martes, 6 de agosto de 2013

DESPUÉS DE NAVIDAD




Este es un nuevo compañero de clase, se llama Ángel y espero que le tratéis bien. Entré por primera vez en aquella clase después de las vacaciones de navidad. Curiosa cosa. La vida te lleva. Mi madre me llevó.
Habían pasado las navidades cuando Mademoiselle Marie entró en clase con un niño cogido de la mano, tenía rasgos orientales (el niño).
Una mañana, Masaki Akari nos enseñó a comer con palillos (teníamos 6 ó 7 años), qué curioso, qué felices. Aquel mismo día a primera hora de la tarde, vino un hyppie melenudo y nos hizo una fotografía (a la clase).
Entré en clase, era verano, una de las últimas veces que iba a estar en este aula, con estos compañeros. Los emigrantes nómadas (nosotros, mi familia) íbamos a cambiar una vez más de zona, de casa y de colegio. La encantadora profesora, Mademoiselle Marie, ya tenía instalado en su mesa aquel pequeño armonio portátil. El sol entraba por la ventana, Veronique estaba preciosa (como siempre) con su melena rubia y sus ojos azules, sacamos nuestro libro de canciones y empezamos a cantar dirigidos por Mademoiselle, qué armoniosos, qué armonioso, qué felicidad (me gusta la voz de la maestra y cómo se mete marcha con el armonio).
Empezó el nuevo curso, el colegio era precioso, pero no recuerdo gran cosa de aquel año; a fin de curso nos íbamos definitivamente, los emigrantes regresábamos a casa (¿a casa?), volvíamos a nuestra patria (¿nuestra?).
Llegamos a casa de mi abuela. Qué mujer.
Después del largo verano, me fui a clase. Nos pusimos en fila para entrar, tomando la distancia de un brazo entre compañero y compañero, después nos hicieron cantar el “cara al sol” (yo no me lo sabía, no pasó nada, creo). Entramos en clase, ni armonio, ni armonía, ni chino, ni Veronique, ni Mademoiselle. Una cuadrilla de chicos desaliñados en una clase desaliñada y con el Señor Gtrssgdjdi (no recuerdo su nombre, ni su cara); sé que era el relojero del pueblo, dudo que tuviese ningún título que le autorizase (moralmente) a dar clases a niños. Claro que peor era el de la otra clase, el señor Antonio, falangista de pro que gustaba de fumar puros y de echar siestas en clase, el que le despertaba recibía su merecido castigo a base de golpes de regla en los dedos.
Cuando llegó navidad, había perdido mucha sabiduría (sobre todo matemática). A mi madre, mi descalabro intelectual no le pareció nada bien y decidió cambiarme de colegio en navidades, algo poco común.
Entré a clase cogido de la mano de la señorita Valero – Este es un nuevo compañero de clase, se llama Ángel y espero que lo tratéis bien (me trataron bien).
Hoy he visto la foto, ahí estamos, mirando a cámara, todos menos una. En las repisas de las ventanas de cristal traslúcido se pueden ver unos cocos, un ficus, un árbol navideño y creo que la caja de madera es el armonio, también hay una pecera con sus pececitos de colores, en los pupitres estamos los humanos; detrás está sentada Mademoiselle, de los demás sólo recuerdo detalles sueltos, sus nombres ya pasaron a la historia, menos el de Veronique (Masaki Akari, es inventado). El que está al final a la izquierda era muy tímido y el de su lado era bastante alto, delante de Mademoiselle está... está... no lo recuerdo, parece buen chico, a su lado Masaki, Veronique, la niña siguiente creo que era española, era muy bajita, la podríamos llamar Paula, si fuese italiana la llamaríamos Paola, la siguiente ni fu ni fa, en la 3ª fila a la izquierda un chico italiano, muy pequeñito, creo recordar que se llamaba Valentino, después hay dos y nos encontramos con la chica de las trenzas, aseguraría que se llamaba Hélène, en una ocasión la vi en el jardín de su casa y llevaba puestos unos sabots, no sé si es por esto que la recuerdo como Hélène, este es un calzado que sólo lo llevaban los del campo, seguro que tenía vacas o algo así, recuerdo alguna cosa más de los demás pero no quiero ser pesado, sólo que el rubio de la primera fila siempre iba con Veronique, los dos más rubios de clase, eso refuerza mi teoría sobre las parejas y las personas que nos atraen, pero esto lo cuento otro día.
¿Qué habrá sido de toda esta gente? Ahora que la veo, recuerdo mi maleta marrón y la esponjita para la pizarra con su funda de plástico azul, el jersey es de los que hacía mi mamá con lanas pingouin y ¡menudas botas! de esas que se enlazaban con corchetes como las de montaña. Ya vale, que no tengo final. Una cosa más, los de la primera fila iban todos al mismo peluquero.