Llevamos
tres días en París. La práctica del francés no ha sido mucha,
estamos todo el día juntas y, aparte de pedir la comida, poco más.
Nos prometemos que a partir de ahora hablaremos en francés entre
nosotras.
Está
lloviendo, arrecia, nos resguardamos en la entrada de un teatro, va a
empezar una actuación de Sacha Distel, nos hace gracia, es el de La
Manguera, cogemos cuatro entradas y nos metemos, es
un teatro precioso. Sale Sacha con una guitarra, ni manguera ni nada,
ni una triste canción cantada, ¿jazz? A la tercera canción nos
vamos. Menudo coñazo. Salimos a la calle, al menos ha dejado de
llover, paseamos por la zona, se ha quedado una tarde maravillosa.
Después de dos horas dando vueltas, mirando tiendas, entramos a
cenar en un italiano, pedimos pizzas para todas, el camarero nos trae
una botella de vino blanco (que no habíamos pedido), invitación de
un chico de una mesa del fondo, nos dice el camarero mientras nos
señala con un leve golpe de cabeza la mesa de donde viene la
invitación; miramos hacia allí, entonces uno de los ocupantes se
acerca a nosotras y, con un italiano bastante rudimentario, nos
comenta que le encanta el acento de las italianas cuando hablamos
francés, que por eso nos ha invitado; nos miramos algo
desconcertadas, aguantamos las risas por cortesía y le seguimos el
rollo, dice que es pianista de jazz, que ha tocado en Roma varias
veces y que le encanta Italia (es guapo). Nos regala cuatro entradas
para que vayamos a verle mañana por la noche en el teatro La
Cigale, donde está acompañando
a Sacha Distel, nos miramos entre nosotras y nos echamos a reír, nos
mira sorprendido y nos dice, hablando en francés, - mañana os
espero, es a las seis de la tarde. Se va. Tiene un caminar gracioso,
Silvia hace alusión a su contoneo - bonito culito.
Tres butacas en la fila doce y una en la tercera, me tocó a mí
ponerme sola, en está ocasión nos tuvimos que comer todo el
concierto, en realidad no estuvo tan mal, el pianista no paró de
mirarme durante toda la actuación, hasta me guiñó el ojo un par de
veces. Creo que empieza a gustarme el jazz.
Después de la actuación decidimos repetir en la pizzería, al poco
rato entraron los tres de ayer, que no eran otros que los músicos de
Sacha, ni cortos ni perezosos se sentaron con nosotras, nos invitaron
a cenar, después nos llevaron por la zona y nos tomamos alguna
cerveza más, no estaba acostumbrada a beber tanto.
Abrí los ojos, en el techo había un gran espejo, me vi reflejada en
él y, a mi lado, él. He pasado la noche con el pianista. Me
incorporo sobresaltada. Despierto a Alain, se incorpora y me da los
buenos días. Estoy avergonzada.
Os
invité a tomar la última en mi apartamento, te pusiste muy mala y
tus amigas te acostaron, después se fueron, tú dormías como un
tronco, las convencí para que te dejasen seguir durmiendo, tuve que
meterme contigo en la cama, hoy tengo que volver a La
Cigale, tenía que descansar, no
hay otra cama, ni sofá, tenía que dormir algo. Estabas preciosa,
eras como un ángel. No te preocupes, no abusé de ti, jajaja..
Nunca nadie antes me había dicho nada tan bonito, nunca antes había
compartido cama con ningún hombre.
Si
quieres puedes ducharte mientras bajo a por unos croissans para
desayunar. Su francés es precioso. Necesito esta ducha.
Volvió (Alain) y colocó dos tazas de té de dosis diminuta,
preciosas, la tetera y la azucarera de colores vivos contrastaban con
las góticas tazas; sonaba una música de fondo a muy bajo nivel,
casi inaudible; mantequilla, confitura de cereza, los croissans y una
rosa rosa en un precioso jarrón de vidrio transparente, lleno de
aristas al estilo Picasso. El sol entraba por el ventanal, por el
cual se podía ver uno de los puentes que cruza el Sena, un
bateau-mouche con niños, está lloviendo, aquí dentro se está muy
confortable. Me siento mujer. Soy feliz. Alain me sirve el té (a mí
me gusta más el café, pero es todo tan bonito), se queda delante de
mí, me mira fijamente – eres un ángel -. Se inclina un poco y me
besa, sólo un sutil roce con sus sonrosados y carnosos labios; no
era la primera vez que me besaban, pero nunca antes había sentido
nada igual. Ideal.
Suena el timbre, despierto de mis ensoñaciones – deben ser tus
amigas. Me levanto, vuelve a sonar el timbre, abre la puerta,
mientras suben nos volvemos a besar, cien mariposas revolotean en mi
interior.
Vi el espectáculo de Distel siete veces más. Al quinto día pasé
la noche con él, esta vez totalmente consciente. Fue muy tierno, fue
una cosa delicada, no sé si fue como me lo había imaginado, pero
Alain fue muy respetuoso y consciente de que era mi primera vez. Fue
más bonito que placentero.
Los dos primeros años de matrimonio fueron estupendos, lo único que
llevaba mal eran las giras, sus ausencias; no me gustaba estar sola.
Pero en éstas aprendí a manejarme por París. Encontré un trabajo
de traductora en una empresa de cosmética.
En el verano del 90, empecé a desear que Alain se fuese de gira,
empecé a disfrutar de mi soledad y me gustaba más estar sola o con
mis amigas que con Alain. No sé si fue por mí o por él, o si
fuimos los dos a la vez, pero nos empezamos a distanciar, él lo
llevaba peor que yo.
En el 92 él se echó una amante, o varias, no me importaba. Nuestras
relaciones sexuales eran cada vez más espaciadas, casi inexistentes.
Yo no necesitaba de nadie para satisfacerme, me prefería a mí y mis
jueguecitos de la tienda de mi amiga Ninette que a él.
Los años fueron pasando, lo nuestro ya no tenía sentido; además,
alguna noche, cuando tocaba en París, volvía borracho a casa y se
ponía pesado y en ocasiones algo violento, brusco, esta situación
no me gustaba nada. Decidí irme a vivir sola, era enero de 2000. Mi
sueldo de secretaria traductora, no me daba para seguir viviendo en
el centro. Me fui a vivir a Drancy, en un apartamento precioso.
La empresa me ofreció irme a Andorra, me encantaba París pero el
sueldo en Andorra era algo difícil de rechazar. Hice las maletas,
fue en marzo de 2005, lo que iba a ser un año fueron seis. Volví a
París en 2011, recortes de bienvenida, despidos, a mí me tocó a
finales de 2012. Aguanté unos meses en París. Decidí regresar. Me
he instalado, momentáneamente, en casa de mis padres, supongo que mi
destino final será Barcelona, es una ciudad que me gusta. Sant Joan
me aburre, Manresa me aburre.