martes, 27 de noviembre de 2012

LÁGRIMAS ROJAS




En mi pueblo, había un niño de tres años que tenía un coche de gasolina y lo conducía a gran velocidad, yo no tenía ni siquiera un patinete. No me daba envidia, a mí con tres años no me gustaban nada los ruidos estridentes y aquel pequeño coche hecho a medida que conducía aquel cabezón, hacía mucho ruido; más que envidia me daba miedo (el coche).
Con seis años, íbamos juntos al colegio. Él andaba de forma erguida y chulesca. Yo metía más goles que él en el recreo. Estaba un poco cansado de oír, lunes tras lunes, hablar de sus éxitos. También me fastidiaba bastante cuando, durante las mañanas lunáticas, entraba el director y hacía que se levantase (el chico del cochecito), y nosotros (la clase) teníamos que aplaudir, cosa que a mí no me apetecía; sí, ganaba carreras, pero seguía siendo un cabezón. Después, en el instituto, no hacía falta que entrase el director para comunicarnos sus éxitos automovilísticos, ya se oían en la radio, ahora campeón en tal carrera, ahora en tal otra, una entrevista. Gran similitud entre sus respuestas y su manera de andar. No puedes escapar de lo que eres.
Un buen día, mi familia decidió que nos íbamos a vivir a Madrid, la ciudad blanca, la ciudad del cielo precioso, la capital, Zidane, Hierro, Roberto Carlos, Raúl, Sabina (este último es cantante), un sitio gigante, donde las emisoras de radio sólo hablan de noticias nacionales, en todo caso de las de Madrid (que casi son lo mismo), y al fin dejé de saber de él.
Me compré una moto, me movía a las mil maravillas por capital, el conservatorio era estupendo, era feliz.
Un día, ojeando el Marca, leí que había disputado una carrera de fórmula 1; por lo menos no ganó (se ponía de mal genio cuando perdía en los partidos en el patio del cole), pero ahí estaba de nuevo. Cabezón. Al año siguiente, lo pusieron de probador; se enfadó en voz alta. Orgullo. Di por hecho que no era muy bueno en esto, de hecho, en la fórmula 3000, dos años antes, creo que había quedado tercero.
Pero al año siguiente volvió a correr y, no contento con esto, fue el primer español en lograr un gran premio, que a su vez también significaba ser el piloto más joven de la historia de la fórmula 1 en lograr una victoria. Ego, baja. Bueno, pensé que el año siguiente no le iría tan bien. La gente está como enferma con él, yo alucino, lo primero que dijo cuando ganó el título es que se lo dedicaba a los suyos y a nadie más; enfado injustificado con el hombre invisible (nosotros y algún otro). Después se lo pensó mejor, o se lo hicieron notar, y más tarde, en otro medio dijo que “se lo dedico a mi familia, a mis amigos, que son 3 ó 4 (ni sabía cuántos amigos tenía, si fuesen 50 hubiese entendido), a toda la afición y a España”. También lloriqueó bastante durante el año. No ha cambiado, sigue andando igual. Yo seguí leyendo cosas de él: ganaba, bien. Perdía, críticas y lloriqueos (sinónimo de escusas). Me encantaron sus declaraciones chulescas durante el año “ presioné a Kimi hasta que se le fue todo al carajo”, también en unos entrenos (las pruebas para ver en que lugar te colocas en la parrilla de salida el día de la carrera) le hizo unas maniobras absurdas y peligrosas a un compañero, seguro que llevaba los ojos ensangrentados de rabia. De nuevo el hombre invisible (uno concreto). También bloqueó el coche de Massa en su vuelta rápida. La cuestión es que volvió a ganar el mundial, el mundo a sus pies, España a sus pies, los españoles a sus pies. Yo no.
Tanto leer de la fórmula 1, me hice aficionado y algún piloto tenía que ser mi favorito, en realidad tenía claro quién no iba a ser. Decidí que el mejor piloto era Raikkonen, era lo más parecido a lo que me gustaba, no se quejaba y corría como un diablo. Justo este año, ganó el mío. No faltaron quejas del otro. Después, dos años más de fiascos.
Aquel verano se hizo amigo de uno que invirtió dinero de en la carrera del piloto español y eso le llevó al mejor equipo y con más presupuesto de la parrilla, todo indicaba que volvería a ser el ganador, el mejor (eso, según cualquier patriota de pro, lo es), así empezó el 2010. No sólo no ganó, sino que el que lo hizo batió sus récords de precocidad. Y al fin hemos llegado a este año, hoy todo el mundo lloraba su segundo puesto (no han faltado sus críticas). Y yo pienso, algo de bueno tendrá Vettel si ha ganado 3 mundiales de forma consecutiva y es el más joven de la historia en conseguirlo. De todas maneras, todo eso me importa un bledo, yo no le tengo ningún tipo de envidia, yo soy de Raikkonen, este chico al que le gusta beber cerveza y celebra sus victorias con sus amigos, en fiestas interminables en su casa, el chico que echaron de Ferrari para fichar al amigo del banquero, el chico este que se le critica por ser fiestero (hipócritas). Este año ha vuelto y pienso que el próximo año dará batalla.
Yo hoy no lloro el triunfo de Vettel por muy alemán que sea, a mí me parece que es un chico muy educado y sencillo.

Cualquier parecido que tenga esta historia con la vida real es pura coincidencia. 

martes, 20 de noviembre de 2012

7.10 AM Homecoming Queen, Bernardo Sassetti, piano, Carlos Barretto, contrabajo y Alexandre Frazao, batería.


Estoy asomado al abismo... Eran las once de la noche del día 19 cuando llegué al hotel, antes me había parado a cenar en Jaca, suerte que pregunté como llegar al pueblo. Aún conservo el mensaje en el móvil. Mientras rellenaba una ficha con mis datos, pedí un chupito, le pregunté al camarero si había mucha gente hospedada, me contestó que, aparte de un par de currantes de Endesa, sólo estaba yo pero que, para el día siguiente, esperaban a una familia de Madrid, una señora de Tarragona y otra de Barcelona.
Dormí algo nervioso, me levanté temprano, bajé a desayunar, eran las nueve, leí el periódico del día anterior, parecía un tigre enjaulado, me pasé todo el rato hasta la hora de comer entre la habitación, el bar y la agradable terracita; seguro que se notaba mi impaciencia, me propuse disimular.
La comida, sencilla pero buena; después del postre, me subí a la habitación. Pronto me cansé de estar tumbado en la cama. Cansado de esperarla, decidí salir a pasear.
Era día 20 de septiembre, empezamos a planearlo a finales de julio. El plan era encontrar un pueblo pequeño y con poca gente en estas fechas, no podíamos arriesgarnos a que nos vieran juntos. Ella fue la que me habló de Aisa. A mí se me ocurrió lo de las dos habitaciones y el tema de la coincidencia; a ella le pareció ridículo, decía que si alguien nos veía juntos en el pueblo no se iba a tragar la historia, que lo mejor sería llegar juntos con el mismo coche, como una pareja normal. Salí del pueblo y me puse a andar sin saber, sin objetivo, sin destino; atravesé una majestuosa chopera, me quedé mirando un rato el río, aguas trasparentes, divisé una pequeña trucha, seguí caminando, dejé atrás las piscinas, saludé a un excursionista francés que iba camino del pueblo, me hablaba en su idioma apache, me contó que venía de un sitio hermoso, de un valle precioso. Estábamos en contacto con la empresa de plásticos, nuestro producto tenía que ser el mejor, sobre todo en el precio, buscábamos una buena calidad, pero no a cualquier precio, el envase salía demasiado caro, nos alejaba de nuestro objetivo, de nuestro precio final estimado. Antes de la reunión entre los gallifantes, alguien tenía que llegar a unos acuerdos mínimos, allanar el camino, a nadie le iba bien ir este fin de semana a Tarragona, la agenda no era nada atractiva, reuniones el viernes y el sábado; esto si todo iba bien. Reuniones con la mujer de Felipe Balasch Reswelv, todos conocemos su fama de hombre con dos caras o más, sin escrúpulos, de cómo llegó a la dirección de la empresa en tan poco tiempo y lo poco que tardó en darle un despacho a la alemana, su mujer. Son las nueve de la mañana cuando entro en las oficinas de la multinacional, pregunto en información por la señora García Lohmeyer, me dicen que espere, me viene a buscar una joven – me llamo Rosa, soy la secretaria de la señora García Lohmeyer – yo me llamo Luis. La oficina es muy grande e iluminada, la señora García Lohmeyer se levanta y se acerca, me saluda con un fuerte apretón de manos, me invita a sentarme, Rosa cierra la puerta al salir y todo empieza. Seguí andando, la conversación con el excursionista me abrió la curiosidad. Paisaje precioso. No era difícil de caminar y no hacía calor. No llevaba agua. La primera reunión no ha sido muy productiva, más bien sólo una toma de contacto, para conocernos. ¿Quedamos después de comer? ¿a qué hora te va bien? a las cinco ¿te parece? a las cinco volveré. Salgo escopeteado, me voy a comer a un restaurante en la parte alta de la ciudad, cerca de mi hotel. Estaba disfrutando del paseo, el sol me daba de pleno, era agradable, la brisa que me acompañaba era fresca. Sol. Salgo a la terraza con el País y un café; a pesar de ser enero, se está bien, el sol ayuda. Sol. Levanté la vista, el cielo era casi totalmente azul, alguna nubecilla blanca, de esas que no entrañan peligro, una fuente, bebí. Levanto la vista del periódico y en otra mesa, mostrando su mejor perfil, está Rosa, la secretaria, envuelta en una suave cortina de humo, se gira y me pilla mirándola, sonríe, gira la cara, se bebe el café de un trago, se levanta, no puedo dejar de mirarla. Llevaba buena marcha, la cadencia en los pasos no era ni muy rápida ni muy lenta, logré una secuencia perfecta, notaba mi respiración bien acompasada, todo estaba bien, pensé en volver al hotel, pensé en la posibilidad de que ella ya estuviera ahí, que ya hubiese llegado. Que espere. Me pregunta qué tal, le digo que bien, que qué casualidad, ¿quieres sentarte? - lo siento he quedado con mi marido, nos vemos esta tarde. Creo que no se sentía cómoda. Un oscuro bosque de hayas, después se acababan los arboles, y al poco los arbustos, hacía fresco. Una gran puerta metálica de color naranja, estaba cansado, el último tramo es muy empinado y sin agua. Sed. Volví a esperar en recepción donde de nuevo volvió a recogerme Rosa, sonreí al verla, ella se mostró amable, pero fría, igual que por la mañana, es como si el pequeño encuentro en la terraza nunca hubiese tenido lugar. La señora se había cambiado de ropa, ahora iba con falda y chaqueta, tiene unas piernas verdaderamente atractivas, me invitó a sentarme de nuevo, Rosa salió del despacho y cuando cerró la puerta, continuamos. Más o menos eran las cinco cuando crucé la puerta, seguí andando por el suelo de hormigón, supongo que esto es así para que no resbalen los vehículos. Al acabar la pendiente, se mostró ante mí un valle precioso, miles de metros de césped y flores cruzados por un riachuelo, posiblemente la cascada que se divisaba al fondo, era el nacimiento del río que me había ido acompañando durante toda la caminata, inhalé aire, las montañas que me rodeaban estaban nevadas, hacía fresco. Ella me invita a cenar, yo no tengo ninguna gana, estoy cansado, pero acepto. He quedado con a las nueve. Me voy al hotel, me ducho, me tumbo en la cama y pienso, recuerdo el perfil de Rosa y las piernas de la alemana, no noto que estemos avanzando demasiado en las conversaciones, si no quiero volver el lunes tendría que esforzarme un poco más, parece que su táctica es alargar el asunto. Llamo a mi mujer. Una manada de caballos. Entre ellos me parece ver un caballo jerezano, un efecto óptico, sin duda. Me tumbé sobre el pasto, qué alegría haberla conocido, me había cambiado la vida, esos seis meses de mensajes calientes no me dejaban pensar en otra cosa que no fuese ella y hoy al fin nos podremos tocar, abrazarnos. Hermoso. El taxi me deja en la puerta del restaurante, creo que no he acertado con la ropa. Entro en el sitio ella sale a mi encuentro, está muy atractiva. Cenamos pescado, está todo delicioso. Fuera del trabajo es muy simpática. Tiene casa en Barcelona, cerca de donde yo vivo. Me pregunta, con una sonrisa, si tengo sed. Nos fuimos a tomar algo. Me levanté, hacía fresco, tenía sed y no tenía ni una gota de agua, pienso en el peligro de la deshidratación, me acerqué al río, me amorré y bebí, sobre todo me enjuagué, con tanto caballo me daba algo de reparo, bebí más. Son las nueve, Rosa me acompaña al despacho, Rosa cierra la puerta y Anna me pregunta qué tal me lo pasé, le digo que bien, muy bien (era la verdad). No entiendo la táctica de alargar el tema de las reuniones, no tiene prisa por llegar a un acuerdo, no cabe duda de que es un plan, quiere que me precipite y así acepte algo que no nos sea demasiado conveniente, lo raro es que lo que acordemos nosotros no va a ser nada definitivo. No entiendo su actitud, algo se me escapa. Quedamos por la tarde. Bronca por teléfono con mi mujer. Repito restaurante al mediodía, Rosa está comiendo con un hombre y una niña. Él es muy atractivo. El hombre se levanta, besa a Rosa en la mejilla, coge de la mano a la niña y se van; no sé si ha sido mi imaginación, pero me ha parecido que el beso dio en la mejilla porque ella apartó la boca. Saciada mi sed, me puse a caminar por el valle, pensé en llegar hasta la cascada, caminar hasta el final, empecé a andar hacia el objetivo, tenía que volver a coger la buena cadencia, pasos acompasados y seguros. Pasa a un metro de mí, pero no me dice nada, es posible que no me haya visto, pero me extraña. Miro cómo se va, decido levantarme. Desistí de llegar al final, parecía que estaba más cerca, me di la vuelta, no quería que se me hiciese de noche, tenía una cita en el pueblo a la cual no podía faltar. La tarde fue muy pesada y, como me imaginé, no hemos llegado a nada concreto. Es lunes por la mañana, Rosa me recoge con su postiza y amable sonrisa, le digo que está muy guapa (creo que esto sobraba), entramos en el despacho. Vuelvo a comer al mismo lugar, hoy Rosa está sola, me acerco a ella y le pido disculpas por el comentario matutino, me sonríe con su mejor sonrisa de plástico y sigue comiendo. Salgo a tomar el café fuera. Se detuvo un momento frente a mí, me asusté, sentí algo de miedo, era hermoso y grande, nunca antes había visto un caballo tan de cerca. Se detiene un momento frente a mí y me recrimina que a qué había venido la disculpa, si es que la encontraba fea, si por la mañana la había piropeado por compasión; sin opción a una respuesta, se fue. Me quedé algo aturdido, me di la vuelta despacio y me alejé del animal, me dirigí a la puerta naranja. Rosa me acompañó al despacho como si nada hubiese sucedido; no me atreví a decirle nada. Entro en el despacho, Anna está radiante, pero nada avanza adecuadamente, en todo caso nuestra amistad, pero el envase sigue siendo demasiado caro. Estoy asomado al abismo, el paisaje es fabuloso, mirando el barranco recuerdo cómo fueron aquellos días, las reuniones duraron doce días, muchas noches de copas con Anna y los mediodías comiendo en el mismo restaurante que Rosa sin dirigirnos ni una palabra, en todo caso una sonrisa forzada. ¿Por qué seguí yendo a este restaurante? Recuerdo el jueves en el que llegamos al fin a un acuerdo, fuimos a cenar para celebrarlo. Anna invitó también a Rosa, aquella noche estuvimos más amables, me despedí en un momento bastante alcohólico de la noche, ellas decidieron quedarse, nos intercambiamos nuestros números privados con Anna, me dijo que un día de estos me llamaría para quedar por Barcelona, recuerdo el beso que me dio cuando me iba, me puso los pelos de punta, menuda mujer, me atrae mucho, es muy sexi. Recuerdo perfectamente. Salí del pub y me senté en un banco de camino al hotel, me encendí un cigarro, entonces vi pasar a Rosa, la llamé (cosas del alcohol), se acercó (cosas del alcohol), se sentó a mi lado y hablamos, era una chica divertida, nos dimos los números de nuestros móviles (cosas del alcohol). Me he quedado ensimismado, reemprendo la marcha al pueblo, hace fresco, cruzo la puerta naranja, vuelvo a coger la buena cadencia, parezco un autómata; mientras camino, pienso, recuerdo el primer mensaje que recibí, leí su nombre en la pantalla del móvil, me extrañó, habían pasado dos meses desde las reuniones. Aquel mensaje fue el primero de cientos, de miles de mensajes, en su mayoría calientes, y al cabo de varios meses decidimos encontrarnos en carne y hueso, al fin estaremos juntos, va a ser algo muy especial. Deseo que llegue el momento más que nada en el mundo, voy a acelerar el paso. Entro en el bar del hotelito, saludo, hay gente del pueblo, ella no está. Subo a la habitación, hay dos puertas que dejan entrever luz en su interior, no me atrevo a llamar a ninguna de ellas, la veré en la cena, vuelvo a mirar el móvil, sigo sin cobertura, vuelvo a leer el último mensaje de ayer, el que me llegó en Jaca mientras me tomaba el café después de cenar – ya falta poco, mi amor, mañana estaré junto a ti, te deseo, estoy muy cachonda–. Espero reconocerla, dice que se ha cortado el pelo. Me ducho, estoy muy nervioso. Bajo a tomarme una cervecita antes de cenar. Subo al comedor, hay una pareja con dos niños, deben ser los de Madrid, les saludo. Pido sopa de primero y algo de jamón y queso de segundo. Estoy degustando el queso cuando, detrás de la acristalada puerta del comedor, veo la silueta, es hermosa, me pongo a mil, se abre la puerta y entra, pero no es ella. Acabo la cena, me tomo un café, un chupito, otro. Me voy a dormir y ella no está. Me levanto temprano, bajo a desayunar con la maleta, estoy muy desilusionado y enfadado, he pasado muy mala noche, me siento traicionado, es curioso, el traidor traicionado, traicionado por una mujer que apenas conozco, que lo más que sé de ella es por medio de mensajes, un juego que ha durado seis meses. Creo que ella se ha pasado, no entiendo el por qué. Cojo la sinuosa carretera que lleva a Jaca. Cuando llevo un rato, recién pasadas las Tiesas Bajas, me para la guardia civil y me comunica que ha habido un accidente. Salgo del coche, me quedo mirando cómo los bomberos, dejan un cuerpo sobre el asfalto, la guardia civil comenta que lo han tenido que sacar con la radial, que han tenido que serrar la chapa del coche para poder sacar el cadáver. Un impulso me obliga a correr hacia allí, me agacho delante del bulto y levanto la sábana blanca. Un bombero me aparta de un manotazo, me derrumbo, los guardia civiles me levantan, el bombero protesta, abronca a los guardias por haberme dejado pasar. Mientras me llevan al coche, oigo cómo un bombero comenta que seguramente lleva muchas horas muerta. Un guardia civil me pregunta si la conocía. Le digo que no. Ciertamente Rosa se había cortado el pelo.


martes, 13 de noviembre de 2012

A LA COLA

THE COST OF LIVING. Don Grolnick, piano, Randy Brecker, trompeta, Joe Lovano, sax tenor, Steve Turre, trombón, Marty Ehrlich, clarinete bajo, Dave Holland, contrabajo y Bill Stewart, batería.




Me puse en ella porque una chica con cara de pocos amigos me lo ordenó mientras yo curioseaba. Todo empezó cuando el día 7 de octubre leí aquel anuncio, aquella curiosa nota. Yo estaba en un momento de total estabilidad, todo me iba bien, mis hijos aprobaban todo con notas sobresalientes, Fernando (el pequeño) era campeón de ajedrez, María, una violinista fabulosa, Jorge, un portentoso alpinista (con sus 28 años, tres ochomiles). Con mi mujer todo es amor y abundante sexo maravilloso, un caso curioso según mis amigos de copas de los jueves que, con el paso de los años, han perdido la apetencia sexual; cada vez que hablan de eso, flipo bastante, de hecho, no sé cómo pueden vivir de esa manera. En el banco estoy mejor que nunca, trabajo poco y gano más. Mi mayor preocupación es cómo matar estas horas muertas en la oficina. Ojeo todos los periódicos que me trae cada mañana Luisa, las noticias ya me aburren y últimamente me he aficionado a leer minuciosamente los anuncios. Los del ABC me gustan mucho, pero aquel que leí en la Vanguardia me llamó la atención. En realidad, en un primer momento, me pareció una broma o una tontería: Soy una chica de mediana edad y el día 25 de octubre tengo una cita contigo en el centro aragonés de Barcelona, dejaré que me veas a solas durante tres segundos y será algo que jamás olvidarás, te daré lo que quieres tener y que ya no echas de menos porque, hace tanto que no lo sientes, que ni siquiera lo deseas. No le presté demasiada atención, más bien pensé “una pirada”, pero aquel anuncio se convirtió en un gusano cerebral, lo mismo que te pasa cuando escuchas una canción y no puedes sacártela de la cabeza. El anuncio estaba todo el rato ahí, taladrando mi materia gris, estuvo ahí durante varios días, ocupando gran parte de mi vida. El 25 tenía que estar en Barcelona y, no sé cómo fue, pero pasé por la calle Joaquín Costa, ni sabía que el Centro Aragonés se encontraba en aquel lugar. La cola era impresionante, me puse a curiosear, era un continuo entrar y salir de gente, gente de lo más variopinto; todos ellos en riguroso orden, personas con caras largas, gente sonriente, indigentes, indús, chinos, negros, gentes de todas la razas, también había algún grupo de jóvenes riéndose, universitarios, currantes con mono, freekies, tullidos, un jugador de baloncesto famoso, el Sisa, un sin fin de personas en rigurosa fila india, un resumen de la ciudad y del barrio. Dos municipales. La masa de gente se movía a gran velocidad, entraban y salían sin pausa, era interesante ver como dejaban el lugar, unos sonrientes, otros llorando, otros corriendo. Mi curiosidad empezó a despertar y entonces fue cuando oí la voz de aquella chica que me decía “a la cola, como todo el mundo”. No sé si fue por no llamar la atención o por la voz de mando, pero me puse el último de la fila, en realidad me situé el penúltimo ya que estaba un tal Quim que daba paso a todo el que llegaba y él se situaba continuamente en último lugar, seguro que es un inseguro, el caso es que su cara me sonaba de algo. La cosa iba rápida. Mi turno. Entré. La vi y me dio un vuelco al corazón.

martes, 6 de noviembre de 2012

SOLO



Me encantaba ir con ellos. Mis amigos eran lo más importante. La competición estaba a la orden del día. Yo, igual que los otros, quería ser el más y lo era; siempre sobresalía, era el más certero y me encantaba contarlo, me encantaba vacilar de mis logros. Primero fue en el deporte; era siempre el más rápido, el que más goles metía, tanto en el baloncesto como en los dardos era el que más triples metía, todo era especial, en todo era especial. Cuando empezamos a ir a bares, la competición cambió y por primera vez había un juego en el que no era el mejor; no me sentaba nada bien el alcohol. Suerte que, a la vez, empezamos a jugar a un juego que era más importante que beber, era más valorado: “a ver quién folla más”. En realidad, la cosa, a nuestra edad, era a ver quién follaba y ésta también la gané yo, la metí tan bien y tenía tanta prisa por contárselo a mis colegas que fue meterla y correrme. En la competición nunca se habló de placer, sólo era follar y lo hice el primero y lo hice a gran velocidad. Esta rapidez tuvo sus consecuencias y tuve que casarme con ella; con 15 años dejé de competir, dejé de estar en el juego. Lo mejor de la situación es que me casé para aparentar, ocultar algo que todo el mundo sabía, y a los dos meses de matrimonio perdimos nuestro futuro hijo. El pilar en el que se sostenía nuestro casamiento desapareció. Un día volví a casa antes de lo previsto y la encontré en la cama con Juan, mi colega. En aquel momento me sentó fatal, pero esto me sirvió de excusa perfecta para abandonar aquel sinsentido. En un año pasé de ser el campeón en todo a ser el que la gente miraba con pena. Todos sabían que Juan y Silvia se veían. De hecho, creo que esta relación era anterior a la mía; no me extrañaría que aquel hijo no fuese mío, que aquel ser que iba a nacer fuese fruto del placer y no de mi precocidad, el hijo de un plan. Eso me pasó por chulear y por bocazas, o sea que parte de culpa me toca.
Me fui a vivir a otro sitio y eso con 17 años; todo fue muy rápido, pero fue muy meditado, necesitaba otra oportunidad y no pensaba desaprovecharla, nunca más intentaría ser el mejor, jamás volvería a competir con mi vida. A partir de ahora iba a ser una persona solitaria, sin amigos, a partir de este momento iba a ser yo y nadie más que yo; a partir de este momento sólo yo sabría de mí, no pienso hablar con nadie de mi vida, no pienso hablar con nadie de mi pasado ni de mi presente.
Mi vida sexual era escasa, podría decir que era nula, pero no diría del todo la verdad, la cosa es que le cogí miedo a tener experiencias sexuales compartidas, me refiero a pánico de tener relaciones con otras personas. Supongo que era una fobia causada por la mala experiencia con Silvia, sobre todo el postsexo, lo del matrimonio, los cuernos y todo eso de mi pasado. Pensé que sería mejor, a partir de ahora, tener sexo y que, cuando acabe y mire a mi lado, no haya nadie. Entonces, en esta nueva oportunidad que me estaba dando, decidí sólo practicar sexo en solitario, que también puede ser satisfactorio y suficiente; sobre todo no acarrea problemas con segundos. Me convertí en un experto en el tema. Después de varios años de masturbaciones, llegué a desarrollar mucho mi imaginación.
Los primeros años de mi nueva vida fueron muy solitarios, sólo salía de casa para ir a trabajar y a comprar. Cuando apareció Internet aún se convirtieron en más solitarios; empecé a comprar desde casa, también empecé a trabajar en casa, llegó un momento que sólo salía a por el pan, cada día iba a una panadería diferente para no entablar amistad. Está claro que me había convertido en un solitario. Al igual que en mi vida sexual, todo yo era querer estar solo y me gustaba. Pero hubo algo que me obligó a salir, porque aunque para mi sexo no necesitaba de nadie, mi método para disfrutar plenamente de él, dependía de mi imaginación. Los preámbulos eran siempre los mismos, me tumbaba en la cama desnudo y boca arriba y en este momento me imaginaba una historia, casi siempre era que por casualidad conocía a alguien y acababa con ella haciendo el amor. La pareja de la historia, la cara de la persona que iba a compartir mi soledad era siempre alguien de la vida real, pero llegó un momento que toda la gente de mis historias eran las personas que veía comprando el pan o me cruzaba por la calle cuando iba a comprarlo y eso me empezó a aburrir. Entonces fue cuando decidí salir, decidí que saldría una vez por semana, pero por la noche, un horario diferente, gente diferente. Por la noche, aunque mi plan era sentarme en un rincón y observar, era consciente de que es más difícil evitar las conversaciones, siempre puede haber un pesado que te obliga a hablar, por lo que me inventé un nombre y un pasado; pensé que eso me evitaría problemas.
Me sentaba en un rincón de la barra y observaba a la gente, sobre todo a las parejas, veía como se iban juntos y esa era mi historia, me imaginaba que la chica entraba sola en el establecimiento y se sentaba junto a mí y era yo el que se iba con ella. El sistema funcionaba a las mil maravillas, nunca antes había disfrutado tanto. De hecho, mi imaginación funcionaba tan bien y tanto me metía en las historias, que casi parecían reales, me parecía notar sus cuerpos calientes y sus labios húmedos, era magnífico. Luego, cuando todo acababa, el silencio. En aquel momento pensé que no podía existir nada mejor. Hice un itinerario de ocho lugares que repetía en estricto orden, una ruta circular. Llevaba un par de años haciendo el recorrido, un sitio por semana: un sitio, una aventura. Todo era normal hasta que, un día, entré en el establecimiento, me senté en mi sitio habitual, entró la chica de la primera noche, se sentó a mi lado y nos fuimos juntos a mi casa. Después del orgasmo más placentero de mi historia, ella estaba a mi lado. La semana siguiente fui al ulterior garito de la lista, la morena de mi segunda aventura entró, esta vez sin pareja, se sentó sola, tal y como lo había imaginado en mi historia, se pidió un benjamín, se acercó a mí y me dijo si la invitaba, nos fuimos juntos, me llevó a su casa, en el ascensor le metí mi muslo entre su entrepierna mientras nos besábamos, ella se restregó con fuerza y ansiedad, antes del cuarto, su primer orgasmo, después, al entrar en el piso, le arranqué la camisa, volvió a gemir mientras le comía los pechos, ya desnudos, en la cama; me pidió que la penetrase y este fue su tercer orgasmo, al rato coincidimos los dos y esta fue mi mejor experiencia hasta aquel momento, ella seguía estando junto a mí.
Al día siguiente me asusté, las historias que me había estado imaginando, por no sé qué causa, se estaban convirtiendo en realidad. Intenté tranquilizarme, sólo habían sido dos y quizá los hechos habían sido guiados por mí, una casualidad guiada. Esperé a que fuese jueves para ir al tercer garito. Si esta vez volvía ocurrir, estaba claro que tenía un poder o se me había otorgado un premio. Tenía algo de miedo, nunca había imaginado que estas cosas podían suceder, pero la verdad es que me lo había pasado muy bien y sólo pensar en que las historias que había imaginado podían volverse reales me ponía los pelos de punta. El jueves me duché, cené algo y salí, seguí las pautas que hice el mismo jueves de hace dos años, recordaba perfectamente la historia que en teoría me tocaba vivir hoy. Entré en el bar a la misma hora, el sitio donde me senté en la otra ocasión estaba ocupado por un chaval joven, así que me puse en otro lugar. Entonces entró una chica que conocía perfectamente y se sentó junto a él. Yo permanecí toda la noche en mi nuevo lugar, ¿esto podría cambiar las cosas? Ellos se levantaron y se fueron juntos. Mientras salían vi como la chica daba una palmadita al trasero respingón del joven muchacho. Yo seguí en mi sitio, el bar se fue vaciando, nos quedamos sólo el camarero y yo, él se acerco a mí y sirvió dos chupitos de ron, nos los bebimos de un trago sin mediar palabra y entonces fue cuando me dijo si me apetecía pasar la noche en su casa.