martes, 30 de octubre de 2012

EL CIERZO

Foto de Ángel Fernández

Cierzo. Cuando empieza el maldito aire a soplar, me siento mal, me molesta. No sé cómo se puede querer a este maldito viento. Maldito frío. El aire del Moncayo te machaca el cerebro y te dobla el cuerpo, sus efectos sobre los humanos son irreversibles. Hay gente que ama este fenómeno meteorológico, en realidad no saben el por qué de ese irrefrenable e ilógico querer. Yo voy a intentar aclarar el dilema.
Hay muchos estudios realizados al respecto. En el ADN de ciertas personas, está inscrita a hierro candente la información genética de sus antepasados, de la cual han heredado información de los tiempos en que el Cierzo le daba la vida al individuo de la ribera. El amor al Cierzo es signo casi inequívoco de que la persona que lo siente es descendiente directo de alguna de las tribus que poblaban la ribera del Ebro. Los efectos secundarios del Cierzo, que actualmente se sabe que son claramente nocivos, eran de gran ayuda para la supervivencia y posiblemente sea lo que ha logrado mantener a esta raza hasta nuestros días (no voy a valorar si esto es bueno o malo para la humanidad).
No vayáis a pensar que este aire es exclusividad de Zaragoza, pertenece a todo el corredor del Ebro y nadie que vivamos en esta franja, Reinosa, Miranda, Haro, Tudela, Rivaforada, Novillas, Fuentes, Flix, Ascó, Amposta o Deltebre, por citar algunos lugares, nos salvamos de él, ninguno nos liberamos de sus nefastos efectos, claro está que, cuanto más cerca estés del río y cuantas más generaciones lleves en la ribera, más arraigados estarán estos sentimientos, perdón, efectos, en tú genética.
Desde el Adán y la Eva, el valiente ha sido alguien valorado por todos, aunque últimamente está ganando puntos la antigua creencia de alguna de las tribus de zonas costeras, que siempre aseguraron que valiente era sinónimo de descerebrado. Este aire ha sido para la gente de la ribera como la poción mágica de Panoramix para los de Asterix, el Cierzo te convierte en valiente (pero sin la fuerza que te hace invulnerable). Durante muchos siglos, el efecto que ha causado sobre los ribereños ha servido para salvarles la vida, daba un arrojo que les servía para ganarse el sustento en un lugar inhóspito donde la falta de alimento estaba a la orden del día, donde pocos metros más allá del río (efecto del fuerte viento que todo lo seca) nada crecía ni nada vivía aparte de insectos, alacranes y algún que otro pequeño mamífero, rápido y escurridizo, que nunca los lugareños lograban cazar; había que tener mucho valor para atreverse a sumergirse en las aguas del rápido y turbio río y meterse bajo las rocas para sacar los peces que allí se arrinconaban. Esta valentía se ha utilizado también para competir entre los más jóvenes y también para rondar a las chicas (ellas también están afectadas por el síndrome). La competición entre chicos, que actualmente aún perdura, viene claramente de cuando el más bruto era el que mandaba, claro que este sistema de elección de jefe llevó a que, en alguna zona de la ribera, las tribus se viesen mermadas hasta casi desaparecer; de hecho se piensa que, si no hubiese sido por el alto sentido de supervivencia de las hembras, muchas de las poblaciones, aún ahora existentes, habrían desaparecido. Suerte que a ellas no les importó fornicar con machos de otros pueblos adyacentes; esta teoría mantiene a su vez que estas hembras no se dejaban fecundar por los vecinos por amor, sino sencillamente para poder preservar la población. Eso lo hacían cuando los hombres del poblado, mandados por el jefe, se iban a cazar y en ocasiones no volvían o volvían a los meses. Otra teoría sostiene que se apareaban con los de las poblaciones colindantes por despecho, por el abandono sufrido. Y hay una tercera teoría que asevera que lo hacían con esos porque eran mejores amantes, porque les daba más gustito. Fuese cual fuese la auténtica causa del por qué las ribereñas eran dadas a fornicar con forasteros, ésta carece de importancia en este asunto, ya que aunque este vaivén con los habitantes de otras poblaciones salvó algún núcleo poblacional, hubo poblaciones que desaparecieron o estuvieron a punto de hacerlo. Los motivos fueron varios, no penséis que era porque las integrantes de estos poblados se dedicaron a esperar fielmente a sus parejas (la fidelidad no era aún un término acuñado, esto llegó con las creencias religiosas y el pecado), sino porque la población más cercana estaba demasiado alejada para saber de su existencia. En un principio, se impuso una teoría que aseguraba que los núcleos que desaparecieron o casi lo hicieron se debió a las brutales luchas que tenían para lograr el poder los machos, pero con el tiempo se ha sabido que, siendo cierto que esto mermaba algo la tribu y aumentaba el número de tullidos, lo que hizo que desaparecieran fue esencialmente un motivo que desencadenaba en otros dos. En muchas ocasiones el más fuerte, el más bruto, el que se ganaba el respeto de la tribu a base de bofetadas, el jefe, el que tomaba las decisiones, resultaba que también este individuo dominante era a su vez el más afectado por el Cierzo y, en consecuencia, no era de los más inteligentes del grupo. Sus decisiones y planes de caza en una zona de escasez no siempre eran los más acertados y eso lo sufría el grupo. Este tipo de decisiones hacía que el grupo se perdiese, en ocasiones para siempre, instalándose en otro rincón del río y extinguiéndose en pocos días, se agotaban de tanto intentar tener descendencia para crear un nuevo poblado, tanto se obcecaban en ello que no les quedaban fuerzas para cazar y morían de hambre. Eso, además, como antes he explicado, hacía que en el poblado sólo quedasen mujeres. Éstas, si no lograban encontrar varón alguno, también desaparecían. Claro que ellas supieron vivir confortablemente hasta su extinción, se sabe que estas tribus formadas por chicas eran más avanzadas que las de los chicos, tanto en la elaboración de semillas o en la pesca, como en el sexo, el cual utilizaban exclusivamente para darse placer o entrar en calor en las largas noches invernales. También descubrieron que las grandes setas que nacían en los chopos servían para mantener la lumbre con vida sin tener que estar preocupándose de ella continuamente. Estas tribus de chicas, se piensa que algunas lograron cazar a un macho para, con un único y bien elegido ejemplar, volver a crear una nueva población mixta. La otra causa de desaparición de tribus, hecho directo también de la mala decisión del macho dominante, fueron las vecinas: aún siendo muy primitivas, no les gustaba nada que las mujeres sin machos viniesen a copular con sus bárbaros y convencían a estos de que lo mejor era exterminarlas y quedarse así con sus bienes e hijos varones. Hay un caso en que las nuevas convencieron a los machos de la exterminación de las viejas, este pueblo se llama jhsdsasdbv de Ebro y exterminaron a las de hidsfg de Ebro.
No se sabe de manera muy precisa cuando sucedió, pero hubo un día en que la creencia religiosa se apoderó de la ribera, el nacimiento de un fervor religioso hizo cambiar la manera de elegir jefe y el bruto dejó de mandar en las tribus, mando que recayó en el brujo, chamán, curandero o religioso (no está claro su nombre en la época); aunque el bruto seguía siendo un elemento importante en el grupo, el bruto se seguía sintiendo el más fuerte y no perdía ocasión en demostrarlo. Esto, el nuevo tipo de jefe sabía cómo utilizarlo y lo hacía sobre todo cuando había que hacer algo muy arriesgado y en un principio no se veía a nadie demasiado dispuesto a llevarlo acabo; entonces, el jefe pronunciaba las palabras mágicas “a que no te atreves a...” y eso era infalible, de hecho, actualmente aún se puede seguir oyendo la frase dicha por algún habitante de la zona, también los niños la siguen utilizando en sus juegos infantiles, herencia clara de tiempos pasados. El efecto Cierzo en el cerebro, en la mente del hombre del pasillo del Ebro era un plus, pero esto ya no es un valor en alza, claro que los efectos que provoca en el ser humano siguen totalmente vigentes, la diferencia de carácter entre los de la ribera y los demás seres de la población mundial es notable, muy notable. Hay lugares donde han hecho pruebas y experimentos que no dejan ninguna duda sobre el efecto nocivo del Cierzo en el ser humano y eso es algo que nos debería preocupar a los que habitamos en la zona. Ha caído en mis manos el resultado de un experimento que me da miedo mostraros. Bueno, cuento el experimento, pero no os voy a dar el resultado final para que no cunda el pánico: Hace 30 años cogieron a tres hermanos, unos trillizos africanos y los separaron, enviaron a cada uno de ellos a un sitio del planeta, uno a un pueblo de mil habitantes de nuestra ribera, otro a un pueblo de la misma cantidad de habitantes en Siberia y otro de las mismas características en Grecia. Los tres niños crecieron sanos. Hace 10 años cogieron a tres asiáticos de 17 años, ellos del mismo pueblo y de mismas creencias, físico y carácter parecido, y los llevaron a los mismos sitios que a los trillizos y hace dos hicieron lo propio con tres californianos de 30 años (estos últimos cobraron una pasta). Hace unos días, se les hizo un test a los nueve elementos con las mismas preguntas, sobre todo eran preguntas enfocadas a buscar los posibles efectos diferenciales que se hubiesen podido meter en su yo interno. Lo dejo así, quizá algún día os cuente algo sobre los resultados de este tremendo experimento. Sólo os puedo decir una cosa, yo intento esconderme lo máximo posible del Cierzo. Me voy a la cama y me despertaré cuando pare.
Tiene sus ventajas: la ropa se seca echando virutas.