Se me
olvidan cosas constantemente. Eso tiene sus ventajas y sus
inconvenientes. En realidad, casi todo son ventajas: te olvidas de
las cosas que haces mal, te olvidas del dolor sufrido, te olvidas de
tus raíces, te olvidas de tus muertos. En cambio, los inconvenientes
son más livianos: te olvidas de comprar el pan, te olvidas de las
llaves o de la hora de una cita, te olvidas de cual es el número
del bus que te lleva a la plaza España o a qué hora sale tu hijo
del colegio, te olvidas de una palabra o de un nombre.
Pero
de vez en cuando, un recuerdo vuelve y te teletransporta a aquel
pasado. Hoy me ha sucedido, he sido teletransportado; en este caso,
más bien he sido telemusicado (internet, gran invento, inmensa
enciclopedia), llevado por una canción a un pasado olvidado. En
realidad, el pasado del que hablo no lo había olvidado, lo recordaba
con cariño, se me había olvidado el nombre del pianista, fue un
pianista (y el grupo) que me marcó, que me cambió, que me hizo ver
que no tenías que ser Jarrett (Cuarteto europeo) para hacer cosas
bonitas, que había más gente haciendo este género (de forma más
asequible), sobre todo en Europa. Entonces compuse unas canciones
imitando este estilo (se pueden oír en mi disco con Salanova). En
realidad, antes de él ya había conocido a Bobo Stenson y unos
cuantos de ECM; esto que os hablo debió ser en el 95, más o menos.
A los pocos años, volví a saber de él, en 1997 el pianista en
cuestión venía a Barcelona junto a Lars Danielsson y Anders
Kjeliberg. Pero, cómo no, se me volvió a olvidar su nombre y hoy lo
he encontrado de nuevo y lo voy a dejar en este escrito para poderlo
recordar: LARS JANSSON.