Estoy volando.
Retilgrog,
éste es el nombre de mi planeta. Los últimos 500 años fueron un
sin vivir, la ciencia tenía que avanzar a gran velocidad para
permitir nuestra supervivencia. Primero fue el gran acuerdo, después
nuestra ciencia logró la inmortalidad. Demasiada gente.
Hacía
ya más de 2000 años que el dinero había dejado de existir. La
ciencia había avanzado demasiado, y eso que intentaron evitarlo (el
crecimiento científico), se dieron cuenta de que era
contraproducente para sus intereses (ricos y poderosos), empezaron a
mover sus hilos en gobiernos, universidades y empresas, colocaron de
rectores universitarios, de jefes de proyectos científicos y de
gobernantes a mediocres, los que manejaban los hilos planetarios
buscaron a gente que cubriera sus objetivos, que culminaran su nuevo
plan. El primer paso fue dar relevancia a cierta gente, que por
supuesto se creyeron especiales, les dieron notoriedad a ciertas
gentes escogidas de manera minuciosa, todos ellos con un perfil
común, eran mediocres y sin escrúpulos, sin ningún tipo de ética,
lelos a los que premiaron, a los que presentaron a la sociedad como
grandes. Y lo grave no es sólo que la sociedad, en un principio, se
creyese que eran gente inteligente e incluso necesaria para arreglar
los problemas de convivencia y fatalidad que nos rodeaba, lo duro era
que esos personajes se creyeron que eran especiales, únicos y los
mejores, se pensaron que los demás no se enteraban de nada y que lo
que ellos proponían era lo correcto, lo imprescindible, que pasarían
a la historia como los colosos que todo lo solucionaron. Recortaron
las subvenciones científicas, hicieron la vida imposible a las
gentes de más valía, dejaron sin trabajo a millones de personas,
bajo la promesa de que todo se arreglaría, que era cuestión de
tiempo, que era momento de abrocharse el cinturón, de recortes, que
todo se solucionaría en un par de años, pero no lograron evitar lo
inevitable. Avaricia. La mano de obra ya no era necesaria, fueron
ochenta años de dolor y hambruna, la gente que tenía negocios no
quería bajar su nivel de vida, los obreros eran cada vez más
pobres, la clase media fue desapareciendo paulatinamente, pobreza
total, los ricos cada vez eran más ricos. Pero eso no pudo
continuar. El canibalismo se impuso en los barrios donde el hambre se
instaló, en los lugares del sur la desnutrición estaba instaurada
hacía ya cientos de años, la violencia estaba a la orden del día,
asesinatos y robos continuos; los efectivos policiales, que cada vez
eran más y más corruptos, no daban abasto. Entonces el descontrol
fue total, la sangre se extendía y la violencia deterioró todo el
planeta. La muerte del presidente de la república de Lacradia (el
país más poderoso) de manos de su propio guardaespaldas fue un
antes y un después, el ejemplo prendió como la pólvora y, por
mucha seguridad que tuvieran los poderosos, fueron cayendo de uno en
uno; los últimos abandonaron sus bienes, el dinero dejó de tener
valor y entonces fue
cuando apareció Stricton, la persona que lideró el camino a la paz
y al bienestar, la gran comuna se impuso y el sentido común y la
ética empezaron a gobernar nuestro mundo.
El
nuevo mundo.
Muchos
años pasaron hasta organizar la igualad humanitaria total. Costó su
tiempo que la gente fuese solidaria. Fue complicado ubicar a las
personas en tareas que les gustasen o fuesen necesarias, la telaraña
planetaria era muy compleja. Pero, al fin, se impusieron la lógica y
la igualdad, la desaparición de los ejércitos y de la propiedad
privada. Un único gobierno que iba cambiando cada cierto tiempo y
una policía universal que también iba cambiando, ésta por edad de
los efectivos o por malos hábitos. Y lo más importante: una única
ley, cierta y auténtica.
El
apoyo a la ciencia fue total, fe ciega y creencia absoluta en que los
logros científicos debían ser la piedra angular de esta nueva
sociedad. La ciencia avanzó y avanzó, no tardamos demasiado tiempo
en conseguir la inmortalidad (ayudó mucho en ello la desaparición
de las grandes empresas farmacéuticas). El aire volvió a ser
totalmente puro, las aguas también, las conversaciones también,
llegaron las ciudades sin ruidos, desaparecieron las cerraduras,
volvieron las bicis sin candados. Fueron años muy felices para la
mayor parte de la gente.
Cuando
las enfermedades dejaron de matar y los accidentes graves eran casi
inexistentes, llegó el primer gran problema de la nueva era: la
superpoblación. La primera medida fue la esterilización (efectiva y
suficiente). Era obvio que llegaría un punto en que la población
sería de aspecto envejecido. Había que buscar una solución.
Entonces, todos los esfuerzos de nuestros científicos, fueron
conseguir frenar el envejecimiento, y lo consiguieron en menos de un
año. En realidad, el freno total fue algo más paulatino. Ya los
primeros fármacos conseguían que diez años vividos se mostraran en
nuestros cuerpos como uno, eso a la gente mayor de cuarenta, en
realidad entre los cuarenta y los sesenta. El efecto entre las
personas menores de cuarenta con pelo rubio era de cada nueve, uno.
Curiosamente, a las personas de las mismas edades y con el pelo de
otro color era de cada siete, uno, siendo esto sólo en esta franja
de edad de la primera parte de la antigua vida. A los mayores de
sesenta, de cada quince años vividos se mostraba uno en su cutis, en
las mujeres de esta misma franja de edad, de cada quince vividos,
tres se evidenciaban en sus cuerpos. A los cinco años, lograron
detener del todo el envejecimiento corporal. Después, la ley, junto
con lo de la estrella, fue lo que me llevó a mi decisión. Todos
nos quedaríamos con el aspecto que teníamos en el año 77563 de
nuestra era (yo voté en contra). El problema fue los niños y se
decidió frenar el crecimiento con doce años, el aspecto sería de
doce pero sus mentes seguirían creciendo al igual que las de todos
nosotros.
Esta
ley me fastidió un poco, yo me quedaría con mi aspecto actual,
cientos de años, con mi barriga, con mis mofletes rosados, con mi
barba blanca, miles de años con 72 años, pero bueno, la cosa no
estaba nada mal.
También
teníamos la opción del sueño eterno, de abrazar la muerte
voluntariamente, siempre sin dolor. Todo estaba calculado, todo menos
una cosa.
En el
79483, el grupo de científicos de la Surlante descubrió algo que
nos preocupó mucho: a nuestra estrella le quedaban 80 años de vida.
En realidad ya se había empezado a apagar y a partir del año 79563
podía explotar; los cálculos no eran del todo precisos, pero los
científicos dieron este margen de seguridad. A partir de ese
momento, la desintegración de nuestro sol podía ser posible y ello
evidenciaba la desaparición de nuestro planeta, de la vida en
nuestro planeta. La verdad es que después de tanto tiempo sin hablar
de la muerte, sin pensar en ella, volver a sentirnos mortales no nos
sentó nada bien. Entonces se decidió dar una oportunidad a quien
quisiera ir a otro planeta y empezar una nueva vida en él. Se
flotarían naves suficientes para lograr este objetivo, a cada
planeta iría una sola nave con un máximo de 487 personas. El plan
no era invadir, el objetivo era ir a un planeta y pasar lo más
desapercibido posible y, a su vez, poder hacer un labor humanitaria,
ayudar a que fueran felices. Eso siempre que no fuese un planeta
parecido al nuestro; entonces nos podríamos mostrar abiertamente o,
si eran clavados a nosotros, simplemente mezclarnos. No era algo
obligatorio, pero si elegías viajar, huir, cambiar, tenías que
estar diez años preparándote con el grupo que ibas a viajar, mucha
noción de navegación ultra-estelar y muchos trabajos manuales,
fabricación de cosas de forma manual, por si teníamos que
fabricarnos nuestras viviendas y armas para cazar, cómo manejar las
herramientas que nos llevaríamos. Hubo gente del grupo que se
especializó en robótica.
La
mayoría de la gente optó por quedarse en Retilgrog, confiaban
ciegamente en que, mientras se apagase o no la estrella que daba vida
a nuestro planeta, se encontrase una solución al problema. Yo
también tenía fe ciega en nuestros científicos, que tanto bien y
felicidad nos habían regalado, pero me atraía mucho la idea de
aventurarme, de conocer otros mundos. Decidí salir por piernas.
Aventura. En el año 79561 embarqué en una de las primeras naves que
partieron al espacio exterior, yo era el único con aspecto mayor que
viajaba en la nave, las demás 486 personas que me acompañaban
tenían el aspecto de niños de doce años.
Llegamos
al nuevo planeta, un lugar totalmente desierto. Nos instalamos
momentáneamente en la nave, empezamos a buscar agua y materiales
para construir alguna nave para poder viajar por el nuevo entorno,
sopesamos la posibilidad de que fuese un planeta habitado por alguna
raza adelantada, parecida a la nuestra. Decidimos ir andando, yo y
cuatro de mis compañeros, los cretos comunicadores funcionaban a la
perfección. Emprendimos la marcha. No tardamos mucho en llegar a una
ciudad, estaba llena de gente, muy parecidos a nosotros, sólo
nuestra ropa era diferente; decidimos conseguir vestimentas
adecuadas. Todo se conseguía con dinero, un peñazo, tuvimos que
robar para pasar desapercibidos. Utilizábamos los cretos para
ponernos en contacto con la nave. Nos quedamos varios días y la
conclusión fue que no podríamos convivir con estos brutos, y el
tema de hacer algo para que fuesen más felices sería difícil de
conseguir. Volvimos a la nave y fuimos recorriendo el planeta.
Conocimos a mucha gente, las diferencias entre ellos eran bestiales,
nada tenían que ver de un punto geográfico a otro, las diferencias
entre habitantes eran bestiales. Tuvimos que buscar un sitio alejado
de cualquier población para instalarnos de manera definitiva y allí
elaborar un plan, un buen hacer. ¿Qué hacer para hacer felices a
esos depravados?
Nos
fuimos al norte, sólo nieve y hielo, sin casas, sin gente, sólo
unos cuantos animales (pocos). Vaciamos una montaña y construimos
nuestro pueblo, los materiales que utilizamos para la construcción
fueron maderas y rocas, montamos nuestros conversores de aire que
mantenían todo el pueblo templado a una temperatura constante de 20
grados centígrados. Una vez instalados de forma confortable,
empezamos a pensar en qué hacer. Los primeros años los dedicamos a
disfrutar del entorno y a conocer a esos seres. Un buen día, Noël
vino con la idea: vamos a fabricar juguetes, vamos a fabricar miles,
millones de cosas que llevaremos a las casas con el teletransportador
general. Un día al año, daremos un juguete a cada niño de este
planeta, daremos felicidad. La idea nos pareció genial. Se decidió
por mayoría radical que yo fuese el encargado de conducir el carro
que transportase el teletransportador general. Ya hace más de
doscientos años terrestres que me dedico, cada 25 de diciembre en la
madrugada, a guiar un carro hecho de maderas nobles, y tirado por
unos robots que con el paso de los años fueron cambiando de forma y
número. En este carro, dentro de un gran saco, llevo el aparato
teletransportador general lleno de los juguetes que hemos fabricado
durante el año. Automáticamente, el aparato va teletransportando
los regalos, previamente elegidos, a las casas convenidas a medida
que yo voy pasando a gran velocidad con mi carro arrastrado por los
renos robóticos, una velocidad que me convierte en invisible al ojo
humano. Hohohoho