Long Ago, Art Pepper, saxo alto, Dolo Coker, piano, Jimmy Bond, bajo y Frank Butler, batería.
A ver
quién lo hace mejor. Eso de hacerlo mejor es muy relativo, en
ocasiones hacerlo mejor es simplemente ser más rápido y si eres más
rápido y precoz (la precocidad, en este contexto, se refiere a la
edad del individuo), más que mejor.
En el
atletismo, está bastante claro que el que llega primero es el mejor
y si bate el récord del mundo es el mejor de todos los tiempos y si
eso lo consigue siendo más joven que el anterior récordman parece
ser que es mejor todavía, incluso es mejor si iguala el récord
siendo más joven. ¿Si iguala el récord, es mejor o igual? ¿Tiene
más valor conseguir un logro con 10 que con 80?
Hay
pruebas atléticas en las que el vencedor lo consigue por estrategia,
intenta hacer que la carrera sea lenta y así tener su oportunidad
sobre el tipo que tiene mejor marca, por eso en ocasiones hay
sorpresas y la gloria olímpica recae sobre un inesperado (es un
ejemplo o fantasía). Claro que este tipo de estrategia sólo se
puede utilizar en pruebas largas (me baso en la legendaria historia
de la liebre y la tortuga).
Los
100 metros lisos son otra cosa, quizá tenga su parte de estrategia,
yo la desconozco, pero a mí me parece que, al sonar el disparo, los
participantes salen a correr que se las pelan y la única estrategia
es ir más rápido que el resto y llegar entes que los demás, es la
prueba más admirada y más seguida en la actualidad por el público
ocasional, por su brevedad y rapidez (supongo), que son dos cosas que
se valoran mucho en la actualidad.
La
preparación para esta prueba seguro que es larga y dura.
Correcciones continuas buscando la perfección en cada zancada,
depurando la técnica, buscando arañar entreno a entreno un
microsegundo y así, poco a poco, lograr batir el récord, un récord
que, tarde o temprano, batirá un tipo para alegría suya, de sus
familiares y de sus seguidores y de alguno que se alegra de estas
cosas y desdicha del anterior récordman, sus familiares, sus
seguidores y alguno que le entristece las caídas de récords
atléticos. Competición pura y dura.
Seguro
que estos análisis sobre el atletismo ponen en evidencia mi
ignorancia absoluta sobre este deporte, pero sirve para exponer lo
que quiero evidenciar, que no es otra cosa que la importancia de la
velocidad en nuestra sociedad, cosa que a mí, en realidad, no me
impresiona, no digo que tiempos atrás no lo hiciese, pero ya hace
muchos años que me pasé al lado de la admiración de la belleza,
que es lo que me emociona de verdad. La prueba de que la velocidad
atrae es que Bolt es el atleta más conocido del planeta. Creo.
No me gusta andar,
pero no me queda más remedio. Calle Aurora nº3,1º,1ª. Ya. A ver,
aquí. 2º,2ª, aquí. A por otra calle. Sigo andando, arrastrando el
carro. Calle Bailén, esta calle siempre invita a mover la cadera,
jiji. Aquí, nº 11,1º,1ª, a ver, 2º,1ª. Camino, camino, se hace
camino al andar. Calle López Hidalgo, esta calle siempre me recuerda
al Quijote, jiji, nº 5, paquete al 3º, driiiiin...
¿Quién es?
El cartero.
Abren la puerta.
Hola.
Hola (qué voz
tan sugerente).
Un paquete.
Suba.
Voy.
Llego al tercero sin
ascensor, me abre la puerta una morena despampanante.
Ella
coge el bolso marrón con rabia, con ganas de hacer daño y lo lanza
con todas sus fuerzas, autorreflejo, desahogo inmediato; si hubiese
tenido a mano un martillo, también se lo habría lanzado, son estas
cosas que se hacen al instante, autorreflejo consecuencia de la gota
que hace que rebose el vaso imaginario que todos tenemos. José pone
la mano con aire de superioridad para parar el blando proyectil que
va directo a su jeta, con esa soberbia que tienen las malas personas
cuando se ven muy superiores. Deseo concedido. Inesperadamente los
dedos índice, corazón y anular de José crujen, se doblan hasta
tocar el dorso de la mano. ¿Milagro navideño? Por una vez, él es
el dañado. José cae al suelo entre gritos de dolor e insultos
-
¡Hija de puta, te voy a matar! ¡De ésta no te libra ni Dios!
Juana
está alucinada, la mano de José está hecha trizas, se fija en el
bolso que permanece entreabierto en el suelo, a un par de metros del
lisiado, y ve cómo asoma un trozo del ladrillo macizo que lleva en
el bolso para más seguridad nocturna cuando sale del turno de tarde
y que ayer se olvidó de sacar al llegar a casa. Se acerca a José
temblorosa, él la agarra de la pierna. Tenaza dolorosa. Los ojos
inyectados en sangre, sonrisa maligna, regocijo del que sabe que se
va a desquitar a base del dolor ajeno, una cara que Juana bien
conoce, que Juana ha visto en innumerables ocasiones antes de
recibir; pero en esta ocasión los ojos de José reflejan, incluso,
más odio que el día que la envió al hospital con fractura de
mandíbula incluida; con su otro pie, libre de prisión, Juana ve la
ocasión de … Aplasta la mano dañada de José, él suelta
automáticamente su presa entre gritos de dolor, ella escapa.
Callejea
sin meta alguna, sabe que el primer sitio donde la buscará será en
casa de su anciano padre. Miedo.
Dos
horas más tarde aún sigue andando, decide entrar a tomar un café,
no sabe ni dónde se encuentra. Se sienta, llama a su padre.
¿Papá?
Sí.
¿Estás
bien?
Claro
¿Cuándo vais a llegar?
Esta
respuesta confirma que no ha estado por ahí.
No
iremos, ha surgido un problema
¿Te
pasa algo? ¿Te ha vuelto a zurrar?
No,
es que José ha tenido un percance.
¿Qué
le ha pasado?
Se
ha roto una mano.
Bueno,
ya me dirás.
Un
beso.
Te
quiero.
Y
yo.
Uff.
No se ha atrevido a ir, bueno, lo raro es que no me haya llamado.
Estuvo
entre café y bocata haciendo tiempo hasta la hora de ir a la
fábrica.
Miedo
al ir hacia la fábrica, pero ni rastro de José.
Fichó
y empezó a trabajar como siempre, empaquetando bombones. Frente a
ella, como siempre, la sonrisa de Manuel. A la hora del bocadillo, se
juntaron como siempre, Manuel es muy amable y cariñoso, a ella le
gusta mucho su compañía; no sé si fue por el miedo o por necesidad
de hablar con alguien, pero le contó lo sucedido a Manuel, lo de
esta mañana y también lo de la vez que le rompió la mandíbula y
las palizas que había recibido por cualquier motivo, los insultos y
los desprecios.
No
aguanto más esta presión, tengo mucho miedo, sé que en cualquier
momento vendrá a por mí.
Manuel
la miró con dulzura y le ofreció su casa. Juana denegó la
invitación.
- Me
iré a casa de mi padre.
Sonó
la sirena, dejaron de empaquetar, Juana se volvió a poner la ropa
que llevaba, la que había elegido para ir a comer a casa de su
padre, sus mejores ropas, estaba especialmente atractiva. Juana era
una mujer hermosa, por dentro y por fuera. Salió por la puerta de la
fábrica, Manuel salió después, la observó como cada día, hoy
especialmente no quería perderla de vista.
Juana
estaba muy inquieta, esperaba la coz en cualquier momento, no quería
ir demasiado temprano a casa de su padre, andaba por las calles,
empezó a llover, se resguardó en un portal, su cara empapada había
corrido el rímel de sus ojos.
Estaba
tumbado después de la operación con la que le reconstruyeron la
mano, dolorido y enfadado observaba como llovía, su mente era un
hervidero de ideas, de malas intenciones, maquinaba su plan de
terror, visualizaba las sangrientas imágenes, odio. Voy a acabar con
ella. Entró el doctor.
La
operación ha sido un éxito, nunca había visto una rotura igual.
Sí,
mala suerte, nunca más volveré a coger la bici.
José
volvió a pensar en Juana y siguió elaborando su plan. Voy a
llamarla.
Juana
aún se encontraba al resguardo de la lluvia, casualmente en las
cercanías del hospital. De repente sonó su móvil, era él. Decidió
no cogerlo, dejó el aparato sobre las verdes baldosas y se acuclilló
delante de él, el maldito timbre no paraba de sonar. Juana tenía
mucho miedo.
Esta
cerda no coge el móvil, debe estar cagada. Hija de puta guarra.
José
buscó entre sus ropas y cogió el paquete de ducados y el mechero,
salió de la habitación y subió a la terraza, abrió la puerta y se
encendió el cigarro.
Hola,
también estás fumando.
No,
es que es mi hora de comer.
Pues
baja a tu habitación, aquí no te van a traer la comida (este tío
está pirao).
Es
que no tengo habitación, vivo aquí arriba.
Juana
levantó la vista y ahí estaba, con su habitual sonrisa, le tendió
la mano y ella se la cogió. No se dejaron de la mano hasta llegar al
portal y Manuel abrió la puerta, entraron en el ascensor y la puerta
se abrió en el piso siete. El piso era muy majo, algo desordenado,
pero limpio.
Puedes
dormir en mi habitación, yo lo haré en el sofá.
¿Quieres
cenar algo?
No,
gracias.
Pues
yo me voy a preparar unos raviolis.
Bien.
De
repente, volvió a sonar el teléfono.
Seguro
que es él, tengo miedo.
¿Quieres
que lo coja yo?
NO.
Voy
a ver, igual es... tengo miedo.
Miró
la pantalla del móvil y era un número larguísimo.
Diga.
¿Señora
Rodríguez?
¿Sí?
Hola,
soy el sargento Julian López de la policía nacional.
¿Ha
pasado algo?
Podría
pasarse por la comisaría de la calle Príncipe Felipe.
Sí,
claro.
Cuatro
horas más tarde, está Juana llamando al séptimo. Manuel le abre.
¿Cómo
te encuentras?
No
sé qué decir. Bien, liberada.
¿Qué
ha pasado?
Un
pirado del hospital se ha comido buena parte de José.
¿Cómo?
Canibalismo,
un tío ha intentado devorar a mi marido.
¿Y?
Pues
nada, que se le ha comido el corazón, el hígado y el cerebro.
¡Joder,
qué fuerte! Debes estar hecha polvo.
Pues
no, me siento libre, de hecho me da risa. Jajajaja.
¿Quieres
que vayamos al médico? Te está dando un ataque de ansiedad o ...
Nunca
he estado mejor en mi vida.
Creo
que deberíamos ir a que te vieran.
Qué
no, estoy estupendamente, es que mi marido, mi exmarido, nunca
tuvo corazón ni cerebro y el hígado, creo que ya no le debía
quedar nada. Que me ha hecho gracia que el tipo ese eligiese estas
partes de su cuerpo para saciar su apetito.
Juana,
me das miedo.
Soy
feliz y no pienso hablar nunca más de él.
Yo
estaría jodido. Creo. Ja. Que le den.
Hoy
empiezo una nueva vida. ¿Te importaría compartir cama?
No,
no me importa, he soñado contigo desde el día que te vi. Te Amo.
Eres
dulce.
A
partir de mañana vas a llamarte Amanda, hoy amanecerás junto a mí
y, cuando te despiertes, te llamarás Amanda, feliz y sin miedo.