Este
año estoy de gira con una pequeña compañía rumana; la obra es La
flauta mágica de Mozart, ocho representaciones, tres de ellas en
España, en plazas menores, Málaga, Zaragoza y Linares. También
daré unas cuantas charlas y unos didácticos con pianista.
Después
de las actuaciones, suelo buscar un sitio donde tomarme una copa;
sigo buscando el tonificante ruido de fondo. Me siento, como de
costumbre, en el lugar más discreto del bar y, aunque el paso del
tiempo no me ha castigado demasiado, ya no se acercan a mí, ya he
perdido aquel imán que tantos gozos hizo llevarme; en su lugar oigo
más el ruido de fondo y también mis pensamientos. Últimamente le
doy vueltas a si hice bien siguiendo este oficio, dándolo todo para
esto, todos estos años para encontrarme solo en el rincón de un bar
de Cluj Napoca, haciéndome entender a duras penas.
Hoy he
cantado en Zaragoza, ha sido un éxito de taquilla, nos va bien. Me
siento delante del espejo, me estoy quitando el maquillaje; mientras
paso la leche desmaquilladora, intento recordar dónde estaba aquel
bar donde solían poner jazz, no es que sea una música que me
entusiasme, pero en ocasiones siento que si no hubiese entrado en
aquel coro me habría acabado gustando la música negra; cuando estoy
en algún sitio donde se pone jazz, intento escucharlo, aunque sé
firmemente que siempre me acaba aburriendo; de todas formas, tengo un
buen recuerdo de aquel bar, conocí a un estanquero que tenía un
amigo cantante en el coro del Liceo, no recuerdo a quién conocía,
si a Juan, Manolo, Julián ¿? Ni idea, ¿qué más da? El sitio.
Intentaré encontrarlo. En realidad, sólo busco un poco de ruido de
fondo, tampoco puedo estar demasiado rato, el avión a Málaga sale a
las cinco. Creo que estaba cerca de la estación (el bar).
En la
puerta trasera del teatro Principal me despedí de mis colegas y,
cuando me disponía a emprender aquella aventura investigadora, oí
cómo alguien me llamaba, me giré y estaba ahí, era ella, habían
pasado un montón de años, nos abrazamos y decidimos ir a cenar
juntos. Cogimos su coche, había venido con una amiga, era otra chica
del coro, yo no la recordaba demasiado, era amable. Cenamos los tres
juntos, no paramos de reírnos. Les dije que les invitaba a tomar una
copita en un bar de jazz que conocía, Julia dijo que estaba muy
cansada y la llevamos a su hotel. Nos fuimos los dos a tomar la copa,
ella era muy graciosa, es raro, pero me hacía gracia, aparte de su
excelente sentido del humor, su poderosa voz, es una chica estupenda.
Me llevó a mi hotel, cuando me iba a bajar del coche me abrazó y me
metió aquella lengua contorsionista en mi boca, quizá buscando
aquel pasado; su legua húmeda hacía mil acrobacias ya demasiado
complejas para mí, hasta que mis lengüetazos empezaron a acoplarse
a su velocidad, no me dejaba tregua, logré despegarme un momento, no
mucho, la miré, se había reconvertido en aquella chica del año 86,
igual de bonita, igual de seductora, es como si no hubiesen pasado
los años, un sueño regresivo. Estaba a punto de llorar cuando ella
se volvió a lanzar al ataque, no estaba seguro de lo que estaba
pasando, nunca he sido muy avispado, de repente fue ella la que se
separó, me cogió de las manos y me dijo - subamos a tu habitación.
No sé cómo ni por qué, pero volvió a suceder, volvió a salir
aquella mierda de mi boca – Hoy no es el día, no es el momento –
Pero ¿qué coño estaba diciendo?, con la edad que teníamos, si no
era ahora el momento, ¿cuándo? ¿Acaso me había convertido en un
ser inmortal? y ¿ella ? Aún desde la ventanilla se volvió a
enganchar como una ventosa a mi boca y, ¿cómo no?, le dije – No
es el momento –. Me subí a mi habitación, empecé a pensar en lo
sucedido, ella había recorrido 300 kilómetros para verme, había
traído a una amiga para que le hiciese compañía por si fallaba el
plan, la dejó en el hotel sola cuando debió ver claro que el plan
había resultado, claro que no contaba con que yo nunca he sabido
leer entre líneas, se abalanza sobre mí con recuerdos del pasado,
me pide que nos acostemos juntos, lo que yo siempre había deseado,
una obsesión que, aunque nunca había querido reconocer, me había
estado persiguiendo durante toda la vida y posiblemente por esto
estaba tan solo, y le digo que hoy no es el día. ¿Qué era eso?
¿Una venganza? Cogí el móvil y la llamé, tuvo a bien cogérmelo,
se fue al lavabo para no despertar a Julia, ella susurraba con su
espléndida voz de tenor. Le dije que me gustaría verla antes de
irme, que me gustaría despedirme de ella y que le regalaría un par
de discos en los que he participado. Me costó convencerla, pero
accedió. Hoy no es el día, no te fastidia.
Al día
siguiente apareció por el hotel, el sueño había pasado, ella tenía
sus años y supongo que yo los míos, le dí cinco discos y me besó
en la mejilla, le dí mi correo electrónico, nunca dijo nada. Al
tiempo, la vi en Facebook y por eso sé algo de ella. Ahora sé que
las cosas no suceden por casualidad. La vida me había preparado otro
desenlace, la historia me deparaba otro final y me gusta. Claro que
en aquel momento no lo sabía y me dolió dejar escapar aquel
momento. Ahora en la lejanía lo recuerdo como un sueño agradable.