Me
encantaba ir con ellos. Mis amigos eran lo más importante. La
competición estaba a la orden del día. Yo, igual que los otros,
quería ser el más y lo era;
siempre sobresalía, era el más certero y me
encantaba contarlo, me encantaba vacilar de mis logros. Primero fue
en el deporte;
era siempre el más rápido, el que más goles metía, tanto en el
baloncesto como en los dardos era el que más triples metía, todo
era especial, en todo era especial. Cuando empezamos a ir a bares, la
competición cambió y por primera vez había un juego en el que no
era el mejor;
no me sentaba nada bien el alcohol. Suerte que, a la vez, empezamos a
jugar a un juego que era más importante que beber, era más
valorado: “a ver quién folla más”.
En realidad, la cosa, a nuestra edad, era a ver quién follaba y
ésta también la gané yo,
la metí tan bien y tenía tanta prisa por contárselo a mis colegas
que fue meterla y correrme. En la competición nunca se habló de
placer, sólo era follar y lo hice el primero y lo hice a gran
velocidad. Esta rapidez tuvo sus consecuencias y tuve que casarme con
ella; con 15 años dejé de competir, dejé de estar en el juego. Lo
mejor de la situación es que me casé para aparentar, ocultar algo
que todo el mundo sabía, y a los dos meses de matrimonio perdimos
nuestro futuro hijo. El pilar en el que se sostenía nuestro
casamiento desapareció. Un día volví a casa antes de lo previsto y
la encontré en la cama con Juan, mi colega. En aquel momento me
sentó fatal, pero esto me sirvió de excusa perfecta para abandonar
aquel sinsentido. En un año pasé de ser el campeón en todo a ser
el que la gente miraba con pena. Todos sabían que Juan y Silvia se
veían. De hecho, creo que esta relación era anterior a la mía;
no me extrañaría que aquel hijo no fuese mío, que aquel ser que
iba a nacer fuese fruto del placer y no de mi precocidad, el hijo de
un plan. Eso me pasó por chulear y por bocazas, o sea que parte de
culpa me toca.
Me fui
a vivir a otro sitio y eso con 17 años;
todo fue muy rápido, pero fue muy meditado, necesitaba otra
oportunidad y no pensaba desaprovecharla, nunca más intentaría ser
el mejor, jamás volvería a competir con mi vida. A partir de ahora
iba a ser una persona solitaria, sin amigos, a partir de este momento
iba a ser yo y nadie más que yo;
a partir de este momento sólo yo sabría de mí, no pienso hablar
con nadie de mi vida, no pienso hablar con nadie de mi pasado ni de
mi presente.
Mi
vida sexual era escasa, podría decir que era nula, pero no diría
del todo la verdad, la cosa es que le cogí miedo a tener
experiencias sexuales compartidas, me refiero a pánico de tener
relaciones con otras personas. Supongo que era una fobia causada por
la mala experiencia con Silvia, sobre todo el postsexo, lo del
matrimonio, los cuernos y todo eso de mi pasado. Pensé que sería
mejor, a partir de ahora, tener sexo y que, cuando acabe y mire a mi
lado, no haya nadie. Entonces, en esta nueva oportunidad que me
estaba dando, decidí sólo practicar sexo en solitario, que también
puede ser satisfactorio y suficiente; sobre todo no acarrea problemas
con segundos. Me convertí en un experto en el tema. Después de
varios años de masturbaciones, llegué a desarrollar mucho mi
imaginación.
Los
primeros años de mi nueva vida fueron muy solitarios, sólo salía
de casa para ir a trabajar y a comprar. Cuando apareció Internet
aún se convirtieron en más solitarios; empecé a comprar desde
casa, también empecé a trabajar en casa, llegó un momento que sólo
salía a por el pan, cada día iba a una panadería diferente para no
entablar amistad. Está claro que me había convertido en un
solitario. Al igual que en mi vida sexual, todo yo era querer estar
solo y me gustaba. Pero hubo algo que me obligó a salir, porque
aunque para mi sexo no necesitaba de nadie, mi método para disfrutar
plenamente de él, dependía de mi imaginación. Los preámbulos eran
siempre los mismos, me tumbaba en la cama desnudo y boca arriba y en
este momento me imaginaba una historia, casi siempre era que por
casualidad conocía a alguien y acababa con ella haciendo el amor. La
pareja de la historia, la cara de la persona que iba a compartir mi
soledad era siempre alguien de la vida real, pero llegó un momento
que toda la gente de mis historias eran las personas que veía
comprando el pan o me cruzaba por la calle cuando iba a comprarlo y
eso me empezó a aburrir. Entonces fue cuando decidí salir, decidí
que saldría una vez por semana, pero por la noche, un horario
diferente, gente diferente. Por la noche, aunque mi plan era sentarme
en un rincón y observar, era consciente de que es más difícil
evitar las conversaciones, siempre puede haber un pesado que te
obliga a hablar, por lo que me inventé un nombre y un pasado; pensé
que eso me evitaría problemas.
Me
sentaba en un rincón de la barra y observaba a la gente, sobre todo
a las parejas, veía como se iban juntos y esa era mi historia, me
imaginaba que la chica entraba sola en el establecimiento y se
sentaba junto a mí y era yo el que se iba con ella. El sistema
funcionaba a las mil maravillas, nunca antes había disfrutado tanto.
De hecho, mi imaginación funcionaba tan bien y tanto me metía en
las historias, que casi parecían reales, me parecía notar sus
cuerpos calientes y sus labios húmedos, era magnífico. Luego,
cuando todo acababa, el silencio. En aquel momento pensé que no
podía existir nada mejor. Hice un itinerario de ocho lugares que
repetía en estricto orden, una ruta circular. Llevaba un par de años
haciendo el recorrido, un sitio por semana:
un sitio, una aventura. Todo era normal hasta que, un día, entré en
el establecimiento, me senté en mi sitio habitual, entró la chica
de la primera noche, se sentó a mi lado y nos fuimos juntos a mi
casa. Después del orgasmo más placentero de mi historia, ella
estaba a mi lado. La semana siguiente fui al ulterior garito de la
lista, la morena de mi segunda aventura entró, esta vez sin pareja,
se sentó sola, tal y como lo había imaginado en mi historia, se
pidió un benjamín, se acercó a mí y me dijo si la invitaba, nos
fuimos juntos, me llevó a su casa, en el ascensor le metí mi muslo
entre su entrepierna mientras nos besábamos, ella se restregó con
fuerza y ansiedad, antes del cuarto, su primer orgasmo,
después, al entrar en el piso, le arranqué la camisa, volvió a
gemir mientras le comía los pechos, ya desnudos, en la cama; me
pidió que la penetrase y este fue su tercer orgasmo, al rato
coincidimos los dos y esta fue mi mejor experiencia hasta aquel
momento, ella seguía estando junto a mí.
Al día
siguiente me asusté, las historias que me había estado imaginando,
por no sé qué causa, se estaban convirtiendo en realidad. Intenté
tranquilizarme, sólo habían sido dos y quizá los hechos habían
sido guiados por mí, una casualidad guiada. Esperé a que fuese
jueves para ir al tercer garito. Si esta vez volvía ocurrir, estaba
claro que tenía un poder o se me había otorgado un premio. Tenía
algo de miedo, nunca había imaginado que estas cosas podían
suceder, pero la verdad es que me lo había pasado muy bien y sólo
pensar en que las historias que había imaginado podían volverse
reales me ponía los pelos de punta. El jueves me duché, cené algo
y salí, seguí las pautas que hice el mismo jueves de hace dos años,
recordaba perfectamente la historia que en teoría me tocaba vivir
hoy. Entré en el bar a la misma hora, el sitio donde me senté en la
otra ocasión estaba ocupado por un chaval joven, así que me puse en
otro lugar. Entonces entró una chica que conocía perfectamente y se
sentó junto a él. Yo permanecí toda la noche en mi nuevo lugar,
¿esto podría cambiar las cosas? Ellos
se levantaron y se fueron juntos. Mientras salían vi como la chica
daba una palmadita al trasero respingón del joven muchacho. Yo seguí
en mi sitio, el bar se fue vaciando, nos quedamos sólo el camarero y
yo, él se acerco a mí y sirvió dos chupitos de ron, nos los
bebimos de un trago sin mediar palabra y entonces fue cuando me dijo
si me apetecía pasar la noche en su casa.