19 de
julio de 1991, bajé a un bar playero, pedí un café con hielo,
estaba lleno de franceses y algún alemán, me encendí un cigarro.
No paraban de hablar (los veraneantes). Algunos franceses creían en
Charly, otros estaban con Luc. A los alemanes no los entendía, no sé
qué opinaban, pero también comentaban en voz alta. Tanto hablar,
tanta cosa, que yo también me enganché a la televisión. Ahí
estaba, bajando, solo, tenía que demostrar algo al mundo, tenía que
intentarlo, él sabía quién era. Los demás no sabíamos nada y él
quería mostrarse y callar las críticas que hasta ese momento
recibió.
Unos
meses antes, por no decir unos años, se daba por seguro que era de
gran calidad, pero que no servía para las grandes pruebas. Ja. Ja ja
(para los entendidos visionarios).
Era
increíble, se había juntado con un italiano y las caras de mis
acompañantes de bar eran un poema, no se podían creer cómo sus
favoritos iban perdiendo toda aspiración y, para mi regocijo, oí
que a 32 kilómetros de meta, el chico que no valía para las grandes
pruebas se ponía líder de la más importante de todas.
Las
diferencias iban creciendo y aquel 19 de julio, tres días después
de su cumpleaños, Indurain empezó a tallar su leyenda, el camino
que le llevaría a ser el mejor ciclista de todos los tiempos.
Aquella etapa se la regaló Miguel a su acompañante de escapada
Claudio Chiappucci (Miguel es un caballero)
Cada
año volvía a este bar para ver esta prueba, los veraneantes no
querían pero Miguel me regalaba por mi cumple poder verle con el
Maillot Jaune. Casualmente Miguel nació el mismo día que yo y como
a casi todo el mundo, a mi también me sacó una buena ventaja
ventaja, en mi caso un año.
Feliz
cumpleaños, durante aquellos años me hiciste disfrutar mucho.