martes, 15 de octubre de 2013

PARÍS (La Carta 2ª parte)


Llevamos tres días en París. La práctica del francés no ha sido mucha, estamos todo el día juntas y, aparte de pedir la comida, poco más. Nos prometemos que a partir de ahora hablaremos en francés entre nosotras.
Está lloviendo, arrecia, nos resguardamos en la entrada de un teatro, va a empezar una actuación de Sacha Distel, nos hace gracia, es el de La Manguera, cogemos cuatro entradas y nos metemos, es un teatro precioso. Sale Sacha con una guitarra, ni manguera ni nada, ni una triste canción cantada, ¿jazz? A la tercera canción nos vamos. Menudo coñazo. Salimos a la calle, al menos ha dejado de llover, paseamos por la zona, se ha quedado una tarde maravillosa. Después de dos horas dando vueltas, mirando tiendas, entramos a cenar en un italiano, pedimos pizzas para todas, el camarero nos trae una botella de vino blanco (que no habíamos pedido), invitación de un chico de una mesa del fondo, nos dice el camarero mientras nos señala con un leve golpe de cabeza la mesa de donde viene la invitación; miramos hacia allí, entonces uno de los ocupantes se acerca a nosotras y, con un italiano bastante rudimentario, nos comenta que le encanta el acento de las italianas cuando hablamos francés, que por eso nos ha invitado; nos miramos algo desconcertadas, aguantamos las risas por cortesía y le seguimos el rollo, dice que es pianista de jazz, que ha tocado en Roma varias veces y que le encanta Italia (es guapo). Nos regala cuatro entradas para que vayamos a verle mañana por la noche en el teatro La Cigale, donde está acompañando a Sacha Distel, nos miramos entre nosotras y nos echamos a reír, nos mira sorprendido y nos dice, hablando en francés, - mañana os espero, es a las seis de la tarde. Se va. Tiene un caminar gracioso, Silvia hace alusión a su contoneo - bonito culito.
Tres butacas en la fila doce y una en la tercera, me tocó a mí ponerme sola, en está ocasión nos tuvimos que comer todo el concierto, en realidad no estuvo tan mal, el pianista no paró de mirarme durante toda la actuación, hasta me guiñó el ojo un par de veces. Creo que empieza a gustarme el jazz.
Después de la actuación decidimos repetir en la pizzería, al poco rato entraron los tres de ayer, que no eran otros que los músicos de Sacha, ni cortos ni perezosos se sentaron con nosotras, nos invitaron a cenar, después nos llevaron por la zona y nos tomamos alguna cerveza más, no estaba acostumbrada a beber tanto.
Abrí los ojos, en el techo había un gran espejo, me vi reflejada en él y, a mi lado, él. He pasado la noche con el pianista. Me incorporo sobresaltada. Despierto a Alain, se incorpora y me da los buenos días. Estoy avergonzada.
Os invité a tomar la última en mi apartamento, te pusiste muy mala y tus amigas te acostaron, después se fueron, tú dormías como un tronco, las convencí para que te dejasen seguir durmiendo, tuve que meterme contigo en la cama, hoy tengo que volver a La Cigale, tenía que descansar, no hay otra cama, ni sofá, tenía que dormir algo. Estabas preciosa, eras como un ángel. No te preocupes, no abusé de ti, jajaja..
Nunca nadie antes me había dicho nada tan bonito, nunca antes había compartido cama con ningún hombre.
Si quieres puedes ducharte mientras bajo a por unos croissans para desayunar. Su francés es precioso. Necesito esta ducha.
Volvió (Alain) y colocó dos tazas de té de dosis diminuta, preciosas, la tetera y la azucarera de colores vivos contrastaban con las góticas tazas; sonaba una música de fondo a muy bajo nivel, casi inaudible; mantequilla, confitura de cereza, los croissans y una rosa rosa en un precioso jarrón de vidrio transparente, lleno de aristas al estilo Picasso. El sol entraba por el ventanal, por el cual se podía ver uno de los puentes que cruza el Sena, un bateau-mouche con niños, está lloviendo, aquí dentro se está muy confortable. Me siento mujer. Soy feliz. Alain me sirve el té (a mí me gusta más el café, pero es todo tan bonito), se queda delante de mí, me mira fijamente – eres un ángel -. Se inclina un poco y me besa, sólo un sutil roce con sus sonrosados y carnosos labios; no era la primera vez que me besaban, pero nunca antes había sentido nada igual. Ideal.
Suena el timbre, despierto de mis ensoñaciones – deben ser tus amigas. Me levanto, vuelve a sonar el timbre, abre la puerta, mientras suben nos volvemos a besar, cien mariposas revolotean en mi interior.
Vi el espectáculo de Distel siete veces más. Al quinto día pasé la noche con él, esta vez totalmente consciente. Fue muy tierno, fue una cosa delicada, no sé si fue como me lo había imaginado, pero Alain fue muy respetuoso y consciente de que era mi primera vez. Fue más bonito que placentero.
Los dos primeros años de matrimonio fueron estupendos, lo único que llevaba mal eran las giras, sus ausencias; no me gustaba estar sola. Pero en éstas aprendí a manejarme por París. Encontré un trabajo de traductora en una empresa de cosmética.
En el verano del 90, empecé a desear que Alain se fuese de gira, empecé a disfrutar de mi soledad y me gustaba más estar sola o con mis amigas que con Alain. No sé si fue por mí o por él, o si fuimos los dos a la vez, pero nos empezamos a distanciar, él lo llevaba peor que yo.
En el 92 él se echó una amante, o varias, no me importaba. Nuestras relaciones sexuales eran cada vez más espaciadas, casi inexistentes. Yo no necesitaba de nadie para satisfacerme, me prefería a mí y mis jueguecitos de la tienda de mi amiga Ninette que a él.
Los años fueron pasando, lo nuestro ya no tenía sentido; además, alguna noche, cuando tocaba en París, volvía borracho a casa y se ponía pesado y en ocasiones algo violento, brusco, esta situación no me gustaba nada. Decidí irme a vivir sola, era enero de 2000. Mi sueldo de secretaria traductora, no me daba para seguir viviendo en el centro. Me fui a vivir a Drancy, en un apartamento precioso.

La empresa me ofreció irme a Andorra, me encantaba París pero el sueldo en Andorra era algo difícil de rechazar. Hice las maletas, fue en marzo de 2005, lo que iba a ser un año fueron seis. Volví a París en 2011, recortes de bienvenida, despidos, a mí me tocó a finales de 2012. Aguanté unos meses en París. Decidí regresar. Me he instalado, momentáneamente, en casa de mis padres, supongo que mi destino final será Barcelona, es una ciudad que me gusta. Sant Joan me aburre, Manresa me aburre.