martes, 25 de septiembre de 2012

MI MEJOR ATARDECER

Fotos, Ángel Fernández Balasch
Audio, Prater, Antonio Salanova, piano y Coco Balasch, contrabajo.


La chispa saltó después de ver una foto en el Facebook, una preciosa foto de un atardecer que había colgado la segunda mujer más guapa del mundo. En el pie de foto, en el encabezamiento o como contestación a una pregunta (no lo recuerdo), ponía algo así como: este es el atardecer más bonito que he visto en mi vida (seguro que la frase no es exacta, pero tengo la certeza de que no he cambiado el significado, la intención; mis recuerdos son así). Muchas de las cosas que veo, escucho, siento o leo, las analizo y, en ocasiones, hasta saco conclusiones, mis teorías, tengo un montón de ellas, sobre cosas simples, sobre cosas complejas, sobre qué es simple y qué es complejo ¿existe lo simple? ¿existe lo complejo? Me voy, otra vez más me voy, me he ido, vuelvo. Cuando vi aquella foto... La verdad es que es una foto preciosa, es un atardecer con alguna nube y con su isla. Los últimos rayos de sol se están despidiendo, pero aún con fuerza, sobre todo uno, uno que sale disparado del círculo solar hacia el cielo como láser bélico, atravesando una pequeña nube blanca que, al pasar por ella, herida, se oscurece. El sol está completo, entero, a punto de ser engullido por el horizonte, esta línea que delimita el fin del planeta visual, todo lo que hay detrás de ella no existe, desaparece. El sol está a punto de entrar en esta dimensión, está cerca de que lo inevitable vuelva a suceder, aunque el sol del que hablo nunca pasará la línea, ya que está inmortalizado, encerrado en ese instante, en ese minuto previo a zambullirse en las aguas marinas. Empieza a desprender estos tonos rojizos característicos del crepúsculo, los deja reflejados tanto en el cielo como en el agua, en el cielo aún azul y en el agua ya oscura, casi negra, negra y brillante; brillante obsequio que le da el sol al agua, a la mar calma, sosegada, casi dormida en su superficie, pero llena de vida en su interior, llena de movimiento, de fuerzas invisibles para nuestros cansados ojos ya en el ocaso de la jornada veraniega. Un mar que se alimenta para alimentar el vergel de vida que es. En esta imagen, a punto está de engullir también al sol, quizá para calentar durante la noche a sus criaturas dependientes de él o de ella, según convenga, según simpatices. La verdad es que la foto de la segunda mujer más guapa del mundo es preciosa y la analicé, la observé, la disfruté. Fui feliz durante un instante viendo la bella foto, pero cuando leí el texto, este texto que no recuerdo si estaba en el pie de foto o encabezándola o simplemente era un comentario de la autora dentro de una conversación en su Facebook, una sensación de tristeza me invadió, entró dentro de mí, esto es algo que me sucede en ocasiones con este tema. Sé que este don no me ha sido otorgado, el olvido me rodea, las imágenes se van, mi memoria se basa casi exclusivamente en sensaciones e imaginación, aparte de notas (qué alivio cuando supe que a Einstein le sucedía lo mismo), nunca hay imágenes del pasado en mi psico. Este es el atardecer más bonito que he visto en mi vida, he aquí el texto, es el mismo que tengo al principio de la historia porque lo he copiado, pero perfectamente podría ser El atardecer más espectacular que he visto nunca. Al leer el texto deduje que ella quería dejar constancia de lo que estaba viendo, más aún, de lo que estaba sintiendo, quería fijar en el pie o encabezamiento de la foto la importancia que tenía para ella haber capturado aquella imagen, la más de las imágenes en aquel momento o la importancia del momento. Momento que para Susana fue en sí un instante único e insuperable, visual o mental, para ella visual. Pero a lo visual, cuando te inunda, cuando te llega, siempre le acompaña, en mayor o menor medida, algo espiritual (mental). Pero al leer el texto llegué a la siguiente conclusión, una deducción que comenté en voz alta, supuestamente para que Susana me escuchase, aunque seguramente ella no me oyese, ya que yo estaba en mi casa y ella estaba en la otra dimensión, por detrás de la línea que delimita el planeta visual, engullida en algún lugar detrás de mi línea, que desde mi ventana (la de mi casa) son edificios.
Las palabras que aquel día dije en voz alta son las siguientes, las puedo reproducir porque las escribí:
Que suerte tenéis la gente que gozáis de tan buena memoria. Os envidio. Yo nunca podría asegurar que éste es el más espectacular de mis atardeceres, porque correría el riesgo de mentir, y no quiero hacerlo. Seguramente en otro lugar-tiempo vi otro mejor y no lo recuerdo, quizá hasta fue el mismo que el tuyo, quizá mi mejor atardecer es el mismo que el tuyo; lo único que lo diferencia es que tú te acuerdas de él y yo cada día tengo que seguir buscando mi mejor atardecer, porque ese otro, quizá el que compartimos, ya se me olvidó.