Foto de Ángel Fernández
Cierzo.
Cuando empieza el maldito aire a soplar, me siento mal, me molesta.
No sé cómo se puede querer a este maldito viento. Maldito frío. El
aire del Moncayo te machaca el cerebro y te dobla el cuerpo, sus
efectos sobre los humanos son irreversibles. Hay gente que ama este
fenómeno meteorológico, en realidad no saben el por qué de ese
irrefrenable e ilógico querer. Yo voy a intentar aclarar el dilema.
Hay
muchos estudios realizados al respecto. En el ADN de ciertas
personas, está inscrita a hierro candente la información genética
de sus antepasados, de la cual han heredado información de los
tiempos en que el Cierzo le daba la vida al individuo de la ribera.
El amor al Cierzo es signo casi inequívoco de que la persona que lo
siente es descendiente directo de alguna de las tribus que poblaban
la ribera del Ebro. Los efectos secundarios del Cierzo, que
actualmente se sabe que son claramente nocivos, eran de gran ayuda
para la supervivencia y posiblemente sea lo que ha logrado mantener a
esta raza hasta nuestros días (no voy a valorar si esto es bueno o
malo para la humanidad).
No
vayáis a pensar que este aire es exclusividad de Zaragoza, pertenece
a todo el corredor del Ebro y nadie que vivamos en esta franja,
Reinosa, Miranda, Haro, Tudela, Rivaforada, Novillas, Fuentes, Flix,
Ascó, Amposta o Deltebre, por citar algunos lugares, nos salvamos de
él, ninguno nos liberamos de sus nefastos efectos, claro está que,
cuanto más cerca estés del río y cuantas más generaciones lleves
en la ribera, más arraigados estarán estos sentimientos, perdón,
efectos, en tú genética.
Desde
el Adán y la Eva, el valiente ha sido alguien valorado por todos,
aunque últimamente está ganando puntos la antigua creencia de
alguna de las tribus de zonas costeras, que siempre aseguraron que
valiente era sinónimo de descerebrado. Este aire ha sido para la
gente de la ribera como la poción mágica de Panoramix para los de
Asterix, el Cierzo te convierte en valiente (pero sin la fuerza que
te hace invulnerable). Durante muchos siglos, el efecto que ha
causado sobre los ribereños ha servido para salvarles la vida, daba
un arrojo que les servía para ganarse el sustento en un lugar
inhóspito donde la falta de alimento estaba a la orden del día,
donde pocos metros más allá del río (efecto del fuerte viento que
todo lo seca) nada crecía ni nada vivía aparte de insectos,
alacranes y algún que otro pequeño mamífero, rápido y
escurridizo, que nunca los lugareños lograban cazar; había que
tener mucho valor para atreverse a sumergirse en las aguas del rápido
y turbio río y meterse bajo las rocas para sacar los peces que allí
se arrinconaban. Esta valentía se ha utilizado también para
competir entre los más jóvenes y también para rondar a las chicas
(ellas también están afectadas por el síndrome). La competición
entre chicos, que actualmente aún perdura, viene claramente de
cuando el más bruto era el que mandaba, claro que este sistema de
elección de jefe llevó a que, en alguna zona de la ribera, las
tribus se viesen mermadas hasta casi desaparecer; de hecho se piensa
que, si no hubiese sido por el alto sentido de supervivencia de las
hembras, muchas de las poblaciones, aún ahora existentes, habrían
desaparecido. Suerte que a ellas no les importó fornicar con machos
de otros pueblos adyacentes; esta teoría mantiene a su vez que estas
hembras no se dejaban fecundar por los vecinos por amor, sino
sencillamente para poder preservar la población. Eso lo hacían
cuando los hombres del poblado, mandados por el jefe, se iban a cazar
y en ocasiones no volvían o volvían a los meses. Otra teoría
sostiene que se apareaban con los de las poblaciones colindantes por
despecho, por el abandono sufrido. Y hay una tercera teoría que
asevera que lo hacían con esos porque eran mejores amantes, porque
les daba más gustito. Fuese cual fuese la auténtica causa del por
qué las ribereñas eran dadas a fornicar con forasteros, ésta
carece de importancia en este asunto, ya que aunque este vaivén con
los habitantes de otras poblaciones salvó algún núcleo
poblacional, hubo poblaciones que desaparecieron o estuvieron a punto
de hacerlo. Los motivos fueron varios, no penséis que era porque las
integrantes de estos poblados se dedicaron a esperar fielmente a sus
parejas (la fidelidad no era aún un término acuñado, esto llegó
con las creencias religiosas y el pecado), sino porque la población
más cercana estaba demasiado alejada para saber de su existencia. En
un principio, se impuso una teoría que aseguraba que los núcleos
que desaparecieron o casi lo hicieron se debió a las brutales luchas
que tenían para lograr el poder los machos, pero con el tiempo se ha
sabido que, siendo cierto que esto mermaba algo la tribu y aumentaba
el número de tullidos, lo que hizo que desaparecieran fue
esencialmente un motivo que desencadenaba en otros dos. En muchas
ocasiones el más fuerte, el más bruto, el que se ganaba el respeto
de la tribu a base de bofetadas, el jefe, el que tomaba las
decisiones, resultaba que también este individuo dominante era a su
vez el más afectado por el Cierzo y, en consecuencia, no era de los
más inteligentes del grupo. Sus decisiones y planes de caza en una
zona de escasez no siempre eran los más acertados y eso lo sufría
el grupo. Este tipo de decisiones hacía que el grupo se perdiese, en
ocasiones para siempre, instalándose en otro rincón del río y
extinguiéndose en pocos días, se agotaban de tanto intentar tener
descendencia para crear un nuevo poblado, tanto se obcecaban en ello
que no les quedaban fuerzas para cazar y morían de hambre. Eso,
además, como antes he explicado, hacía que en el poblado sólo
quedasen mujeres. Éstas, si no lograban encontrar varón alguno,
también desaparecían. Claro que ellas supieron vivir
confortablemente hasta su extinción, se sabe que estas tribus
formadas por chicas eran más avanzadas que las de los chicos, tanto
en la elaboración de semillas o en la pesca, como en el sexo, el
cual utilizaban exclusivamente para darse placer o entrar en calor en
las largas noches invernales. También descubrieron que las grandes
setas que nacían en los chopos servían para mantener la lumbre con
vida sin tener que estar preocupándose de ella continuamente. Estas
tribus de chicas, se piensa que algunas lograron cazar a un macho
para, con un único y bien elegido ejemplar, volver a crear una nueva
población mixta. La otra causa de desaparición de tribus, hecho
directo también de la mala decisión del macho dominante, fueron las
vecinas: aún siendo muy primitivas, no les gustaba nada que las
mujeres sin machos viniesen a copular con sus bárbaros y convencían
a estos de que lo mejor era exterminarlas y quedarse así con sus
bienes e hijos varones. Hay un caso en que las nuevas convencieron a
los machos de la exterminación de las viejas, este pueblo se llama
jhsdsasdbv de Ebro y exterminaron a las de hidsfg de Ebro.
No se
sabe de manera muy precisa cuando sucedió, pero hubo un día en que
la creencia religiosa se apoderó de la ribera, el nacimiento de un
fervor religioso hizo cambiar la manera de elegir jefe y el bruto
dejó de mandar en las tribus, mando que recayó en el brujo, chamán,
curandero o religioso (no está claro su nombre en la época); aunque
el bruto seguía siendo un elemento importante en el grupo, el bruto
se seguía sintiendo el más fuerte y no perdía ocasión en
demostrarlo. Esto, el nuevo tipo de jefe sabía cómo utilizarlo y lo
hacía sobre todo cuando había que hacer algo muy arriesgado y en un
principio no se veía a nadie demasiado dispuesto a llevarlo acabo;
entonces, el jefe pronunciaba las palabras mágicas “a que no te
atreves a...” y eso era infalible, de hecho, actualmente aún se
puede seguir oyendo la frase dicha por algún habitante de la zona,
también los niños la siguen utilizando en sus juegos infantiles,
herencia clara de tiempos pasados. El efecto Cierzo en el cerebro, en
la mente del hombre del pasillo del Ebro era un plus, pero esto ya no
es un valor en alza, claro que los efectos que provoca en el ser
humano siguen totalmente vigentes, la diferencia de carácter entre
los de la ribera y los demás seres de la población mundial es
notable, muy notable. Hay lugares donde han hecho pruebas y
experimentos que no dejan ninguna duda sobre el efecto nocivo del
Cierzo en el ser humano y eso es algo que nos debería preocupar a
los que habitamos en la zona. Ha caído en mis manos el resultado de
un experimento que me da miedo mostraros. Bueno, cuento el
experimento, pero no os voy a dar el resultado final para que no
cunda el pánico: Hace 30 años cogieron a tres hermanos, unos
trillizos africanos y los separaron, enviaron a cada uno de ellos a
un sitio del planeta, uno a un pueblo de mil habitantes de nuestra
ribera, otro a un pueblo de la misma cantidad de habitantes en
Siberia y otro de las mismas características en Grecia. Los tres
niños crecieron sanos. Hace 10 años cogieron a tres asiáticos de
17 años, ellos del mismo pueblo y de mismas creencias, físico y
carácter parecido, y los llevaron a los mismos sitios que a los
trillizos y hace dos hicieron lo propio con tres californianos de 30
años (estos últimos cobraron una pasta). Hace unos días, se les
hizo un test a los nueve elementos con las mismas preguntas, sobre
todo eran preguntas enfocadas a buscar los posibles efectos
diferenciales que se hubiesen podido meter en su yo interno. Lo dejo
así, quizá algún día os cuente algo sobre los resultados de este
tremendo experimento. Sólo os puedo decir una cosa, yo intento
esconderme lo máximo posible del Cierzo. Me voy a la cama y me
despertaré cuando pare.
Tiene
sus ventajas: la ropa se seca echando virutas.