- ¿Ya estás? Vamos a llegar tarde.
- Tenemos tiempo.
- Cuando vamos a casa de tus padres, salimos antes.
- Mentira y como me toques los huevos no iremos.
- No irás tú, yo me voy.
- Tú te quedas hasta que yo lo diga.
Ella
coge el bolso marrón con rabia, con ganas de hacer daño y lo lanza
con todas sus fuerzas, autorreflejo, desahogo inmediato; si hubiese
tenido a mano un martillo, también se lo habría lanzado, son estas
cosas que se hacen al instante, autorreflejo consecuencia de la gota
que hace que rebose el vaso imaginario que todos tenemos. José pone
la mano con aire de superioridad para parar el blando proyectil que
va directo a su jeta, con esa soberbia que tienen las malas personas
cuando se ven muy superiores. Deseo concedido. Inesperadamente los
dedos índice, corazón y anular de José crujen, se doblan hasta
tocar el dorso de la mano. ¿Milagro navideño? Por una vez, él es
el dañado. José cae al suelo entre gritos de dolor e insultos
-
¡Hija de puta, te voy a matar! ¡De ésta no te libra ni Dios!
Juana
está alucinada, la mano de José está hecha trizas, se fija en el
bolso que permanece entreabierto en el suelo, a un par de metros del
lisiado, y ve cómo asoma un trozo del ladrillo macizo que lleva en
el bolso para más seguridad nocturna cuando sale del turno de tarde
y que ayer se olvidó de sacar al llegar a casa. Se acerca a José
temblorosa, él la agarra de la pierna. Tenaza dolorosa. Los ojos
inyectados en sangre, sonrisa maligna, regocijo del que sabe que se
va a desquitar a base del dolor ajeno, una cara que Juana bien
conoce, que Juana ha visto en innumerables ocasiones antes de
recibir; pero en esta ocasión los ojos de José reflejan, incluso,
más odio que el día que la envió al hospital con fractura de
mandíbula incluida; con su otro pie, libre de prisión, Juana ve la
ocasión de … Aplasta la mano dañada de José, él suelta
automáticamente su presa entre gritos de dolor, ella escapa.
Callejea
sin meta alguna, sabe que el primer sitio donde la buscará será en
casa de su anciano padre. Miedo.
Dos
horas más tarde aún sigue andando, decide entrar a tomar un café,
no sabe ni dónde se encuentra. Se sienta, llama a su padre.
- ¿Papá?
- Sí.
- ¿Estás bien?
- Claro ¿Cuándo vais a llegar?
Esta
respuesta confirma que no ha estado por ahí.
- No iremos, ha surgido un problema
- ¿Te pasa algo? ¿Te ha vuelto a zurrar?
- No, es que José ha tenido un percance.
- ¿Qué le ha pasado?
- Se ha roto una mano.
- Bueno, ya me dirás.
- Un beso.
- Te quiero.
- Y yo.
Uff.
No se ha atrevido a ir, bueno, lo raro es que no me haya llamado.
Estuvo
entre café y bocata haciendo tiempo hasta la hora de ir a la
fábrica.
Miedo
al ir hacia la fábrica, pero ni rastro de José.
Fichó
y empezó a trabajar como siempre, empaquetando bombones. Frente a
ella, como siempre, la sonrisa de Manuel. A la hora del bocadillo, se
juntaron como siempre, Manuel es muy amable y cariñoso, a ella le
gusta mucho su compañía; no sé si fue por el miedo o por necesidad
de hablar con alguien, pero le contó lo sucedido a Manuel, lo de
esta mañana y también lo de la vez que le rompió la mandíbula y
las palizas que había recibido por cualquier motivo, los insultos y
los desprecios.
- No aguanto más esta presión, tengo mucho miedo, sé que en cualquier momento vendrá a por mí.
Manuel
la miró con dulzura y le ofreció su casa. Juana denegó la
invitación.
- Me
iré a casa de mi padre.
Sonó
la sirena, dejaron de empaquetar, Juana se volvió a poner la ropa
que llevaba, la que había elegido para ir a comer a casa de su
padre, sus mejores ropas, estaba especialmente atractiva. Juana era
una mujer hermosa, por dentro y por fuera. Salió por la puerta de la
fábrica, Manuel salió después, la observó como cada día, hoy
especialmente no quería perderla de vista.
Juana
estaba muy inquieta, esperaba la coz en cualquier momento, no quería
ir demasiado temprano a casa de su padre, andaba por las calles,
empezó a llover, se resguardó en un portal, su cara empapada había
corrido el rímel de sus ojos.
Estaba
tumbado después de la operación con la que le reconstruyeron la
mano, dolorido y enfadado observaba como llovía, su mente era un
hervidero de ideas, de malas intenciones, maquinaba su plan de
terror, visualizaba las sangrientas imágenes, odio. Voy a acabar con
ella. Entró el doctor.
- La operación ha sido un éxito, nunca había visto una rotura igual.
- Sí, mala suerte, nunca más volveré a coger la bici.
José
volvió a pensar en Juana y siguió elaborando su plan. Voy a
llamarla.
Juana
aún se encontraba al resguardo de la lluvia, casualmente en las
cercanías del hospital. De repente sonó su móvil, era él. Decidió
no cogerlo, dejó el aparato sobre las verdes baldosas y se acuclilló
delante de él, el maldito timbre no paraba de sonar. Juana tenía
mucho miedo.
Esta
cerda no coge el móvil, debe estar cagada. Hija de puta guarra.
José
buscó entre sus ropas y cogió el paquete de ducados y el mechero,
salió de la habitación y subió a la terraza, abrió la puerta y se
encendió el cigarro.
- Hola, también estás fumando.
- No, es que es mi hora de comer.
- Pues baja a tu habitación, aquí no te van a traer la comida (este tío está pirao).
- Es que no tengo habitación, vivo aquí arriba.
Juana
levantó la vista y ahí estaba, con su habitual sonrisa, le tendió
la mano y ella se la cogió. No se dejaron de la mano hasta llegar al
portal y Manuel abrió la puerta, entraron en el ascensor y la puerta
se abrió en el piso siete. El piso era muy majo, algo desordenado,
pero limpio.
Puedes
dormir en mi habitación, yo lo haré en el sofá.
- ¿Quieres cenar algo?
- No, gracias.
- Pues yo me voy a preparar unos raviolis.
- Bien.
De
repente, volvió a sonar el teléfono.
- Seguro que es él, tengo miedo.
- ¿Quieres que lo coja yo?
- NO.
- Voy a ver, igual es... tengo miedo.
Miró
la pantalla del móvil y era un número larguísimo.
- Diga.
- ¿Señora Rodríguez?
- ¿Sí?
- Hola, soy el sargento Julian López de la policía nacional.
- ¿Ha pasado algo?
- Podría pasarse por la comisaría de la calle Príncipe Felipe.
- Sí, claro.
Cuatro
horas más tarde, está Juana llamando al séptimo. Manuel le abre.
- ¿Cómo te encuentras?
- No sé qué decir. Bien, liberada.
- ¿Qué ha pasado?
- Un pirado del hospital se ha comido buena parte de José.
- ¿Cómo?
- Canibalismo, un tío ha intentado devorar a mi marido.
- ¿Y?
- Pues nada, que se le ha comido el corazón, el hígado y el cerebro.
- ¡Joder, qué fuerte! Debes estar hecha polvo.
- Pues no, me siento libre, de hecho me da risa. Jajajaja.
- ¿Quieres que vayamos al médico? Te está dando un ataque de ansiedad o ...
- Nunca he estado mejor en mi vida.
- Creo que deberíamos ir a que te vieran.
- Qué no, estoy estupendamente, es que mi marido, mi exmarido, nunca tuvo corazón ni cerebro y el hígado, creo que ya no le debía quedar nada. Que me ha hecho gracia que el tipo ese eligiese estas partes de su cuerpo para saciar su apetito.
- Juana, me das miedo.
- Soy feliz y no pienso hablar nunca más de él.
- Yo estaría jodido. Creo. Ja. Que le den.
- Hoy empiezo una nueva vida. ¿Te importaría compartir cama?
- No, no me importa, he soñado contigo desde el día que te vi. Te Amo.
- Eres dulce.
- A partir de mañana vas a llamarte Amanda, hoy amanecerás junto a mí y, cuando te despiertes, te llamarás Amanda, feliz y sin miedo.
- Me parece bien, vamos a la cama, necesito calor.