Volví
con el tren de la tarde. Era el día 14 de diciembre de 2013.
Emprendí el camino a casa de mi tío junto a Juan (el estanquero)
que, de hecho, era el único del pueblo que había cogido el tren
aquel domingo, como hace todos los domingos después de visitar a su
madre en la residencia. Él se quedó en el bar de Manolo, yo me fui
a casa de mi tío, se alegró de verme. Mientras comía me estuvo
contando habladurías sobre mis amigos y de cómo iban las cosas en
el pueblo. Hacía mucho tiempo que no volvía al pueblo, desde la
muerte de mi madre.
Las
noticias en los pueblos corren a gran velocidad, enseguida llamó
Luis para quedar, pero yo estaba muy cansado y decidí quedarme en
casa. Iba a estar varios días, ya tendría tiempo para el lío. Hoy
me apetece estar con mi madre.
Luis
me llamó para invitarme a su boda. Hacía escasamente siete meses
que me había instalado en Tarragona. Se iba a casar con Laura, yo
aún pensaba que era la novia de José. Me chocó un poco. Una vez me
lié con Laura en fiestas, recuerdo que me dijo que creían, ella y
sus amigas, que éramos gays, que éramos un trío (Luis, José y
yo), no acabó de creerse que los demás del grupo no lo fueran,
“necesito pruebas.” Está claro que lo ha comprobado. Curioso.
Luis,
José y yo éramos inseparables, Luis era el primero que se iba a
casar y eso había que celebrarlo. Se vinieron a Tarragona, fue una
noche, larga, muy larga. Las primeras rayas cayeron antes de ir a
cenar, cenamos en la plaza de los Sedassos, en un lugar curioso,
pizza casera con los cabezudos en el balcón y la mirada del caballo
asomado a la puerta del portal. Nos fuimos a la Totem, nunca habíamos
estado, nos liamos con unas maduritas de buen ver, durante dos o tres
horas no paramos de bailar y de visitar los lavabos, las tías se
movían divinamente. Las invitamos a tomar las últimas en mi piso,
no se lo pensaron dos veces. Luis hizo una docena de rayas en la mesa
del salón, fui a por unas birras a la nevera y cuando volví, al
entrar de nuevo en el salón, una de las chicas se estaba besando con
una de sus amigas, se empezaron a desnudar, sin dejar de besarse,
movimientos ágiles que confirmaban que ésa no era la primera vez.
Entonces Luis y José empezaron a imitarles, sus lenguas entraban y
salían con pasión de sus bocas, no me chocó, sus ropas cayeron sin
vergüenza alguna, su torpeza y excitación quedaron a la vista. Yo
empecé a tomarme mi cerveza como si la cosa no fuese conmigo, me
senté en el sofá, miré a la otra chica como quien pregunta con la
mirada ¿y estos?, parecía tímida pero, cuando vio que la
observaba, se quitó el vestido y mostró sus cuarenta y tantos muy
bien llevados. Me quedé embobado viendo aquellas inmensas tetas, su
cuerpo tenía un moreno playero uniforme, se acercó y me desnudó
mientras yo seguía bebiendo, me susurró su nombre al oído a la vez
que cogía mi granítico pene y se lo introducía en su licuada
vagina, sus movimientos eran intensos y dinámicos, de cadencia
media, con furia, con ganas, la coca estaba haciendo estragos.
Me
desperté, mi habitación era un amasijo de cuerpos mezclados, una
sensación de angustia me invadió, mi cerebro intentaba pensar de
forma rápida pero era imposible, estaba torpe y lento. Me duché,
salí a la calle, fui a comprar algo para desayunar. Desazón y
náuseas. Decidí desayunar solo.
Llamé
al teléfono de Luis, no me lo cogió. Al rato, él me llamó, no se
lo cogí.