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Hola, buenas tardes
- ¿Qué tal?
- Una cervecita
- ¿San Miguel?
- Sí, ¿hay poco movimiento?
- Sí, ayer trabajé muy bien, pero hoy eres el primero en entrar.
- Pues no voy a ser el cliente ideal. Cóbrate, me tengo que ir.
Las nueve y sereno,
bueno, sereno, sereno tampoco es muy exacto. Sólo ha entrado el
Andrés, menudo año.
Joder, antes, a las
nueve, como mínimo, ya tenía doscientos en el cajón, joder. Me voy
a fumar, me cago en la prohibición. Hace frío.
- Hola Pedro. ¿Fumando?
- Pues sí. Ahora entro y os atiendo.
Pedro le da dos
caladas al ducados y entra con su sonrisa habitual.
- ¿Qué será?
- Una de litro, de estas nuevas que tienes.
- Buena elección, ésta es de lo mejor.
Les sirve la
cerveza, se mete en el ofis y prepara un par de tapitas de anchoa.
Entran Julián y
Ana. Todo va bien. Juan, Mercedes, Elena, Laura y Mario. Hablan de
música y de la lotería; corren las cervezas, cada una acompañada
de su tapa. Queso, jamón, sardina... Lo de la tapita con la cerveza
está muy bien. A fumar en grupo. Las once y cuarto, se va Mario, el
bar está nuevamente vacío.
Son las doce, no ha
vuelto a entrar nadie.
Voy a cerrar. Se
abre la puerta, entra un señor mayor.
- Ponme una Mahou.
- Muy bien.
Pedro le coloca la
cerveza con una tapita de jamón.
- Otra.
- Otra.
- Otra.
- Cóbrate y ponme otra.
- Ésta y cierro.
- Vale.
Al señor se le
empieza a trabar la lengua. Pedro le cobra.
- Otra.
- Ya te he dicho que era la última.
- No seas capullo y ponme otra.
- Te pongo media caña y cierro.
Pedro le sirve una
caña.
- Salgo a fumar.
A ver si se va, este
tío es un pesado.
Pedro mira al
interior del local desde la puerta y ve cómo se bebe la cerveza de
trago y se dirige a la salida.
Suerte, se va.
- Tú, capullo, ponme otra cerveza.
- No me faltes al respeto.
- Tú estás aquí para servir a los clientes, pringao.
- Cállate y vete a casa.
- Dame un cigarro y sírveme una cerveza.
- Que te vayas a casa. Voy a cerrar.
- Dame un cigarro, hijo de puta.
Pedro, ya muy
caliente pese al frío que hace, suelta la mano con cigarro
incorporado. El tortazo a mano abierta le gira la cara al borracho
pesao. Por un instante, Pedro deja de ver la jeta girada del
individuo y cuando vuelve a mostrarse (la jeta del pesao), por no se
sabe qué casualidad, el tío tiene colocado el cigarro, que Pedro
llevaba en la mano golpeante, en su boca. El del pestazo a vino lleva
ahora en su boca la colilla, un hecho casi milagroso, el tío tenía
la pava entre sus labios, un cigarro de unos cuatro centímetros,
algo doblado, pero aún humeante. Pedro se queda perplejo.
- Pues no me pondrás una cerveza, pero me llevo tu cigarro, que te den. Me llevo tu cigarro, jajajaja, me lo llevo, me llevo tu cigarro, jajajajaja, capullo.
Pedro se enciende
otro pitillo mientras observa cómo el cliente se aleja dando
bandazos. Una sonrisa se dibuja bajo el bigote de Pedro, la visión
del tío con la colilla semiaplastada en su boca no deja de ser
cómica.