Foto, Ángel Fernández Balasch
Audio: Sort, interpretada por Antonio Salanova y Coco Balasch.
Después
de mi primer fracaso musical con los Cráneos Sonrientes (historia
“Adelante” editada el 3 de abril en este mismo blog), me fui de
vacaciones, me fui de colonias a la montaña. En aquella mi primera
estancia solo, iba a ocurrir algo que me daría fuerzas renovadas
para reemprender mi carrera artística.
Llegué
a aquella casa de colonias después de un largo viaje, estaba
nervioso y asustado, yo por aquel entonces era un chico muy tímido
(aún lo soy). Bajamos del autobús, hacía un día luminoso, sin
nubes y vi por primera vez aquella formidable mole de forma singular:
ante mí, el Pedraforca, una de las más bellas montañas que he
visto, quizá es que le guardo un cariño especial por el impacto de
la niñez, al igual que me pasa con las de Montserrat, que siempre me
saludan con alegría cuando las veo desde el eje transversal, cuando
llego a Manresa, punto donde se muestran con su mayor esplendor, como
yo siempre las conocí todos los días desde los 9 a los 20, al salir
o al llegar a casa (los días de niebla no se ven). Entramos en Can
Cadi, chicos con chicos y chicas con chicas (para dormir), dos
grandes salas con literas. Yo estaba totalmente de estreno, estreno
de saco de dormir, estreno de linterna, estreno de cepillo y pasta de
dientes, estreno de calzado, estreno de estar sin padres. Durante
esta estancia me pasarían muchas cosas por primera vez. Nos
despertaban con música, no sé quién elegía la sintonía matutina,
pero muy alegre no era y me parece que tampoco era la más adecuada,
la canción Campanades a Morts de
Lluis Llac, Nos aseábamos en la riera salada y a desayunar, leche de
vaca de la zona, pan con tomate o galletas. Entonces empezábamos
nuestras tareas diarias, yo me apunté a un grupo que hacíamos un
programa de radio que se escuchaba en el comedor durante la hora de
la comida. Siesta. Hicimos excursiones al Pedraforca (fue la primera
vez que vi luciérnagas), a la Gallina Pelada y alguna otra que no
recuerdo. Fue también la primera vez que vi mineros, eran los
mineros de Saldes, estaban teñidos del carbón, gente de aspecto
rudo que regresaban a casa después de su jornada laboral. Enseguida
me adapté al ambiente, hice amigos nuevos y hasta me enamoré y ella
dijo que también le gustaba; fue la primera vez que le gustaba a una
chica, yo había estado enamorado con anterioridad de Veronique, pero
creo que a la francesa no le gustaba mucho.
Un
día, los monitores comentaron que podíamos preparar algo durante el
día para actuar después de cenar, leer una poesía o contar una
historia o un chiste, cualquier cosa que sirviese para distraer a los
compañeros. Estuve toda la mañana pensando en ello, pero no se me
ocurría nada, quizá contaría un chiste, se me daba bien el humor.
Creo. De repente, una visita: llegó un dos caballos beige y bajó de
él una señora (eso me pareció en aquel momento) (actualizo la
visión). Del citroën azul eléctrico bajó una preciosa chica
delgada con pelo corto y morena, parecía un sueño, la recibieron
con mucha alegría. En seguida se corrió la voz, era una artista
famosa, fundadora de los Setze Jutges, junto a Miquel Porter y Josep
Maria Espinàs, creo que fue la primera vez que conocía a una
famosa, aunque fuese famosa para los demás, porque yo no la conocía,
del grupo sí que había oído hablar, de hecho pensé que podría
haber venido el Llac o Serrat, del cual conocía canciones y su cara.
Bueno, la cuestión es que teníamos a una famosa entre nosotros, se
llamaba y se llama Remei Margarit. Cenamos y ella se quedó a cenar
con nosotros. Después de los postres, empezó el espectáculo y la
primera artista fue ella, cantó un par de canciones con una guitarra
que se había traído, después empezaron a salir varios artistas,
unos cantaban, otros contaban cosas; la actuación que hasta el
momento había tenido más aceptación fue la que hicieron el Pere
Rius y Judit, cantaron y escenificaron la canción “nena deixem
tocarte el cul”. De repente, no sé qué me dio, pero me acerqué a
Margarit y le pregunté si me dejaba la guitarra, me miró como quien
mira a una gaviota y después de una breve pausa, me dijo que sí. Mi
segunda oportunidad y mi primera actuación en directo y sin casting
previo iba a producirse en unos instantes. Me senté en una silla,
puse el primer acorde y mi voz angelical (por aquel entonces me
llamaba Ángel) empezó a desgranar una de las canciones que
ensayábamos con los Cráneos Sonrientes: Hoy en mi ventana
brilla el sol y el corazón, se pone triste contemplado la ciudad...
…te vaaaaassssss. El éxito me
abrazó, el público también, los aplausos, los vítores, las loas,
las felicitaciones, la excitación mía y de las chicas, era
sofocante, podría seguir rato describiendo la reacción de la gente,
pero voy a parar aquí; lo importante es lo que ocurrió en mi
interior: primero pensé !qué gusto! y después, acto seguido, pensé
en mí y en mi pasado reciente, en mi fracaso con los Cráneos, pero
estaba positivo, estaba pletórico, lleno de éxito y orgullo, eso
(lo de los Cráneos) no podía acabar con mi carrera, el que un tipo
(el del casting) no supiese ver nuestro incipiente talento, no me iba
a vencer.
El
primer profesor de guitarra fue Julio (guitarra mecánico del
barrio), con él aprendí algunos acordes, el romance anónimo y
alguna otra cosa que no recuerdo. Un chico demasiado brutico y algo
criticón con otros músicos, el día que empezó a criticar a uno
que tocaba cosas de Iceberg y de Joe Past “toca bien pero no sabe
afinar la guitarra”, me pareció algo... que me dio mal rollito.
Decidí buscar, empecé a estudiar solfeo con un señor mayor, aquél
me dio un consejo algo raro, siendo yo un chaval. El consejo: para
salir a tocar en directo, va bien tomarse una copita de coñac (quizá
fuese eso lo que nos faltó a los Cráneos para superar la maldita
prueba). Lo del señor estaba bien, pero yo quería tocar un
instrumento y seguí buscando a la vez un profe de guitarra; y creo
que encontré el profe ideal, era un tío bastante amable, hablaba
poco (era algo tartamudo) y andaba poco (era cojo) y era un soñador
(sería por los petas), cantaba bien y componía canciones. Me enseñó
un montón de canciones, alguna de Supertram,
de Pink floyd y muchas
de cantautores, escuche mucha música con él y la verdad es que me
abrió las puertas a un mundo. Aunque seguí aprendiendo a tocar la
guitarra, me gustaba oír el bajo, me atraía y decidí que lo que
quería tocar era el bajo y se lo dije. Un día iba a tocar sus temas
en el bar Soler (él) y me invitó a acompañarle tocando el bajo y
le dije: es que no tengo bajo (él ya lo sabía, pero como en
ocasiones yo perdía el hilo de su conversación...) y él me dijo
¡da igual! te coges la Suzuki (mi acústica) y tocas con las cuatro
cuerdas graves. También me comentó que cuando consiguiese un bajo
de verdad haríamos un dúo. Mi segundo bolo. No puedo decir que éste
se pareciese en éxito al anterior, en realidad no había mucha gente
en la actuación, pero entre ellos había un músico, que actualmente
es una persona bastante relevante en la composición contemporánea;
al acabar, me dijo “estás haciendo de bajista ¿verdad?” y es
eso lo que hacía, hacía de bajista, sin bajo pero de bajista, ese
fue mi primer bolo como bajista. Lo del dúo no duró un carajo, de
hecho, en cuanto tuvo a un bajista con bajo, no me volvió a llamar.
Pero mi carrera ya estaba lanzada, ya no podía parar, y tocaba
montar otro grupo, uno que tocase Rock, Beatles, Elvis y otros. Pero
esto es otra historia, es la historia de Prisma y el Gallinero.