Después
de cenar, me sirvo un ron, twitteo un poco mientras escucho un disco
de Djavan, ha sido un día largo, estoy cansado, apuro el Habana.
Entro en mi habitación, me quito los zapatos, los calcetines (qué
descanso), los tejanos, la camisa y los calzoncillos. Ya desnudo,
miro el suelo, cojo la ropa interior, salgo de la habitación y la
echo en el recipiente de la ropa sucia, mañana pondré la lavadora.
La veo por el rabillo del ojo, ella está por ahí merodeando, seguro
que quiere meterse conmigo en la cama, hace un mes que no le dejo
entrar, la última vez me hizo mucho daño. Vuelvo a entrar en la
habitación, recojo los pantalones y los coloco cuidadosamente sobre
la silla de palisandro, hago lo propio con la camisa, meto los
zapatos en el zapatero, me miro en el espejo y me meto en la cama.
Qué bien, recién hecha. Apago la luz. ¿He cerrado la puerta?
Vuelvo a encender la luz, la puerta no está bien cerrada, sólo
ajuntada, me da pereza levantarme, le daré otra oportunidad. Espero
que hoy se porte con cariño. Sé que ella está fuera y no tardará
en entrar, está esperando a que me duerma, maldita pécora, o mala,
sí, creo que se dice mala pécora, no sé de dónde he sacado lo de
maldita pécora, no, mala pécora, Zzzzzzzz.
En la
oscuridad de la noche, la puerta se entreabre lo justo para que su
estirada silueta se deslice en la habitación, de manera silenciosa
se acerca a la cama. Silencio, sigilo, no puede ser de otra manera.
Él
está dormido, su respiración es fuerte pero amable, sabía que hoy
no tardaría en caer, cosa del ron, se está tan bien junto a él y
sé que a él también le gusta mi compañía, me voy acurrucar a su
lado. Qué confort, se me van cerrando los ojos, qué felicidad (la
nuestra), me dejo llevar, me duermo.
No sé
cuanto rato ha pasado y no soy consciente de dónde estoy. Estoy
alterada, estoy totalmente cubierta por algo pesado, casi no puedo
respirar, me agobio, es una trampa, todo está oscuro y un feroz
animal me está atacando, intentan ahogarme, asfixiarme, tengo que
defenderme; muerdo con todas mis fuerzas, noto el sabor de la sangre
en mi paladar, dulce, inconfundible y reveladora, logro salir a gran
velocidad del encierro. Aire. Al fin respiro. La puerta sigue
abierta, me dirijo a la cocina y salgo por la ventana, siempre está
entreabierta, es mi parcela de libertad, mi salida al mundo exterior.
Tardaré en volver, creo que a media tarde ya se le habrá pasado.
Era su pierna, soy una paranoica, es lo que hay.
Maldita
mala pécora, me lo ha vuelto hacer. Me levanto, la busco, miro
debajo de la cama, miro debajo el sofá, debajo de la mesa, se ha
pirado, ella no está, se ha escapado por la ventana de la cocina. Me
curo las heridas de la pierna, vuelvo a la habitación, retiro el
edredón, lo que me temía, las sábanas que me regaló mi novia
están manchadas de sangre. Maldita gata. Cuando la pille, cuando la
tenga delante... Nunca más dejaré la puerta abierta.