Fotos, Ángel Fernández Balasch
Audio, Prater, Antonio Salanova, piano y Coco Balasch, contrabajo.
La chispa saltó después de ver una foto en el Facebook, una
preciosa foto de un atardecer que había colgado la segunda mujer más
guapa del mundo. En el pie de foto, en el encabezamiento o como
contestación a una pregunta (no lo recuerdo), ponía algo así como:
este es el atardecer más bonito que he visto en mi vida (seguro
que la frase no es exacta, pero tengo la certeza de que no he
cambiado el significado, la intención; mis recuerdos son así).
Muchas de las cosas que veo, escucho, siento o leo, las analizo
y, en ocasiones, hasta saco conclusiones, mis teorías, tengo un
montón de ellas, sobre cosas simples, sobre cosas complejas, sobre
qué es simple y qué es complejo ¿existe lo simple? ¿existe lo
complejo? Me voy, otra vez más me voy, me he ido, vuelvo. Cuando vi aquella foto... La verdad es que es una foto preciosa, es
un atardecer con alguna nube y con su isla. Los últimos rayos de sol
se están despidiendo, pero aún con fuerza, sobre todo uno, uno que
sale disparado del círculo solar hacia el cielo como láser bélico,
atravesando una pequeña nube blanca que, al pasar por ella, herida,
se oscurece. El sol está completo, entero, a punto de ser engullido
por el horizonte, esta línea que delimita el fin del planeta visual,
todo lo que hay detrás de ella no existe, desaparece. El sol está a
punto de entrar en esta dimensión, está cerca de que
lo inevitable vuelva a suceder, aunque el sol del que hablo nunca
pasará la línea, ya que está inmortalizado, encerrado en ese
instante, en ese minuto previo a zambullirse en las aguas marinas.
Empieza a desprender estos tonos rojizos característicos del
crepúsculo, los deja reflejados tanto en el cielo como en el agua,
en el cielo aún azul y en el agua ya oscura, casi negra, negra y
brillante;
brillante obsequio que le da el sol al agua, a la mar calma,
sosegada, casi dormida en su superficie, pero llena de vida en su
interior, llena de movimiento, de fuerzas invisibles para nuestros
cansados ojos ya en el ocaso de la jornada veraniega. Un mar que se
alimenta para alimentar el vergel de vida que es. En esta imagen, a
punto está de engullir también al sol, quizá para calentar durante
la noche a sus criaturas dependientes de él o de ella, según
convenga, según simpatices. La verdad es que la foto de la segunda
mujer más guapa del mundo es preciosa y la analicé, la observé, la
disfruté. Fui feliz durante un instante viendo la bella foto, pero
cuando leí el texto, este texto que no recuerdo si estaba en el pie
de foto o encabezándola o simplemente era un comentario de la autora
dentro de una conversación en su Facebook, una sensación de
tristeza me invadió, entró dentro de mí, esto es algo que me
sucede en ocasiones con este tema. Sé que este don no me ha sido
otorgado, el olvido me rodea, las imágenes se van, mi memoria se
basa casi exclusivamente en sensaciones e imaginación, aparte de
notas (qué alivio cuando supe que a Einstein le sucedía lo mismo),
nunca hay imágenes del pasado en mi psico. Este es el atardecer
más bonito que he visto en mi vida, he aquí el texto, es el
mismo que tengo al principio de la historia porque lo he copiado,
pero perfectamente podría ser El atardecer más espectacular que
he visto nunca. Al leer el texto deduje que ella quería dejar
constancia de lo que estaba viendo, más aún, de lo que estaba
sintiendo, quería fijar en el pie o encabezamiento de la foto la
importancia que tenía para ella haber capturado aquella imagen, la
más de las imágenes en aquel momento o la importancia del momento.
Momento que para Susana fue en sí un instante único e insuperable,
visual o mental, para ella visual. Pero a lo visual, cuando te
inunda, cuando te llega, siempre le acompaña, en mayor o menor
medida, algo espiritual (mental). Pero al leer el texto llegué a la
siguiente conclusión, una deducción que comenté en voz alta,
supuestamente para que Susana me escuchase, aunque seguramente ella
no me oyese, ya que yo estaba en mi casa y ella estaba en la otra
dimensión, por detrás de la línea que delimita el planeta visual,
engullida en algún lugar detrás de mi línea, que desde mi ventana
(la de mi casa) son edificios.
Las palabras que aquel día dije en voz alta son las siguientes, las
puedo reproducir porque las escribí:
Que suerte tenéis la gente que gozáis de tan buena memoria. Os
envidio. Yo nunca podría asegurar que éste es el más espectacular
de mis atardeceres, porque correría el riesgo de mentir, y no quiero
hacerlo. Seguramente en otro lugar-tiempo vi otro mejor y no lo
recuerdo, quizá hasta fue el mismo que el tuyo, quizá mi mejor
atardecer es el mismo que el tuyo;
lo único que lo diferencia es que tú te acuerdas de él y yo cada
día tengo que seguir buscando mi mejor atardecer, porque ese otro,
quizá el que compartimos, ya se me olvidó.