanza “moderna”, rotring y lápiz del dos, y tipos con doble trabajo (muchos, aparte de ser profesores, trabajaban en otro lugar) que te enseñaban buenamente lo que sabían (no se puede enseñar lo que no se sabe). Viendo el ambiente, decidí jugar entre dos aguas, una lo establecido y la otra mi mundo paralelo (en el cual he pasado muchos ratos durante mi vida), un mundo paralelo que también te aporta, vas amasando información, ampliando tus conocimientos de forma autodidacta (eso sólo es una faceta de este mundo). También había buenos profesores de los cuales aprendí muchas cosas, no sólo de la asignatura, sino también de la vida (de los que no eran tan buenos también aprendí muchas cosas). Intentando ampliar mi conocimiento (en lo que más me gustaba), me inventé un juego que practicaba con mi compañero de clase Marc, el “pianista” de los cráneos sonrientes (ver historia “ADELANTE” en este mismo blog) y damnificado de mi locura Beatles desde EGB. Reglas del juego: en el recorrido que hacíamos andando a diario hacia el autobús, él o yo empezábamos a cantar una canción de los Beatles y mientras uno iba cantando la canción, el otro, antes de que acabase (la canción), tenía que cantar otra y cuando el otro emprendía con la nueva pieza tenías que pensar en la siguiente canción y cantarla, y así sucesivamente, y cuando a uno de los dos no se le ocurría una nueva, perdía. No recuerdo que perdiese nunca ninguno, el juego duraba tres kilómetros, más o menos, pero los de Liverpool daban para mucho. También sucedía en ocasiones (nunca he tenido afán competitivo) que a uno se le ocurría una canción que nos gustaba mucho o tenía voces y dejábamos el juego para cantar a dúo. Con eso quiero dejar claro hasta que punto me gustaban los melenudos de Liverpool, por aquel entonces ya trasnochados.
Un buen día, en clase de literatura, que la daba un profe (de los buenos; es una opinión) que en tiempos no democráticos, o menos que ahora, o no, o algo parecido, en otros tiempos, se pasaba el rato entre la Modelo (Barcelona) y las clases (Manresa); un par de años más tarde, me lo cruzaba en los pasillos cuando estudiaba música en el Sclat, era aficionado al saxo. Volvamos al hecho. Un día, en clase, el profe saxofonista mandó un trabajo para todos, una charla sobre algo que nos gustase y aquí es cuando me fijé en Carbonell. Carbonell empezó su charla y hablaba y hablaba, con datos y más datos, dando detalles de ellos, citas y cosas que jamás había oído, era otro marciano, qué digo marciano, ése era jupiteriano o de más lejos. No paraba de soltar reseñas, parecía que se lo estaba inventando. Yo el gran fan de Harrison, el que se había pasado la vida escuchando y hablando, tratando de convencer a la gente de que la única música válida, que lo mejor de la historia habían sido los Beatles, que el día que volviesen a juntarse se convertiría en una fecha a conmemorar en todo el planeta (tierra). Yo, su fan nº 1, estaba apoltronado en la silla de mi pupitre, sentado escuchando al enano, el tipo ese, que era un chulo, soberbio; encima con ropa, compases, reglas, portaminas, todo de marca y hasta tenía una regla flexible para afrontar los elipses sin compás; y el tío ahí hablando de mis ídolos, más informado que nadie, anécdotas graciosas que sacaban carcajadas a la clase (y eso que el tío no tenía ninguna gracia), seguramente sabía más de ellos (de los Beatles) que ellos mismos. Tenía que hacerme amigo suyo, amigo del tipo que había herido mi ego, o por lo menos acercarme a él y saber de donde había sacado tanta información (no existía internet); aún me quedaba la esperanza de que fuese un mentiroso hablando de un tema que sabía firmemente que nadie de clase controlaba lo suficiente para rebatirle. Este mismo día, junto a Marc, que tiene don de gentes, nos acercamos a él. Efectivamente era un chulillo, pero buena gente (coño, le gustaban los Beatles y además de manera sincera). Empezamos a hablar de los Beatles y a los pocos días nos invitó a su casa, ¡qué casa!, ¡qué pasada! Entramos y no había nadie (los padres trabajaban en estos trabajos de película, arquitecto y abogada, trabajaban padre y madre, cosa rara en aquel momento), él se manejaba a sus anchas, se encendió un cigarro (pecado), se puso un whisky (pecado mortal), nos metió en su habitación (alucinante), con su moqueta azul de pelo de angora, el mundo Beatles ante nosotros, posters, fotos, miniaturas, bolis, chapas, gafas Lennon, un bajo Hofner con forma de violín en un rincón y discos, ¿discos?, todos los discos y otros, libros, ¿libros? ¿hay gente de mi edad que lee libros en lugar de cómics?, bueno, siendo de los Beatles, yo también los leería, un chaval que tenía todo lo que quería y lo que quería eran los Beatles. Después de mucho rato aguantando al tipo, bueno, en realidad yo disfruté mucho, oí canciones que jamás había oído, él lo tenía todo, ¡qué pasada!, le convencí de que me dejara un disco, “mañana te lo devuelvo”, me fijé en una grabación, Live at the Hollywood Bowl, “mañana te lo devuelvo, hermano, te quiero, eres muy guay”; no sé si fue por su dopaje o qué, pero me lo dejó.
Emprendimos el regreso a casa, estaba entusiasmado, un disco flipante, no parábamos de hablar del tema, de la suerte que teníamos de haber coincidido con Carbonell, una alegría que me llenaba la mente de sueños, empecé a dar saltos y entonces fue cuando el vinilo se salió de su funda y cayó al suelo y, para no dejar duda de que el disco estaba dañado después de tan aparatosa caída, lo pisé (sin querer), A hard Day's Night, All My Loving, arrastrándose por la acera de baldosa gris con relieve circular bajo mi pie, no os podéis imaginar el espatarramiento (los discos resbalan a gran velocidad), al final del espagat me pareció oír las últimas notas del Help, la cara B había sido dañada de gravedad, la había restregado y la rayé, y me rayé. ¿Ahora qué? Todo nuestro gozo en un pozo, el amigo Carbonell y su amplia colección se desvanecía, se rompía, todo estaba perdido y además, ¿cómo comprar un disco? si no teníamos ni para un bocata en la hora del recreo. ¿Todo perdido? Quizá no. Nos quedaban otros tres kilómetros para pensar y nuestras mentes se pusieron en funcionamiento. Casualmente pasábamos delante de la casa de los gitanos del río (personas de mala fama, aunque os puedo asegurar que nunca habían causado ningún problema) que vivían al lado de la compañía del gas (así el del gas, que les había regalado la casa, no tenía que pagar seguridad; nadie se atrevía a acercarse.”Teoría propia”). Empezamos a cavilar el embuste: los gitanos nos quisieron robar, nos defendimos y nos pegaron, pero logramos salvar el disco, eso sí, algo estropeado. Otro problema: si nos pegaron, alguna señal nos habrían tenido que dejar, alguna herida.
Al día siguiente, antes de volver a clase, quedamos con unas amigas mayores. Una de ellas había sido enfermera, se trajo vendas y nos dejó hechos unos cromos; parecía que nos habían dado un paliza impresionante. Para más realismo usamos también el truco del lápiz con papel (pintar el papel con lápiz y restregártelo en el ojo), así parece que tengas el ojo morado (sólo me lo moré yo). Entramos en el vestíbulo del centro estudiantil, todo el mundo nos preguntaba y nosotros venga a contar la historia, todos flipaban, todos menos Carbonell, ya que no estaba como era habitual (siempre llegaba tarde a clase, por lo menos esta práctica nos serviría para cuando hablásemos con él). No podíamos aguantar más, decidimos ir a buscarle a su casa (vivía al lado) y de paso devolverle el Hollywood Bowl lesionado (éste de verdad) a su dueño, previa historia (ésta de mentira). Nos dirigíamos a nuestro destino con la confianza que nos daba el haber contado nuestra aventura y haber observado que todo el mundo se la había tragado. Llamamos al timbre, subimos, nos abrió la puerta, nos miró y soltó un “¿de qué coño vais disfrazados?”, un desastre; aparte de chulo, soberbio y rico, era listo, el único que no se tragó el cuento. No nos apalizó ahí mismo mientra ilustrábamos la historia pactada, ya sin ninguna confianza en ella, porque era un enano. Pero, por decencia, tuve que llegar a un pacto con él: le regalé a cambio dos singles originales que tenía y por supuesto nunca más pude volver a entrar en su museo Beatles.

*Ahora yo también tengo todos los discos de The Beatles.  

martes, 5 de junio de 2012

ES MEJOR ESCUCHAR QUE HABLAR DE JAZZ

Nothing Personal de Don Grolnick.
Foto de la contraportada del disco original, con sello del bar Maravillas.



Principio de los ochenta, me encanta hablar de jazz. Estoy en casa, pongo la tele, reposición de Bonanza, pongo la radio, suena un ragtime, maravillas de la vida, empieza el informativo de las ocho y vuelvo a poner una cinta de jazz, una de estas cintas que me gusta escuchar. Hace tiempo que no tengo giradiscos. En esta ciudad hay que buscarse la vida para comprar y escuchar Jazz. Sólo están Linacero y El Corte Inglés, que de lo imprescindible, de lo necesario tienen poco; de lo nuevo, de lo reciente que merece la pena, tienen poquísimo y de lo que buscas, casi nada o nada. Cuántas veces he ido a comprar un disco que he oído en la radio y me he vuelto con otro. Cómo me gustan esos viajes a Andorra o Barcelona, buscas y encuentras, ves y escuchas, una maravilla, descubres y te vas al banco a por toda la pasta que tienes... qué ilusión.
El catálogo es la solución. Suscribirse a revistas. Discoplay, Satchmojazz, Cuadernos de Jazz, en ocasiones tienen unas ofertas muy buenas y muy interesantes. Por ejemplo, recuerdo cuando Discoplay puso a la venta un montón de cedés de la Criss Cross, sello que Discoplay quería quitarse de encima, o algo así, porque los discos estaban muy baratos. Aprovechamos la oferta, una oferta que nos descubrió un mundo. Nos juntamos varios amigos y nos compramos un montón de cedés del sello devaluado, donde sonaban, entre otros, jóvenes valores del Jazz: Brad Mehldau, Seamus Blake, Chris Cheek, Peter Bernstein, Kurt Rosenwinkel, Larry Grenadier, David Kikoski, Mark Turner, los hermanos Drummond y un largo etcétera. Me he pasado de frenada, rebobino.
Estoy a principios de los ochenta y estoy escuchando jazz, y es que en aquel momento escuchaba jazz y no Jazz. Bueno, para mí en aquel momento era Jazz. La música no cambia, somos nosotros los que cambiamos el valor de las cosas.
Tengo pocas cintas, las escucho una y otra vez, en realidad no me importa, pero en ocasiones me gusta curiosear, oír cosas nuevas, buscar la sorpresa, la cosa nueva, el aprender. Voy a salir, tomar una copa o unas cuantas. 1984, como la novela de Orwell, estoy en plena forma. Habitualmente cuando salgo a escuchar Jazz a bares no suelo quedar con nadie y hoy tengo ganas de hacer eso; hoy quiero ver qué música me regala la ciudad. Primero me acerco a la calle Refugio, al Bonanza, me pido una tortilla con un vasito de vino; Jesús Laboreo me comenta que está pensando en establecerse por su cuenta, en abrir un pub al estilo inglés, con sus pintas y sus medias pintas, con su Guinness y sus whiskys. Siempre es un placer hablar con Jesús, pero tengo que empezar la cabalgata musical. Me dirijo a la calle Zumalacárregui, al Maravillas; se atreven hasta con Ornette, aunque eso crea cierta tensión entre los camareros. Hoy suena un disco de Don Grolnick, es un disco flipante, me encanta, pido un Bacardí con Schweppes de limón, me siento en una mesa, enciendo un Marlboro y disfruto del momento. Entran unos broncas y me cortan algo el rollo, la zona empieza vivir un cambio, creo que no le queda mucho de maravilla al Maravillas. Me despido de Dani, quien me comenta que está pensando en cambiar de zona, quizá una cafetería, dejar la noche. Me dirijo al mundo de lo moderno, a la calle Lorente. Aquí toca Barceló con hielo. Suena Seamus Blake, es vibrante. Me pongo a hablar con el camarero, conoce mucha música y sobre todo de lo moderno, de lo que se lleva ahora, la onda de New York. Me habla y me pone música que ni siquiera me hubiese imaginado que pudiera existir ( En el bar La Radio pasé mucho rato y oí nacer los mejores discos de Scofield, aquel día estaban tomando unas copas Mehldau y Jeff Ballard, es curioso pero siempre que venían a tocar a Zaragoza músicos de N.Y. paraban en La Radio). Seguimos hablando y me comenta que le ha bajado la clientela y que está pensando en abrir un restaurante. Me despido de Diego y me dirijo a la calle San Antonio María Claret, a El Bocata. Está sonando John Coltrane a un volumen bastante serio, el dueño está cortando algo de jamón, la clientela es bastante especial: prostitutas, chulos y otros nocturnos en su momento de relax. Parece increíble que la gente esté tan tranquila con su café sonando Stellar Regions a todo trapo. Me siento a un lado y pido una Alhambra; José se pone a hablar conmigo y me regala parte de su experiencia acumulada, pinceladas de las horas de música memorizada y biografías leídas durante más de veinte años en el negocio. En muchas ocasiones he pensado que ha sido la persona que más me ha enseñado de música. Me despido de él, pero aún le da tiempo a comentarme que quiere cambiar de vida, que la noche le satura.
Ya se está haciendo tarde y me dirijo a casa, paso por delante de la puerta pero decido hacer la última visita. Avenida Valencia, paseo Teruel, giro por Doctor Horno como si fuese a visitar el Mazinger, pero me meto en la calle García Galdeano, me siento en un taburete, pido media pinta de Guinness, suena Stan Getz, pido otra media, suena Davis, pido media y suena Sassetti, estoy pensativo escuchando el último disco de Scofield, que dicho sea de paso ha vuelto a nacer. El paseo de esta noche ha sido largo pero ha merecido la pena. También llego a la conclusión de que en realidad yo no he elegido los sitios en los que he estado, igual que no he elegido la música que he escuchado; ha sido al revés, estos sitios y estas músicas me llamaron y yo acudí. Ahora estoy aquí en el Ragtime, sentado, escuchando a Bill Evans, en el último de los sitios que me queda para poder escuchar Jazz en Zaragoza, el único en que entre a la hora que entre escucharé parte de la banda sonora de mi vida. Y este lugar no corre peligro de desaparecer, porque este pub al estilo inglés es en sí el sueño de una persona que conocí en 1984 cuando llegué a la ciudad. Ya es hora de irme, le pido un Marlboro al camarero, un cigarro que tendré que encenderme fuera a causa de la prohibición (me gustan los bares sin humo, las prohibiciones no), me despido de Jesús Laboreo hasta el próximo miércoles. Ahora sé que es mejor escuchar que hablar de JAZZ.

Waltz for Debby de Bill Evans
Collage de fotos del  Ragtime, hechas por Juanjo Marín y Coco Balasch.