miércoles, 12 de febrero de 2014

SOY EL MEJOR (2ª PARTE)

Resignation, Brad Mehldau.


No sólo se busca y se premia la perfección en el deporte, sino que también se hace en muchas, por no decir en todas, las disciplinas.
Ejemplo musical. En la música, la velocidad del instrumentista es algo que, al igual que en el atletismo, es muy valorado. Deja una estela que pocas veces vemos, huella que es tapada por nuestra admiración. Pero a mí eso no me pone nada (la velocidad), antes flipaba con la velocidad, pero hace ya mucho tiempo que dejó de llegarme. Aclaro: actualmente valoro más la música que al músico, la misma persona me engancha o no, depende del día (suyo y en ocasiones mío), de su interpretación, de su improvisación, de su canción, de la canción. Lo mismo me pasa con la precocidad, la veo sobrevalorada (artísticamente hablando), cuando veo un niño o niña tocando un instrumento muy bien (técnicamente hablando), lo único que me causa es asombro (si es muy sobresaliente), la emoción se enciende en mí cuando escucho a un instrumentista que me llega, no me condiciona el que sea hombre, mujer, niño, niña o que tenga algún tipo de deficiencia. No valoro si siente dolor al tocar (“Petrucciani”), si toca de espaldas al público (“Davis”) o con las piernas cruzadas (“Gould”) o con dos dedos (“Reinhart”), lo único que valoro (actualmente y hace ya años) es que lo que oiga me toque mi fibra sensible (¿alma?), valoro lo inmediato, nunca el currículum. Insisto. Valoro lo que oigo, no lo que veo, lo que se ve son puras anécdotas (para mí), prensa del corazón. Hoy voy de duro.
La preparación de un instrumentista en música clásica y sus objetivos no se diferencian demasiado de los de un atleta de cien metros (distancia de la prueba atlética). Ya sé que esto debe sonar a barbaridad, pero voy a intentar explicarlo, exponer mis pensamientos, mis sensaciones que, claro, no tienen porque ser las más acertadas, pero hoy por hoy es lo que siento y así lo voy a dejar escrito. Ufff. Que miedo, igual mañana cambio de opinión y alguien me dirá: tu dijiste que …
La búsqueda de una técnica perfecta, cosa que es complicada de conseguir y requiere mucho esfuerzo (al igual que en el atletismo o la natación o …), y el objetivo que, parece ser, es tocar mejor que nadie unas obras que llevan, en ocasiones, siglos entre nosotros, crea en mi mente un paralelismo con las pruebas atléticas que son siempre las mismas y se batalla para conseguir hacerlas mejor (más rápidas) cada día.
Parece que el auténtico objetivo es conseguir, a base de estudiar un sinfín de veces las obras de músicos muertos y tocar estos papeles escritos una y otra vez hasta lograr la perfección, convertirse en el “mejor del mundo” en tocar a Chopin (ejemplo), ostentar el récord para regocijo suyo, de sus familiares, de sus seguidores y de los que se alegran de estas cosas, aún siendo conscientes de que tarde o temprano aparecerá algún otro u otra, posiblemente más joven que l@ destronará. Nos gusta sufrir. No le acabo de pillar el punto, con tanta grabación, creo que a mí ya me vale con estas versiones, podrían probar con música más actual. Se desmoronaría el invento.
¿Cómo se valora? ¿Quién otorga? A diferencia con el atletismo, que te corona la aplastante evidencia de los minutos, segundos, centésimas y milésimas, en la música (en el arte en general, donde cada cual siente de una manera) “Soy el Mejor” lo valora y lo corona un elenco de personas con un gusto y unos oídos exquisitos (marqueses de lo impuesto por ley). Que sean personas las que valoran, seguramente favorezca que siempre haya un nuevo ídolo ostentador del récord (siempre digno de la tradición).
Está claro que llegará un día en que no se podrán batir récords olímpicos ni mundiales, por una evidencia, el ser humano, nunca, por mucho que adelante en fabricación de zapatillas deportivas y suelos de competición, nunca correrá a la velocidad de la luz (ejemplo exagerado para fácil comprensión del caso que nos atañe o me atañe o no sé), al igual que seguramente llegará un día en que nadie logre tocar la Fantasía Oriental de Balákirev “mejor”, claro que, como esto último siempre va a depender del grupo de coronadores, quizá siempre se estime que es mejor versión la del chico o chica que la ejecutó este año en Viena, Florencia, Nueva York o Boston. Me lío. Me canso de este tema.
Salto neuronal. Ahora pienso en la diferencia entre la música clásica y el Jazz, en su aprendizaje y las bases instaladas e inamovibles (sobre todo en el clásico), ya que pienso que música sólo hay una. Pero. ¿Qué es lo que busca cada estilo? ¿Qué va mejor para la mente? ¿Cuál aporta más alegría? ¿Se puede comparar el Jazz con el atletismo? ¿Cómo ve a Monk o a Duke Ellington un pianista de clásico? (dos patanes de la técnica exquisita) ¿En su formación, se hace escuchar música a los alumnos de clásico? ¿A los de Jazz? ¿Lloverá mañana? ¿Me he liado?
Anexo. Otro punto en común a tener en cuenta, entre el de los 100 metros y pongamos por ejemplo un pianista tocando la sonata nº 29 de Beethoven, es la cara de esfuerzo de los dos. Creo.
Otro tema relacionado. Podría ahora empezar a sopesar a la gente que inventa cosas o descubre remedios para sanar, hablar sobre las farmacéuticas que buscan a los más sobresalientes investigadores para dar con la solución buscada (lo más rápido posible), que en ocasiones pienso que son buscadores de milagrosos fármacos que nos mantengan enfermos eternamente, depender de este gasto de por vida. Crónico, la palabra favorita del vendedor de fármacos.
El punto al que quería llegar. Bueno, que siempre se premia al “mejor”, ya desde temprana edad se busca al “mejor”. ¿Qué pasa con los que no son los mejores? ¿Los padres no se sienten orgullosos de ellos? ¿La sociedad los deshecha? Y ¿qué pasa con los segundos? ¿qué pasa con los que siempre se ven relegados al segundo puesto? A un segundo puesto, en ocasiones esforzándose más que el récordman. ¿Son estos también perdedores?
Perdedores, esta palabra que tanto ha sonado en las películas americanas, de joven me parecía una tontada, ahora no sé qué pensar (ahora es este instante, vamos, que no me apetece emprender con esto).
Lo que quería decir de verdad. Todo este rollo me reafirma en que aún estamos manejándonos en la prehistoria, claro que es una enseñanza por la que tenemos que pasar para llegar a un mejor futuro común. Obligar a la gente a ser el mejor, para tener un futuro seguro (individual), ganar mucho dinero para ser feliz ¿feliz? Y ¿qué pasa con el niño que era el mejor y al final no ha conseguido el objetivo esperado?
Demasiadas preguntas sin desarrollar. Resuelvo. Lío final. Creo que nos encontramos en la antesala (muchos años aún) de un mundo donde la gente se esfuerce por los demás y para disfrutar de sí mismos, buscar la cura verdadera para regocijo de sí mismo y de su prójimo. Estamos a varios años de descubrir la enseñanza ideal, donde el que tarda más en aprender sea igualmente valorado que el más rápido, donde, en todo caso, se premie al que se esfuerza, que se le premie con la amistad y una sonrisa, nunca con un trofeo y menos aún con unas monedas. ¡Qué carajo! Seremos tan puros que no esperaremos reconocimiento alguno. Estamos lejos de querer dejar de impartir dolor, maltrato tanto a humanos como a animales (seremos lo mismo). Es obvio que en este futuro, seremos todos vegetarianos. Estamos muy alejados de valorar por ser, no por correr.
Cuando me preguntan en qué época me hubiese gustado nacer, tengo claro que en un futuro lejano, en un mundo con un solo gobierno o incluso sin él, con igualdad para todos y donde los valores que nos muevan sean otros muy distintos al dinero y al ser “el mejor”, el más rápido, el más rico, este último que deja una larga estela (normalmente) de desigualdades. Desde hoy o quizá desde ayer o más, me esfuerzo en no admirar al “ el mejor”, me esfuerzo por disfrutar de la belleza, a gozar de una conversación con cualquier persona que me quiera contar algo que se salga de la admiración hacia el atleta, el concertista o el millonario, este último que consiguió su primer millón de dólares antes de cumplir los veinte (valor añadido), precocidad dolorosa, virtud que seguro deja una estela de desigualdad (la de todos ellos).
Quiero conocer al niño que no atiende en clase porque está embobado mirando por la ventana al pájaro que se está comiendo unos trozos de pan, que él (el niño), unos minutos antes, ha dejado voluntariamente (las migas) en un sitio estratégico del patio a la hora del recreo, descubrir que este es el motivo por el cual a llegado el último a la fila. Me gustaría que la maestra en lugar de reprimirle, le dijese al resto de la clase que pegasen sus diminutas narices al cristal y que él (el niño de las migas) comentase al resto de la clase por qué hace esto, qué siente. Quisiera conocerlo, también, de mayor y descubrir que aún guarda trozos de pan en su bolsillo.
Un abrazo.