martes, 20 de noviembre de 2012

7.10 AM Homecoming Queen, Bernardo Sassetti, piano, Carlos Barretto, contrabajo y Alexandre Frazao, batería.


Estoy asomado al abismo... Eran las once de la noche del día 19 cuando llegué al hotel, antes me había parado a cenar en Jaca, suerte que pregunté como llegar al pueblo. Aún conservo el mensaje en el móvil. Mientras rellenaba una ficha con mis datos, pedí un chupito, le pregunté al camarero si había mucha gente hospedada, me contestó que, aparte de un par de currantes de Endesa, sólo estaba yo pero que, para el día siguiente, esperaban a una familia de Madrid, una señora de Tarragona y otra de Barcelona.
Dormí algo nervioso, me levanté temprano, bajé a desayunar, eran las nueve, leí el periódico del día anterior, parecía un tigre enjaulado, me pasé todo el rato hasta la hora de comer entre la habitación, el bar y la agradable terracita; seguro que se notaba mi impaciencia, me propuse disimular.
La comida, sencilla pero buena; después del postre, me subí a la habitación. Pronto me cansé de estar tumbado en la cama. Cansado de esperarla, decidí salir a pasear.
Era día 20 de septiembre, empezamos a planearlo a finales de julio. El plan era encontrar un pueblo pequeño y con poca gente en estas fechas, no podíamos arriesgarnos a que nos vieran juntos. Ella fue la que me habló de Aisa. A mí se me ocurrió lo de las dos habitaciones y el tema de la coincidencia; a ella le pareció ridículo, decía que si alguien nos veía juntos en el pueblo no se iba a tragar la historia, que lo mejor sería llegar juntos con el mismo coche, como una pareja normal. Salí del pueblo y me puse a andar sin saber, sin objetivo, sin destino; atravesé una majestuosa chopera, me quedé mirando un rato el río, aguas trasparentes, divisé una pequeña trucha, seguí caminando, dejé atrás las piscinas, saludé a un excursionista francés que iba camino del pueblo, me hablaba en su idioma apache, me contó que venía de un sitio hermoso, de un valle precioso. Estábamos en contacto con la empresa de plásticos, nuestro producto tenía que ser el mejor, sobre todo en el precio, buscábamos una buena calidad, pero no a cualquier precio, el envase salía demasiado caro, nos alejaba de nuestro objetivo, de nuestro precio final estimado. Antes de la reunión entre los gallifantes, alguien tenía que llegar a unos acuerdos mínimos, allanar el camino, a nadie le iba bien ir este fin de semana a Tarragona, la agenda no era nada atractiva, reuniones el viernes y el sábado; esto si todo iba bien. Reuniones con la mujer de Felipe Balasch Reswelv, todos conocemos su fama de hombre con dos caras o más, sin escrúpulos, de cómo llegó a la dirección de la empresa en tan poco tiempo y lo poco que tardó en darle un despacho a la alemana, su mujer. Son las nueve de la mañana cuando entro en las oficinas de la multinacional, pregunto en información por la señora García Lohmeyer, me dicen que espere, me viene a buscar una joven – me llamo Rosa, soy la secretaria de la señora García Lohmeyer – yo me llamo Luis. La oficina es muy grande e iluminada, la señora García Lohmeyer se levanta y se acerca, me saluda con un fuerte apretón de manos, me invita a sentarme, Rosa cierra la puerta al salir y todo empieza. Seguí andando, la conversación con el excursionista me abrió la curiosidad. Paisaje precioso. No era difícil de caminar y no hacía calor. No llevaba agua. La primera reunión no ha sido muy productiva, más bien sólo una toma de contacto, para conocernos. ¿Quedamos después de comer? ¿a qué hora te va bien? a las cinco ¿te parece? a las cinco volveré. Salgo escopeteado, me voy a comer a un restaurante en la parte alta de la ciudad, cerca de mi hotel. Estaba disfrutando del paseo, el sol me daba de pleno, era agradable, la brisa que me acompañaba era fresca. Sol. Salgo a la terraza con el País y un café; a pesar de ser enero, se está bien, el sol ayuda. Sol. Levanté la vista, el cielo era casi totalmente azul, alguna nubecilla blanca, de esas que no entrañan peligro, una fuente, bebí. Levanto la vista del periódico y en otra mesa, mostrando su mejor perfil, está Rosa, la secretaria, envuelta en una suave cortina de humo, se gira y me pilla mirándola, sonríe, gira la cara, se bebe el café de un trago, se levanta, no puedo dejar de mirarla. Llevaba buena marcha, la cadencia en los pasos no era ni muy rápida ni muy lenta, logré una secuencia perfecta, notaba mi respiración bien acompasada, todo estaba bien, pensé en volver al hotel, pensé en la posibilidad de que ella ya estuviera ahí, que ya hubiese llegado. Que espere. Me pregunta qué tal, le digo que bien, que qué casualidad, ¿quieres sentarte? - lo siento he quedado con mi marido, nos vemos esta tarde. Creo que no se sentía cómoda. Un oscuro bosque de hayas, después se acababan los arboles, y al poco los arbustos, hacía fresco. Una gran puerta metálica de color naranja, estaba cansado, el último tramo es muy empinado y sin agua. Sed. Volví a esperar en recepción donde de nuevo volvió a recogerme Rosa, sonreí al verla, ella se mostró amable, pero fría, igual que por la mañana, es como si el pequeño encuentro en la terraza nunca hubiese tenido lugar. La señora se había cambiado de ropa, ahora iba con falda y chaqueta, tiene unas piernas verdaderamente atractivas, me invitó a sentarme de nuevo, Rosa salió del despacho y cuando cerró la puerta, continuamos. Más o menos eran las cinco cuando crucé la puerta, seguí andando por el suelo de hormigón, supongo que esto es así para que no resbalen los vehículos. Al acabar la pendiente, se mostró ante mí un valle precioso, miles de metros de césped y flores cruzados por un riachuelo, posiblemente la cascada que se divisaba al fondo, era el nacimiento del río que me había ido acompañando durante toda la caminata, inhalé aire, las montañas que me rodeaban estaban nevadas, hacía fresco. Ella me invita a cenar, yo no tengo ninguna gana, estoy cansado, pero acepto. He quedado con a las nueve. Me voy al hotel, me ducho, me tumbo en la cama y pienso, recuerdo el perfil de Rosa y las piernas de la alemana, no noto que estemos avanzando demasiado en las conversaciones, si no quiero volver el lunes tendría que esforzarme un poco más, parece que su táctica es alargar el asunto. Llamo a mi mujer. Una manada de caballos. Entre ellos me parece ver un caballo jerezano, un efecto óptico, sin duda. Me tumbé sobre el pasto, qué alegría haberla conocido, me había cambiado la vida, esos seis meses de mensajes calientes no me dejaban pensar en otra cosa que no fuese ella y hoy al fin nos podremos tocar, abrazarnos. Hermoso. El taxi me deja en la puerta del restaurante, creo que no he acertado con la ropa. Entro en el sitio ella sale a mi encuentro, está muy atractiva. Cenamos pescado, está todo delicioso. Fuera del trabajo es muy simpática. Tiene casa en Barcelona, cerca de donde yo vivo. Me pregunta, con una sonrisa, si tengo sed. Nos fuimos a tomar algo. Me levanté, hacía fresco, tenía sed y no tenía ni una gota de agua, pienso en el peligro de la deshidratación, me acerqué al río, me amorré y bebí, sobre todo me enjuagué, con tanto caballo me daba algo de reparo, bebí más. Son las nueve, Rosa me acompaña al despacho, Rosa cierra la puerta y Anna me pregunta qué tal me lo pasé, le digo que bien, muy bien (era la verdad). No entiendo la táctica de alargar el tema de las reuniones, no tiene prisa por llegar a un acuerdo, no cabe duda de que es un plan, quiere que me precipite y así acepte algo que no nos sea demasiado conveniente, lo raro es que lo que acordemos nosotros no va a ser nada definitivo. No entiendo su actitud, algo se me escapa. Quedamos por la tarde. Bronca por teléfono con mi mujer. Repito restaurante al mediodía, Rosa está comiendo con un hombre y una niña. Él es muy atractivo. El hombre se levanta, besa a Rosa en la mejilla, coge de la mano a la niña y se van; no sé si ha sido mi imaginación, pero me ha parecido que el beso dio en la mejilla porque ella apartó la boca. Saciada mi sed, me puse a caminar por el valle, pensé en llegar hasta la cascada, caminar hasta el final, empecé a andar hacia el objetivo, tenía que volver a coger la buena cadencia, pasos acompasados y seguros. Pasa a un metro de mí, pero no me dice nada, es posible que no me haya visto, pero me extraña. Miro cómo se va, decido levantarme. Desistí de llegar al final, parecía que estaba más cerca, me di la vuelta, no quería que se me hiciese de noche, tenía una cita en el pueblo a la cual no podía faltar. La tarde fue muy pesada y, como me imaginé, no hemos llegado a nada concreto. Es lunes por la mañana, Rosa me recoge con su postiza y amable sonrisa, le digo que está muy guapa (creo que esto sobraba), entramos en el despacho. Vuelvo a comer al mismo lugar, hoy Rosa está sola, me acerco a ella y le pido disculpas por el comentario matutino, me sonríe con su mejor sonrisa de plástico y sigue comiendo. Salgo a tomar el café fuera. Se detuvo un momento frente a mí, me asusté, sentí algo de miedo, era hermoso y grande, nunca antes había visto un caballo tan de cerca. Se detiene un momento frente a mí y me recrimina que a qué había venido la disculpa, si es que la encontraba fea, si por la mañana la había piropeado por compasión; sin opción a una respuesta, se fue. Me quedé algo aturdido, me di la vuelta despacio y me alejé del animal, me dirigí a la puerta naranja. Rosa me acompañó al despacho como si nada hubiese sucedido; no me atreví a decirle nada. Entro en el despacho, Anna está radiante, pero nada avanza adecuadamente, en todo caso nuestra amistad, pero el envase sigue siendo demasiado caro. Estoy asomado al abismo, el paisaje es fabuloso, mirando el barranco recuerdo cómo fueron aquellos días, las reuniones duraron doce días, muchas noches de copas con Anna y los mediodías comiendo en el mismo restaurante que Rosa sin dirigirnos ni una palabra, en todo caso una sonrisa forzada. ¿Por qué seguí yendo a este restaurante? Recuerdo el jueves en el que llegamos al fin a un acuerdo, fuimos a cenar para celebrarlo. Anna invitó también a Rosa, aquella noche estuvimos más amables, me despedí en un momento bastante alcohólico de la noche, ellas decidieron quedarse, nos intercambiamos nuestros números privados con Anna, me dijo que un día de estos me llamaría para quedar por Barcelona, recuerdo el beso que me dio cuando me iba, me puso los pelos de punta, menuda mujer, me atrae mucho, es muy sexi. Recuerdo perfectamente. Salí del pub y me senté en un banco de camino al hotel, me encendí un cigarro, entonces vi pasar a Rosa, la llamé (cosas del alcohol), se acercó (cosas del alcohol), se sentó a mi lado y hablamos, era una chica divertida, nos dimos los números de nuestros móviles (cosas del alcohol). Me he quedado ensimismado, reemprendo la marcha al pueblo, hace fresco, cruzo la puerta naranja, vuelvo a coger la buena cadencia, parezco un autómata; mientras camino, pienso, recuerdo el primer mensaje que recibí, leí su nombre en la pantalla del móvil, me extrañó, habían pasado dos meses desde las reuniones. Aquel mensaje fue el primero de cientos, de miles de mensajes, en su mayoría calientes, y al cabo de varios meses decidimos encontrarnos en carne y hueso, al fin estaremos juntos, va a ser algo muy especial. Deseo que llegue el momento más que nada en el mundo, voy a acelerar el paso. Entro en el bar del hotelito, saludo, hay gente del pueblo, ella no está. Subo a la habitación, hay dos puertas que dejan entrever luz en su interior, no me atrevo a llamar a ninguna de ellas, la veré en la cena, vuelvo a mirar el móvil, sigo sin cobertura, vuelvo a leer el último mensaje de ayer, el que me llegó en Jaca mientras me tomaba el café después de cenar – ya falta poco, mi amor, mañana estaré junto a ti, te deseo, estoy muy cachonda–. Espero reconocerla, dice que se ha cortado el pelo. Me ducho, estoy muy nervioso. Bajo a tomarme una cervecita antes de cenar. Subo al comedor, hay una pareja con dos niños, deben ser los de Madrid, les saludo. Pido sopa de primero y algo de jamón y queso de segundo. Estoy degustando el queso cuando, detrás de la acristalada puerta del comedor, veo la silueta, es hermosa, me pongo a mil, se abre la puerta y entra, pero no es ella. Acabo la cena, me tomo un café, un chupito, otro. Me voy a dormir y ella no está. Me levanto temprano, bajo a desayunar con la maleta, estoy muy desilusionado y enfadado, he pasado muy mala noche, me siento traicionado, es curioso, el traidor traicionado, traicionado por una mujer que apenas conozco, que lo más que sé de ella es por medio de mensajes, un juego que ha durado seis meses. Creo que ella se ha pasado, no entiendo el por qué. Cojo la sinuosa carretera que lleva a Jaca. Cuando llevo un rato, recién pasadas las Tiesas Bajas, me para la guardia civil y me comunica que ha habido un accidente. Salgo del coche, me quedo mirando cómo los bomberos, dejan un cuerpo sobre el asfalto, la guardia civil comenta que lo han tenido que sacar con la radial, que han tenido que serrar la chapa del coche para poder sacar el cadáver. Un impulso me obliga a correr hacia allí, me agacho delante del bulto y levanto la sábana blanca. Un bombero me aparta de un manotazo, me derrumbo, los guardia civiles me levantan, el bombero protesta, abronca a los guardias por haberme dejado pasar. Mientras me llevan al coche, oigo cómo un bombero comenta que seguramente lleva muchas horas muerta. Un guardia civil me pregunta si la conocía. Le digo que no. Ciertamente Rosa se había cortado el pelo.