Viajar
al pasado es ir a Manresa (por ejemplo). Es curioso que ya nadie en
Manresa me conozca, hace 25 años no paraba de saludar, siempre me
encontraba con gente que conocía, ahora ya no me conoce nadie y el
que me cree conocer me recuerda distorsionado. La memoria es
traicionera.
Llevaba
cuatro días visitando el pasado, paseaba por la zona del Centro
Hospitalario, cerca del museo Beatles (historia “The Beatles y yo”
12-06-2012). Pasando por la calle Flor de Lis, al fin, alguien me
saludó, un tipo con mucho músculo se dirigió a mí, me llamó por
el nombre que él pensó que era el mío, le miré, y eso que me
llamó Jesús (yo me llamo Ángel). La cara de la mole muscular era
todo sonrisa, se alegraba sinceramente de verme, creo.
Hola,
Jesús. Se confundió de nombre. No cabe duda, éste es de los de la
época de francés (mía), de los que me llamaban “el francés”
(historia “Extranjero” 21 agosto 2012). Hola, Jesús. ¿Por qué
Jesús? Le saludé, él me dijo su nombre, Juan Carlos – sí,
hombre, de la calle Bruc. Él estaba sentado, le di una palmadita en
la espalda, le dije que me alegraba de verle, en realidad no le
recordaba, pero me dio buen rollo. Seguí mi paseo, estaba caminando
sobre el lodo; en ocasiones un sabor, un olor, una calle o un “hola,
Jesús” te puede transportar al pasado, puede volver a abrir una
puerta cerrada y hacer jugar tu mente, revivir aquel olvidado
recuerdo, ver la calle Bruc sin asfalto, encharcada, embarrizada
después de la tormenta.
Me
reencontraba con él en la calle Bruc, la calle aún sin asfaltar, él
era pequeño, bajito y muy vivo (movido), vi como su padre, unos
metros más allá, se metía en El Paraiso, un macarra de bar, en una
ocasión le arrancaron un trozo de oreja de un bocado, un tipo
violento que seguramente más... Podría estar horas contando
historias (yo), de los elementos más destacados del barrio, me
vienen varias a la mente. Por ejemplo, aquél que se cayó de su
escondite y lo encontraron descabezado sobre un charco de su propia
sangre en el tragaluz del edificio, la llegada del marido antes de
hora fue el detonante de su muerte. Recuerdo a mi amigo Jesús
encontrado muerto con la chuta en el brazo en su 850 sport delante de
casa. O el animal que se comió la cabeza de un sapo vivo por una
apuesta. O podría contar la historia del padre que le partió la
guitarra al hijo delante de todo el mundo, harto de música, sabiendo
que esto dolía más que una paliza, sabiendo que a la vez que la
guitarra, le estaba partiendo el alma al chico. El barrio era
difícil, pero a la vez curioso y lleno de vida, plagado de
historias... Es posible que Juan Carlos esculpiese su cuerpo a base
de gimnasio como defensa paternal.
Él
estaba sentado en la acera con los ojos algo llorosos, el pie
izquierdo metido en un charco, su padre posiblemente ya le habría
dado el primer trago al primer quinto San Miguel de la tarde. Me daba
un poco de pena, intentaba ser simpático, un chaval muy vivo (como
casi todos los del barrio), me acerqué a él, hurgué en mi
bolsillo, miré mis canicas, elegí dos de las marrones con aguas
color crema, las canicas más preciadas en el barrio, les billes
parisiennes que sólo yo tenía, se las regalé, le di una
palmadita en la espalda, me miró con la misma sonrisa que hace unos
minutos me ha concedido en la Calle Flor de Lis.
Sigo
mi camino, paso por delante de la que era la casa de mi tía, un
edificio entierra lo que era la vaquería donde mi tía iba a comprar
la leche recién ordeñada.
Sigo
mi camino, la fábrica de galletas ya no existe, echo en falta su
olor.
Sigo
mi camino, el asfalto está caliente, tengo que encontrar un sombra,
hace mucho calor.
Sigo
mi camino, paso por delante de la casa que tenía mi tío Ángel,
también le echo de menos.
Sigo
mi camino.