martes, 14 de enero de 2014

CUENTO DE NAVIDAD

    • ¿Ya estás? Vamos a llegar tarde.
    • Tenemos tiempo.
    • Cuando vamos a casa de tus padres, salimos antes.
    • Mentira y como me toques los huevos no iremos.
    • No irás tú, yo me voy.
    • Tú te quedas hasta que yo lo diga.
Ella coge el bolso marrón con rabia, con ganas de hacer daño y lo lanza con todas sus fuerzas, autorreflejo, desahogo inmediato; si hubiese tenido a mano un martillo, también se lo habría lanzado, son estas cosas que se hacen al instante, autorreflejo consecuencia de la gota que hace que rebose el vaso imaginario que todos tenemos. José pone la mano con aire de superioridad para parar el blando proyectil que va directo a su jeta, con esa soberbia que tienen las malas personas cuando se ven muy superiores. Deseo concedido. Inesperadamente los dedos índice, corazón y anular de José crujen, se doblan hasta tocar el dorso de la mano. ¿Milagro navideño? Por una vez, él es el dañado. José cae al suelo entre gritos de dolor e insultos
      - ¡Hija de puta, te voy a matar! ¡De ésta no te libra ni Dios!
Juana está alucinada, la mano de José está hecha trizas, se fija en el bolso que permanece entreabierto en el suelo, a un par de metros del lisiado, y ve cómo asoma un trozo del ladrillo macizo que lleva en el bolso para más seguridad nocturna cuando sale del turno de tarde y que ayer se olvidó de sacar al llegar a casa. Se acerca a José temblorosa, él la agarra de la pierna. Tenaza dolorosa. Los ojos inyectados en sangre, sonrisa maligna, regocijo del que sabe que se va a desquitar a base del dolor ajeno, una cara que Juana bien conoce, que Juana ha visto en innumerables ocasiones antes de recibir; pero en esta ocasión los ojos de José reflejan, incluso, más odio que el día que la envió al hospital con fractura de mandíbula incluida; con su otro pie, libre de prisión, Juana ve la ocasión de … Aplasta la mano dañada de José, él suelta automáticamente su presa entre gritos de dolor, ella escapa.
Callejea sin meta alguna, sabe que el primer sitio donde la buscará será en casa de su anciano padre. Miedo.
Dos horas más tarde aún sigue andando, decide entrar a tomar un café, no sabe ni dónde se encuentra. Se sienta, llama a su padre.
    • ¿Papá?
    • Sí.
    • ¿Estás bien?
    • Claro ¿Cuándo vais a llegar?
Esta respuesta confirma que no ha estado por ahí.
    • No iremos, ha surgido un problema
    • ¿Te pasa algo? ¿Te ha vuelto a zurrar?
    • No, es que José ha tenido un percance.
    • ¿Qué le ha pasado?
    • Se ha roto una mano.
    • Bueno, ya me dirás.
    • Un beso.
    • Te quiero.
    • Y yo.
Uff. No se ha atrevido a ir, bueno, lo raro es que no me haya llamado.
Estuvo entre café y bocata haciendo tiempo hasta la hora de ir a la fábrica.
Miedo al ir hacia la fábrica, pero ni rastro de José.
Fichó y empezó a trabajar como siempre, empaquetando bombones. Frente a ella, como siempre, la sonrisa de Manuel. A la hora del bocadillo, se juntaron como siempre, Manuel es muy amable y cariñoso, a ella le gusta mucho su compañía; no sé si fue por el miedo o por necesidad de hablar con alguien, pero le contó lo sucedido a Manuel, lo de esta mañana y también lo de la vez que le rompió la mandíbula y las palizas que había recibido por cualquier motivo, los insultos y los desprecios.
    • No aguanto más esta presión, tengo mucho miedo, sé que en cualquier momento vendrá a por mí.
Manuel la miró con dulzura y le ofreció su casa. Juana denegó la invitación.
- Me iré a casa de mi padre.
Sonó la sirena, dejaron de empaquetar, Juana se volvió a poner la ropa que llevaba, la que había elegido para ir a comer a casa de su padre, sus mejores ropas, estaba especialmente atractiva. Juana era una mujer hermosa, por dentro y por fuera. Salió por la puerta de la fábrica, Manuel salió después, la observó como cada día, hoy especialmente no quería perderla de vista.
Juana estaba muy inquieta, esperaba la coz en cualquier momento, no quería ir demasiado temprano a casa de su padre, andaba por las calles, empezó a llover, se resguardó en un portal, su cara empapada había corrido el rímel de sus ojos.
Estaba tumbado después de la operación con la que le reconstruyeron la mano, dolorido y enfadado observaba como llovía, su mente era un hervidero de ideas, de malas intenciones, maquinaba su plan de terror, visualizaba las sangrientas imágenes, odio. Voy a acabar con ella. Entró el doctor.
    • La operación ha sido un éxito, nunca había visto una rotura igual.
    • Sí, mala suerte, nunca más volveré a coger la bici.
José volvió a pensar en Juana y siguió elaborando su plan. Voy a llamarla.
Juana aún se encontraba al resguardo de la lluvia, casualmente en las cercanías del hospital. De repente sonó su móvil, era él. Decidió no cogerlo, dejó el aparato sobre las verdes baldosas y se acuclilló delante de él, el maldito timbre no paraba de sonar. Juana tenía mucho miedo.
Esta cerda no coge el móvil, debe estar cagada. Hija de puta guarra.
José buscó entre sus ropas y cogió el paquete de ducados y el mechero, salió de la habitación y subió a la terraza, abrió la puerta y se encendió el cigarro.
    • Hola, también estás fumando.
    • No, es que es mi hora de comer.
    • Pues baja a tu habitación, aquí no te van a traer la comida (este tío está pirao).
    • Es que no tengo habitación, vivo aquí arriba.
Juana levantó la vista y ahí estaba, con su habitual sonrisa, le tendió la mano y ella se la cogió. No se dejaron de la mano hasta llegar al portal y Manuel abrió la puerta, entraron en el ascensor y la puerta se abrió en el piso siete. El piso era muy majo, algo desordenado, pero limpio.
Puedes dormir en mi habitación, yo lo haré en el sofá.
    • ¿Quieres cenar algo?
    • No, gracias.
    • Pues yo me voy a preparar unos raviolis.
    • Bien.
De repente, volvió a sonar el teléfono.
    • Seguro que es él, tengo miedo.
    • ¿Quieres que lo coja yo?
    • NO.
    • Voy a ver, igual es... tengo miedo.
Miró la pantalla del móvil y era un número larguísimo.
    • Diga.
    • ¿Señora Rodríguez?
    • ¿Sí?
    • Hola, soy el sargento Julian López de la policía nacional.
    • ¿Ha pasado algo?
    • Podría pasarse por la comisaría de la calle Príncipe Felipe.
    • Sí, claro.
Cuatro horas más tarde, está Juana llamando al séptimo. Manuel le abre.
    • ¿Cómo te encuentras?
    • No sé qué decir. Bien, liberada.
    • ¿Qué ha pasado?
    • Un pirado del hospital se ha comido buena parte de José.
    • ¿Cómo?
    • Canibalismo, un tío ha intentado devorar a mi marido.
    • ¿Y?
    • Pues nada, que se le ha comido el corazón, el hígado y el cerebro.
    • ¡Joder, qué fuerte! Debes estar hecha polvo.
    • Pues no, me siento libre, de hecho me da risa. Jajajaja.
    • ¿Quieres que vayamos al médico? Te está dando un ataque de ansiedad o ...
    • Nunca he estado mejor en mi vida.
    • Creo que deberíamos ir a que te vieran.
    • Qué no, estoy estupendamente, es que mi marido, mi exmarido, nunca tuvo corazón ni cerebro y el hígado, creo que ya no le debía quedar nada. Que me ha hecho gracia que el tipo ese eligiese estas partes de su cuerpo para saciar su apetito.
    • Juana, me das miedo.
    • Soy feliz y no pienso hablar nunca más de él.
    • Yo estaría jodido. Creo. Ja. Que le den.
    • Hoy empiezo una nueva vida. ¿Te importaría compartir cama?
    • No, no me importa, he soñado contigo desde el día que te vi. Te Amo.
    • Eres dulce.
    • A partir de mañana vas a llamarte Amanda, hoy amanecerás junto a mí y, cuando te despiertes, te llamarás Amanda, feliz y sin miedo.
    • Me parece bien, vamos a la cama, necesito calor.