Necesito
aire. Quiero un momento de desconexión.
Suena
el timbre de la puerta insistentemente. Abro los ojos y no te veo,
no te veo pero te siento, incluso te huelo, posiblemente todo el
vecindario te huele. Cierro los ojos y apareces, estas ahí con tu
cara de torta, inmenso despropósito heredado de tu madre, si por lo
menos hubieses heredado su simpatía, pero ya te encargaste de
apadrinar la mala leche de tu padre, tu padre, este ser insostenible,
imperfecto, de perfil osil, recordman mundial del desatino. ¿Por qué
abrí la puerta aquel día? Abrí y os vi a los tres, al unísono
soltasteis aquella primera frase que me impactó – Hola, círculo
de lectores. Después vinieron una serie de preguntas ¿conoce usted
las virtudes de ser del círculo? ¿podemos pasar un momento?
Gracias. ¿podrías ponernos un vaso de agua? ¿puedo utilizar el
lavabo? ¿es usted soltero? A continuación, la sentencia – gracias
por haberse hecho socio, no se arrepentirá nunca. Tuve que ventilar
y limpiar el cuarto de baño, el imbécil, se meó fuera.
El
timbre no para de sonar, es la pedorra de la hija que viene todos los
meses a traerme noticias del círculo de lectores, si al menos se
duchase. A la mierda (pensamiento). Hoy no le abro. Riiiiiing,
riiiiiiing, ¡abre! ¡abre! Sé que estás dentro. Una mierda
(pensamiento interno).